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Curiosidades de la historia: episodio 152

Cómo saltarse la ley seca del Islam

A pesar de la prohibición de beber en público, el consumo de vino era habitual en tabernas y fiestas privadas.

A pesar de la prohibición de beber en público, el consumo de vino era habitual en tabernas y fiestas privadas.

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TRANSCRIPCIÓN DEL PODCAST

"El vino, los juegos de azar, las estatuas, las flechas adivinatorias, son sólo una abominación de Satanás". Según este pasaje del Corán, el consumo de bebidas alcohólicas aparece en primer lugar entre las diversiones consideradas reprobables en el Islam. Desde las primeras fases de su historia, las autoridades se esforzaron por hacer cumplir este precepto, aplicando medidas de vigilancia y castigo.

Al-Andalus no fue una excepción. Allí, el sahib al-surta o prefecto de policía tenía entre sus cometidos el de perseguir y castigar a los bebedores. En los momentos de mayor rigor se prohibía el consumo del licor de miel, de cualquier bebida alcohólica procedente de cereales e incluso de conservas en vino.

Los alfaquíes o doctores de la ley, por su parte, advertían a menudo de que el consumo de alcohol podía provocar la cólera divina, conducir al infierno y llevar a la deshonra, como afirmaba Ibn Habib en el siglo IX. Otros recordaban los efectos perniciosos del vino: mal aliento, temblores, alteración de la visión y de la voz, embriaguez...

Margen de tolerancia

Pese al precepto del Corán, en el mundo islámico no existió una prohibición explícita del alcohol. En la práctica, todo dependía del rigor con que actuara cada una de las escuelas jurídicas del Islam. En al-Andalus, la escuela malikí fue la que se mostró más conservadora; toleraba el mosto, el vinagre de vino o el zumo de frutas. En cambio la hanafí permitió el consumo de licor de dátil.

Por otra parte, la actitud de las autoridades religiosas ante el consumo de alcohol dependía también de la condición social de los bebedores y del lugar y las circunstancias en que se bebía. El consumo en público estaba totalmente vedado, por lo que los amigos de Baco buscaban a veces lugares poco frecuentados, como las riberas de los ríos, jardines y cementerios.

En cambio, en privado uno podía hacer lo que se le antojase, ya que la tradición islámica considera el hogar un santuario, que no debe ser invadido ni siquiera para comprobar el cumplimiento de las normas religiosas. Por ello, en las fiestas y banquetes en casas particulares solía correr abundantemente el vino sin que nadie temiera una visita de la policía o una denuncia ante la justicia.

En el al-Andalus, el consumo de vino estaba más arraigado que en otros territorios del islam, pero también el de hachís

En al-Andalus, el consumo de vino estaba aún m��s arraigado que en otros territorios del Islam. Era una costumbre heredada de la época romana y visigoda que se conservó entre la población de religión cristiana que siguió viviendo bajo dominio musulmán.

El cultivo de la vid estaba muy extendido, especialmente en el valle del Guadalquivir, en la zona de Málaga y en el este peninsular. Comprar y beber vino también era posible en determinados lugares. Sabemos que en Córdoba existía un mercado del vino y que las alhóndigas (lugares donde se almacenaba grano) y las tabernas mozárabes eran un punto de reunión habitual.

Los cristianos estaban autorizados a vender vino, incluso en los monasterios. En el siglo XI, el poeta Ibn Shuhayd solía beber junto con monjes y novicios, y contaba que el repique de las campanas le provocaba más de un sobresalto y dolor de cabeza.

Las autoridades sabían muy bien dónde se vendía vino, pero hacían la vista gorda porque el sector reportaba pingües beneficios por los impuestos que debía pagar. Se conoce el caso de un musulmán que destilaba, almacenaba y vendía vino en su casa, lo que le valió una acusación de las autoridades, quizá más preocupadas por el hecho de que alguien evitase pagar impuestos que por el consumo de vino.

Pese a la taxativa prohibición de beber alcohol en público, había gente dispuesta a desafiar la norma. Según Ibn Abdun, poeta del siglo XII, en las calles de Sevilla era fácil encontrarse con «perdularios, impíos, bebedores y juerguistas» y «gente de mal vivir». Todos ellos solían acudir a las tabernas, donde no sólo se vendía vino, sino que muchas actuaban como casas de apuestas y prostíbulos encubiertos.

No dudaban tampoco en participar de las fiestas cristianas y judías. En Madrid, por ejemplo, «los infieles y los enemigos de Alá se juntaban con los siervos del Señor» y recorrían los campos con bailes y gritos poco decorosos y llenos de blasfemias en las noches de San Juan y de San Pedro.

Remedio contra la resaca

Las ciudades andalusíes, sobre todo la capital, Córdoba, gozaban de una agitada vida nocturna que se desarrollaba bajo el signo del carpe diem , «diviértete pues la vida se va». Incluso bajo el rigorista gobierno almorávide, en el siglo XI, el poeta Ibn Quzman proclamaba: «Desde que nací hasta ahora, pláceme el descoco, y hay algunas cosas que nunca me faltan: con todo bebedor y fornicador me junto».

Los noctámbulos disponían de recetas para evitar los efectos del alcohol, algunas muy curiosas, como sorber un huevo crudoantes de beber o ponerse en la boca sal, ruda y cominos. Peores eran los remedios contra la resaca: un sorbo de vinagre o de orín de burro.

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Aun así, algunos acababan perdiendo la compostura. Por ejemplo, un hombre llamado Ibn al-Salim asistió a una de las tertulias privadas de Abderramán III en las que, por supuesto, se bebía vino. Al parecer, el califa pretendía que al- Salim le cediera parte de su inmensa fortuna, pero éste ignoraba sus indirectas; al final, cortando una manzana, el califa comentó que le gustaría hacer eso mismo con los desagradecidos que, como él, se habían enriquecido sirviendo al Estado omeya.

El pobre hombre logró dar una excusa al califa, pero cuando se vio libre del peligro empezó a beber vino sin freno a causa de los nervios y acabó vomitando ante todos. Los esclavos se apresuraron a recoger el estropicio con toallas y recipientes, pero ese vergonzoso episodio quedó recogido por los cronistas.

Junto con el vino, otro de los placeres prohibidos era el hachís. Su consumo era habitual en al-Andalus, al menos desde el siglo XI, pero, como el vino, tampoco estaba bien visto, pues producía los mismos efectos. Para los alfaquíes el hachís embriagaba, desorientaba, provocaba comportamientos desvergonzados e incitaba al sexo y la sodomía.

Sin embargo, para algunos personajes como el poeta Safi al-Din al-Hilli, que vivió en el siglo XIV, el hachís resultaba mejor que el vino: era más barato, se ocultaba más fácilmente a la vista, su consumo estaba más tolerado y sus efectos eran mejores y más duraderos.

En época nazarí el consumo de hachís parece que estuvo bastante extendido. En Granada, el poeta y cronista Ibn al-Jatib quiso contradecir al jefe de policía del sultán nazarí, quien se vanagloriaba de haber puesto fin a los vicios de los granadinos.

La realidad distaba mucho de esa versión de los hechos y nuestro autor no dudó en espetarle a la cara que los fumaderos estaban llenos de gente y que él mismo era un asiduo de estos locales.

Además de su uso lúdico, los árabes conocían también el uso terapéutico del cáñamo. Desde época muy temprana contamos con referencias sobre los tratamientos que podían prepararse y sus beneficios frente a las afecciones auditivas y cutáneas, así como por sus propiedades antiparasitarias, depurativas y diuréticas. Sin duda, los andalusíes sabían muy bien cómo cuidarse y divertirse al mismo tiempo.