Àlex Sala
Periodista especializado en Arte e Historia del Arte
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El 29 de octubre de 1929, el pánico se apoderó de los inversores de la Bolsa de Nueva York, que se deshicieron de más de 16 millones de acciones provocando el caos financiero y el desplome del valor de las acciones de las empresas más importantes del país. Desde la apertura de Wall Street se sucedieron las órdenes de venta a precios cada vez más bajos. Según las crónicas periodísticas, dos horas después del cierre del mercado, las máquinas seguían emitiendo teletipos con las transacciones registradas: "parecía que se derrumbarían. En cuanto a los hombres, ya se habían derrumbado".
Ese día ha pasado a la posteridad como el "martes negro" y culminó el desastre que se había iniciado cinco días antes, el 24 de octubre. Ese jueves, ya se vivieron escenas de pánico vendedor y abruptas bajadas de las cotizaciones, pero la intervención de los grandes bancos evitó el desastre total, o más bien solo lo aplazo.
El Crack del 29 fue el súbito pinchazo de un globo que venía hinchándose desde hacía años: desde el final de la Gran Guerra, millones de norteamericanos invertían todo lo que tenían e hipotecaban sus bienes para comprar unas acciones que, cualquiera que fuese su precio, siempre aumentaban de valor. El resultado del súbito pinchazo de esa burbuja fue la desaparición de grandes fortunas y la ruina de millones de pequeños inversores, que perdieron todos sus ahorros e, incluso, su vivienda, y que se vieron abocados a la peor y más larga crisis conocida hasta entonces: la Gran Depresión.