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En toda la historia de la humanidad ninguna cultura se ha sentido tan cautivada por el reino animal como la egipcia. La antigua civilización egipcia no se puede concebir sin su fauna. Animales e insectos formaban parte de la vida cotidiana de los egipcios, mientras que hoy asisten a un mundo dominado por la ciencia y la tecnología. Los egipcios no eran defensores de los animales ni tenían nociones sobre sus derechos, como ocurre actualmente. De hecho los cazaron y los criaron, los sacrificaron y los consumieron y, por supuesto, los momificaron. Pero se sintieron maravillados ante la naturaleza y sus artistas la representaron con un estilo inconfundible: un erizo orejudo, patos y abubillas alzando el vuelo o una madre mona con su cría. No se limitaron a observar y representar fielmente la vida salvaje, sino que la transformaron a su antojo, creando formas híbridas como Sobek-Re, el dios solar con cuerpo de cocodrilo y cabeza de halcón. Las figuras de los animales fueron utilizadas en la escritura jeroglífica y se cargaron de sentido al expresar conceptos abstractos. En el mundo espiritual se recurrió a la forma animal para expresar principios espirituales, por ejemplo el bai, que era el alma o la personalidad que se incorpora al individuo en el momento del nacimiento y que se libera tras la muerte en forma de pájaro con cabeza humana. Asimismo, los faraones se hicieron representar con cuerpo de león, equiparándose al animal feroz de fuerza invencible y manifestando su capacidad para defender a Egipto frente al enemigo. Semejante imagen resultaría ridícula hoy en día.
Momias de peces, gatos y halcones
Quien tenga la oportunidad no debe dejar de visitar la exposición Animales y faraones. El reino animal en el antiguo Egipto, hasta el 10 de enero de 2016 en CaixaForum Barcelona, tras su paso por CaixaForum Madrid. Se exhiben 430 piezas, principalmente del Museo del Louvre, que exploran la compleja relación entre los egipcios y el reino animal. Algunas son tan pequeñas que se necesita una lupa para contemplarlas: la estatuilla de una rana o un anillo con dos caballos en relieve. Otras impresionan por su grandeza: el grupo estatuario de babuinos que adornó la base del obelisco oriental del templo de Luxor. Los egipcios observaron el comportamiento exaltado de estos primates al amanecer, cuando el sol aparecía en el horizonte, y por eso los representaron con sus manos hacia el cielo, en señal de veneración. La muestra establece un orden muy claro en todo este embrollo que era el reino animal egipcio. Comienza con las representaciones más puras y elementales de la animalística egipcia: una gata sentada de cobre o un hipopótamo de fayenza silícea, de un color azul brillante y decorado con plantas acuáticas. A continuación se exhiben piezas sobre la coexistencia entre el hombre y el animal, entre ellas una escena ritual muy divertida en honor de una mangosta. Las figuras de animales también se utilizaron para embellecer todo tipo de objetos cotidianos: un peine con forma de íbice o un tablero de juego con forma de hipopótamo y fichas con cabeza de cánido. Avanza el recorrido y se intuye el mundo espiritual de los egipcios a través de los amuletos expuestos, en forma de escarabajo, halcón, pez o toro. La representación artística de los animales se vuelve cada vez más grave y tétrica al versar sobre el mundo espiritual: el dios Horus con cabeza de halcón y el dios Thot con cabeza de ibis vierten agua lustral sobre la cabeza rapada de un sacerdote arrodillado, con el fin de purificarle. Por último, tras la magnífica contemplación de estatuas monumentales, se exponen numerosas momias de animales: de peces, gatos y halcones, entre otras.