TRANSCRIPCIÓN DEL PODCAST
Aunque es probable que ya se usara algún tipo de corsé en la Antigüedad –en la civilización minoica se han hallado imágenes de mujeres con corpiños datadas hacia 1500 a.C.–, esta prenda femenina apareció relativamente tarde en la historia del vestido en Occidente. Desde la Antigüedad clásica imperó entre las mujeres una silueta suelta y natural, con vestidos tipo túnica.
Fue a partir de los siglos XIII y XIV cuando entre la burguesía urbana surgió la llamada moda anatómica, que separaba totalmente la vestimenta de féminas y varones y diseñaba el cuerpo a través de la ropa. Mientras que los hombres adoptaban el traje corto y su figura quedaba a la vista, las damas ajustaron sus largas túnicas y, para potenciar su silueta, buscaron estrechar el talle y elevar el busto.
Fue así como surgió el corsé moderno, que se popularizó por toda Europa en el Renacimiento. Inicialmente fue una prenda propia de las clases altas. Aunque su diseño evolucionó con el tiempo, básicamente los corsés mantuvieron siempre la misma estructura: corpiños de tela que a veces cubrían el pecho, armados con ballenas y cerrados por cordones para apretarlos más. También se pusieron siempre de la misma manera: sobre la camisa y nunca en contacto directo con la piel, lo que facilitaba que no hubiera que lavarlos pues no estaban pensados para ello.
Corsés para todas
Los corsés imponían una rigidez de movimientos que resultaba incompatible con el trabajo físico, en particular los corsés más elaborados, que se reservaban para grandes ocasiones y la asistencia a la corte. Sin embargo, entre las mujeres de todas las clases sociales se difundieron pronto los corpiños hechos expresamente para la vida diaria, de cordones, a menudo exteriores, que no tenían ballenas y eran menos rígidos, pero que sujetaban el pecho y la espalda, con lo que no sólo ofrecían una silueta más femenina, sino que facilitaban el movimiento a las mujeres trabajadoras y campesinas.

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A lo largo del tiempo, y en cada país, la prenda tomó nombres diversos. El de corsé, derivado del francés, está seguramente relacionado con un vestido llamado corset, que se puso de moda a finales de la Edad Media y que consistía en una prenda ajustada, atada por delante con cordones y con manga estrecha. España tuvo un papel muy destacado en la difusión del corsé. En la corte de los Austrias hispanos de los siglos XVI y XVII se difundió un tipo de corsé con rasgos de gran severidad, llamado corsé, corpiño o, más generalmente, cotilla.
Este último término pone en evidencia que la prenda derivaba de las cotas de malla y de las prendas interiores reforzadas que usaban los hombres ya anteriormente; de hecho, se han con servado unos pocos corsés de hierro o acero, que se llamaban corazas o cuerpos. La cotilla incorporaba un cartón de pecho, tablón, tablilla o papelón, armado con ballenas y ajustado mediante cordajes. El objetivo era convertir el tronco en un cono liso y alargado, sin formas naturales sinuosas, como el de los hombres.
Instrumento de seducción
Con el posterior auge de la monarquía francesa, a partir de Luis XIV, se difundieron nuevas modas que exaltaban la sensualidad femenina, destacando el busto, la cintura y las caderas. El corsé se convirtió por ello en un componente imprescindible del arte de la seducción femenina, que se ejercía tanto en los encuentros socia les –fiestas, bailes, teatro...– como en la vida cotidiana.
Por ejemplo, por la mañana, en la denominada toilette, las damas, ayudadas por sus criadas, se preparaban para ser vistas por los admiradores que acudían a su casa a hacerles la corte, con la aquiescencia de sus maridos. Sobre la camisa, prenda interior indispensable en la higiene, lo primero que hacían era colocarse un corsé que no sólo era clave para vestirse apropiadamente más tarde, sino que iba a formar parte del juego de seducción al realzar el pecho.
Luego se colocaban una bata larga, que podía ir atada bajo la barbilla o abierta como un abrigo, y que permitía dejarver el cuerpo según se deseara. Para estrechar el talle y elevar el pecho, además de utilizar un corpiño con ballenas, se usaba el encordado, que consistía en ceñir lo más estrechamente posible el corsé por delante o por detrás (o por ambos lados a la vez) gracias al cordón que lo cerraba.
Este procedimiento fue el que dio tan mala fama a las cotillas, pues implicaba la compresión del torso, de manera que el uso continuado del corsé suponía la reducción de la capacidad pulmonar y el constreñimiento de los órganos internos.
Del lujo a la sencillez
Bajo Luis XV, las modas vestimentarias francesas alcanzaron su máximo prestigio, especialmente en lo relativo al vestido femenino. El corsé se convirtió en una pieza fundamental del traje de moda en aquel momento, el llamado vestido «a la francesa», que retomaba la bata voluminosa de principios de siglo, pero acentuando la cintura y los senos.
La importancia del corpiño fue tal que se decoró el cuerpo del vestido con un petillo triangular de lazos que recordaban a los que ceñían en el interior el torso femenino. Gracias al corsé, la cintura se redujo al mínimo y, al estar tan comprimido el pecho, los senos de la mujer se desbordaban seductoramente. Aunque estos vestidos podían ir cerrados hasta el cuello, sin escote, lo normal era que fueran abiertos y que sólo las más pudorosas añadieran un pañuelo, llamado modestia, que bajaba hasta el busto o la cintura.

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Frame de la película Lo que el viento se llevó (1939).
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La gracia y sensualidad de esta tendencia hizo que la prenda se difundiera por toda Europa, ayudada por las nacientes revistas de moda. Y todas las mujeres imitaron, en la medida de sus posibilidades, el estilo de la favorita de Luis XV, Madame de Pompadour, cuyo pecho fue tan famoso que al parecer fue usado como modelo para diseñar la copa de champán.
A lo largo del siglo XVIII, se generalizaron las críticas contra el corsé por la incomodidad, por no decir la tortura, a la que las mujeres se veían sometidas. El padre Feijoo, por ejemplo, escribía que, a resultas de usar corsé, los brazos de las damas quedaban «puestos en mísera prisión, hasta hacer las manos incomunicables con la cabeza, los hombros desquiciados de su propio sitio, los talles estrujados en una rigurosa tortura». Otros señalaban los riesgos que el corsé entrañaba para la salud de la mujer, particularmente en lo que atañía a su función reproductiva.
Un periódico ilustrado, El Censor, destacaba por su parte que los corsés, al aprisionar el pecho de las mujeres, «provocan una tos casi continua. Aquellas dulces antes, y encantadoras voces, enronquecidas casi siempre, descalabran hoy nuestros oídos. Algunas han tenido que curarse de peligrosas llagas, que las disformes cotillas, de que han tenido que usar, las hicieron».
Ignacio Mariano Martínez de Galinsoga, médico de la reina María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV, escribió un tratado titulado Demostración mecánica de las enfermedades que produce el uso de las cotillas (1784) en el que atribuía al corsé los problemas de salud de las mujeres de clase alta.
Modas cambiantes
La cultura de la Ilustración y el racionalismo criticó también el derroche y la exageración cortesanos, en particular en el ámbito de la moda. Ello propició, a finales del siglo XVIII, un regreso a la sencillez en la indumentaria, que encontró reflejo en el auge de las modas inglesas. El corsé retrocedió frente a los vestidos sueltos, que recordaban las camisas o las túnicas clásicas.
Se promovieron los vestidos camisa o a la criolla, blancos y ceñidos por un lazo, sin corsé, que recordaban a los que llevaban los niños. Sin embargo, esta tendencia no duró mucho y el siglo XIX sería la época dorada del corsé. Más aún que en el siglo XVIII, el corsé trataba de dibujar una figura femenina en curva, presidida por la cintura de avispa. Al modo de la Escarlata O’Hara de Lo que el viento se llevó, las mujeres buscaban afinar su talle con corpiños que las dejaban sin aliento. Tendrían que esperar al siglo XX para volver a decir, esta vez definitivamente, adiós al corsé.