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El 27 de octubre de 1553 Miguel Servet, teólogo reformista y médico español, fue quemado vivo junto a sus libros en Champel, extramuros de Ginebra, acusado de hereje por Juan Calvino, reformador protestante, y repudiado también por la Iglesia católica. Servet, originario del Reino de Aragón, fue condenado por su concepción de la Santísima Trinidad, a la que comparaba con Cerbero, el monstruo mitológico de tres cabezas, por oponerse al bautismo infantil -ya que consideraba que éste debía ser un acto maduro y consciente- y por otras horribles herejías
y execrables blasfemias
, en palabras del Consejo de la Inquisición. El teólogo español -como ocurriría con Giordano Bruno 47 años después- fue quemado en la hoguera por negarse a abjurar de su doctrina. Servet y Bruno murieron como mártires, víctimas de la intolerancia religiosa del siglo XVI.
Un monumento en su recuerdo
Durante la adolescencia, Miguel Servet abandonó su población natal, que pudo ser Tudela, en Navarra, o Villanueva de Sigena, en Huesca. En esta última población se ubica la sede del Instituto de Estudios Sijenenses Miguel Servet. A lo largo de su vida residió en Toulouse, Basilea, Estrasburgo, Lyon o París. En la plaza del Aspirant Dunand, en la capital de Francia, se erige una imponente estatua de Servet: la mirada impasible y el cuerpo firme, sujeto a una estaca y maniatado, a punto de ser sentenciado y reducido a cenizas.
Un monolito en la avenida de Beau-Séjour, en Ginebra, recuerda el lugar aproximado en el que sufrió el suplicio y reza: Hijos respetuosos y reconocedores de Calvino, nuestro gran reformador, pero condenando un error, que fue el de su siglo, y firmemente apegados a la libertad de consciencia según los verdaderos principios de la Reforma y del Evangelio, hemos erigido este monumento expiatorio el XXVII de octubre de 1903
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