Trampas y corrupción

Cómo ganar las elecciones en el siglo XVIII

Los diputados en el Parlamento de Gran Bretaña debían ganarse el voto con discursos, folletos, promesas y sobornos.

Middlesex election  1804  (BM 1851,0901 1152)

Middlesex election 1804 (BM 1851,0901 1152)

Esta caricatura de James Gillray, de 1804, muestra al político Francis Burdett dirigiéndose en carroza a la tribuna.

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En 1714, hace 300 años, llegó a Londres un príncipe alemán para sustituir en el trono británico a la reina Ana, fallecida sin descendencia directa. Jorge I, que apenas podía pronunciar unas palabras en inglés y nunca despertó grandes simpatías entre sus nuevos súbditos, de inmediato despidió a los ministros anteriores y nombró  a otros de su gusto; lo normal en un monarca de la época. Pero justo a continuación tomó una decisión impensable en casi cualquier otro país de Europa: convocó unas elecciones para elegir a los miembros del Parlamento. 

En la Gran Bretaña del siglo XVIII se celebraban elecciones con gran regularidad. A partir de 1707, el momento en que se produjo la unión de Inglaterra y Escocia, las hubo en 1708, 1710, 1713 y 1715. Con la aprobación de la Ley Septenal de 1716, las elecciones se celebraban cada siete años, un plazo que se cumplió prácticamente siempre. En ellas se enfrentaban dos grandes partidos, los whigs y los tories, equivalentes grosso modo a liberales y conservadores. 

Los británicos, por tanto, se habituaron a la idea de que mediante sus votos podían determinar el gobierno del país, pues los ministros nombrados por el monarca debían contar con una mayoría suficiente de diputados en el Parlamento de Londres para apoyar su política; todo lo contrario de lo que sucedía en los demás países de Europa, gobernados por monarcas absolutos que no rendían cuentas a ninguna asamblea.

El voto, para unos pocos

Aun así, el sistema electoral británico tenía importantes limitaciones si se compara con el de las actuales democracias. De entrada, además de la exclusión de las mujeres, buena parte de la población masculina –se calcula que hasta un 75 por ciento– carecía de derecho de voto. En las zonas rurales, este derecho estaba restringido a los dueños de tierras o propiedades inmuebles que produjeran una renta anual mínima de dos libras; por tanto, los jornaleros y los criados quedaban al margen. 

Retuched Painting of Robert Walpole

Retuched Painting of Robert Walpole

Robert Walpole, primer ministro de Gran Bretaña (1721-1742). siglo XVIII.

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El sufragio universal masculino existía tan sólo en algunas circunscripciones urbanas (boroughs), doce de un total de 550. Además, cada circunscripción elegía dos diputados, con independencia de su población y de la evolución de ésta a lo largo del tiempo. De este modo, las nuevas ciudades industriales que surgieron principalmente en el norte de Inglaterra –Birmingham, Manchester y Liverpool– no tenían apenas representación, mientras distritos casi despoblados, los llamados «burgos podridos», seguían eligiendo a sus representantes directos: era el caso de Gatton, con sólo seis casas, u Old Sarum, un pueblo abandonado que seguía enviando dos representantes al Parlamento. El ejemplo más llamativo era Dunwich, al norte de Inglaterra, desaparecido hacía siglos bajo el mar por el movimiento de las mareas y las arenas, a pesar de lo cual seguía «eligiendo» a dos diputados.

Si el voto estaba reservado a los individuos acomodados, esa limitación económica regía todavía más para los candidatos a diputado. A menudo, era simplemente el hombre más rico del distrito el que se presentaba como candidato natural, contando con el voto seguro de su clientela y de los pequeños nobles de la zona. Pero cuando había candidatos alternativos era necesario desarrollar una «campaña electoral» que podía resultar considerablemente onerosa. 

Candidatos en campaña

Los candidatos contaban con agentes para movilizar a los electores. En 1705, un agente de dos candidatos tories escribía a uno de ellos, llamado Isham, sobre sus expectativas en las próximas elecciones en Northamptonshire: «En las últimas elecciones, Everton [una localidad del condado] tenía 34 votos, usted consiguió sólo 6 y Cartwright [su colega tory] 9, pero ahora me dicen que ambos conseguirán 30. Badby y Newnham [otras dos localidades] irán bien, así que espero que tendremos unos cien votos que nos fueron contrarios en las últimas elecciones». 

An Election III, The Polling, by William Hogarth(1)

An Election III, The Polling, by William Hogarth(1)

El día de la votación. Óleo por William Hogarth. 1754. Museo Sir John Soane’s, Londres. 

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El trabajo de captación de votos requería paciencia y saber encajar los desplantes. A un agente tory, por ejemplo, le dijo un vecino: «Ha venido usted al lugar equivocado, aquí todos somos whigs». También se repartían circulares impresas, a veces personalizadas, que pueden considerarse antecedentes de los actuales folletos electorales. 

Aun así, si no querían arriesgarse a sufrir una derrota inesperada, los candidatos debían intervenir personalmente. A principios del siglo XVIII, por ejemplo, el marqués de Wharton visitó el taller de un zapatero llamado Dick, pero sólo encontró a su esposa, con la que mantuvo el siguiente diálogo: «¿Dónde está Dick?». «Ha ido a llevar unos zapatos, pero no se preocupe, lo tengo controlado». «Lo sé, pero me gustaría ver a Dick y tomar un trago con él». «Lo siento mucho, pero tardará aún en volver». «Bueno, ¿cómo están tus hijos?». «Molly es una buena chica, gracias Milord». «Y Jimmy, el pequeño, ¿está crecido?». Así esperaba asegurarse el voto del zapatero. Otro método era pagar una ronda de cerveza en la taberna. Y si todo esto fallaba siempre quedaba el recurso infalible del soborno o la promesa de un cargo o una pensión.

Discursos y votaciones

No faltaban los encendidos discursos desde tribunas, a modo de modestos mítines en los que se repetían las consignas de cada partido; el político whig y durante años primer ministro Robert Walpole, por ejemplo, terminó de este modo su alocución ante los vecinos de su circunscripción en 1713: «Lucharemos duro por nuestra religión y libertad». Estos lemas aparecían también en banderas y pancartas que se colgaban en los días de votaciones. Los miembros de cada partido llevaban insignias distintivas (hojas de roble los tories, una cinta de lana los whigs) y hasta adoptaron un color propio: azul los tories, naranja los whigs.

True reform of Parliament, i e  patriots lighting a revolutionary bonfire in new Palace Yard

True reform of Parliament, i e patriots lighting a revolutionary bonfire in new Palace Yard

Caricatura de James Gillray en la que los radicales del Parlamento echan al fuego las leyes del país y tiran el trono del rey por la ventana.

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Las votaciones se desarrollaban en todo el país a lo largo de varios días. El voto era público (el secreto sólo se introdujo en Gran Bretaña en 1872) y los candidatos tenían el derecho de examinar los libros en los que se anotaba cómo había votado cada cual. Como se trataba de una sociedad predominantemente rural, los candidatos se encargaban de traer a los votantes desde partes remotas del condado, a menudo por carreteras en mal estado, hasta el núcleo urbano donde se votaba y donde les daban generosamente de comer y de beber y les pagaban la estancia antes de que volviesen a su pueblo. Todo ello suponía un desembolso de miles de libras

En el siglo XVIII no existían las «noches electorales», pues los resultados tardaban más en conocerse, pero no por ello la expectación era menor. En 1705, por ejemplo, un whig informaba por carta a un amigo: «Según el correo, se han elegido hasta 385 diputados, de los que 125 son nuevos y 32 tories». Hasta se hacían estimaciones a partir de resultados parciales: «Todavía no se han impreso las listas de diputados, pero se cree que whigs y tories están empatados», escribía otro. Por supuesto, no faltaban las acusaciones recíprocas de fraude electoral, a las que la prensa daba gran eco y que, desde luego, a menudo no carecían de fundamento. Pero mejor eso –pensaría la mayoría– que permitir el gobierno arbitrario de un monarca o resolver las diferencias mediante la violencia.