La inspiración del almirante

Colón y los libros de caballería

En la Baja Edad Media, la tradición caballeresca se confundía poco a poco con las vidas de santos. Muchas hazañas de santidad y de heroísmo laico se hacían por mar, e inspiraron a Cristóbal Colón

Ridolfo del Ghirlandaio   Ritratto di Cristoforo Colombo (1520)

Ridolfo del Ghirlandaio Ritratto di Cristoforo Colombo (1520)

Sobre estas líneas se reproduce uno de los supuestos retratos de Colón; éste fue atribuido a Ghirlandaio, aunque su autoría es dudosa. Museo Naval, Génova.

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Colón navegó, según dijo, «por donde hasta hoy no sabemos por cierta fe que haya pasado nadie». Muchos estudiosos lo han negado, insistiendo en que el supuesto descubridor debía de haber seguido el rumbo de un «piloto desconocido» u otro navegante anterior. No consta ninguna prueba de tal cosa. Pero su viaje sí tenía precedentes demostrables

Es decir, precedentes literarios. Le inspiraron no sólo los libros de geografía ya comentados por sus biógrafos e historiadores, sino también unas fuentes desveladas por investigaciones recientes: los romances de caballería –uno de los géneros novelísticos más populares, equivalentes en su día a nuestros libros de quiosco–. Desde la óptica de un estudiante de letras, la carrera de Colón fue un acto de plagio. Sacó de sus lecturas de obras de ficción un modelo a seguir, un patrón a imitar en su propia vida

En muchos libros de caballería de la época, el mar figuraba como campo de arriesgadas hazañas. La semejanza entre un navío engualdrapado de gallardetes y una jaca valerosa impresionó tanto a Alfonso el Sabio en el siglo XIII como al poeta Gil Vicente casi tres siglos después. El océano era, para autores y lectores de la Baja Edad Media, un espacio al mando de Dios, donde soplaban los querubines, donde el viento era fortuna y donde monstruos y mares devoraban y regurgitaban a los marineros. Por tanto, era el escenario ideal para peripecias inesperadas, cambios de fortuna, argumentos románticos y conclusiones morales. Los autores de los libros de caballería no lo podían resistir, ni los descubridores tampoco. Ni el mismo Colón. 

Claudius Ptolemy  The World

Claudius Ptolemy The World

Este planisferio de 1482, obra del cosmógrafo Nicolás el Alemán, ofrece la imagen del mundo hacia la época en que Colón perfilaba su proyecto.

En el argumento típico de una ficción de caballería del mar figura un héroe noble pero desdichado, vástago de una gran dinastía pero víctima de la malandanza (la mala fortuna) a quien se niega su herencia, pero que se lanza al océano, descubre una isla, vence a sus poseedores –que suelen ser monstruos, gigantes, o algo por el estilo–, se enamora de una princesa y termina por convertirse en el señor del lugar, recuperando el alto rango social que le corresponde. 

Colón, héroe de novela

Sería difícil imaginar un borrador más perfecto de la vida que Colón imaginó para sí mismo. En su biografía viene todo lo típico de tales romances: el protagonista de origen aparentemente humilde, que piensa tener antecesores aristócratas y almirantes; la lucha contra la fortuna; el matrimonio con una señora noble y un episodio amoroso con otra; el patrocinio de reyes; la aventura por mar; el hallazgo de una isla; los encuentros con seres míticos o monstruosos –concretamente con antropófagos desnudos– y las cabalgadas en las cuales éstos son conquistados, y el triunfo, por fin, de Don Cristóbal, Almirante del Mar Océano, virrey y progenitor de una raza de duques. 

Los escritores de libros de romance –esto es, de novelas– llenaban sus crónicas de fábulas y maravillas, y Colón hizo lo mismo. Colón habitaba un mundo saturado de recuerdos de literatura caballeresca. Su suegro, Bartolomeo Perestrello, era uno de los «caballeros y escuderos» que se reunían alrededor del infante portugués, Enrique el Navegante, quien celebró «grandes hechos» como el objeto de su vida.

iStock 1146115914

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Portugal llevaba la delantera en las exploraciones oceánicas. El monasterio de los Jerónimos (en la imagen) se fundó para conmemorar el viaje de Vasco de Gama a la India.

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Don Hernando Colón, hijo del Almirante, tenía en su biblioteca la Historia de la linda Melosina, cuyos hijos buscan reinos que ganar en islas lejanas. La supuesta amante del descubridor, doña Beatriz de Bobadilla, perteneció por matrimonio a la familia del conquistador canario Guillén Peraza, quien después de su muerte devino en personaje de romance: «Guillén Peraza, Guillén Peraza, / ¿dó está tu escudo, dó está tu lanza? / Todo lo acaba la malandanza».

Como Alejandro Magno

En los escritos del descubridor, tanto como en los acontecimientos de su vida, hallamos múltiples ecos del lenguaje de los romances. El momento más célebre, por ejemplo, de toda la historia de los descubrimientos fue aquel instante del 12 de octubre de 1492, cuando el vigía de la carabela Pinta lanzó el grito de «¡Tierra!» y anunció el Nuevo Mundo. El propio Colón negó al tripulante el mérito de haber sido el primero en descubrir tierra, insistiendo en que él mismo había visto una luz la noche anterior y reclamando para sí las albricias ofrecidas por los reyes: diez mil maravedíes y un jubón de seda. 

Este acto poco generoso se ha explicado de varias maneras: como resultado de mezquindad, falta de honradez o exceso de codicia. Pero resulta más fácil comprenderlo remitiendo a una de las versiones castellanas del romance medieval de Alejandro el Magno, en la cual éste realiza su propio descubrimiento por mar. Rezan los versos textualmente: «Díxoles Alixandre, de todos más primero / Antes lo vió él que ningunt marinero».

Saint brendan german manuscript

Saint brendan german manuscript

La historia de San Brandán fue una de las muchas inspiraciones caballerescas de Colón. Arriba manuscrito dedicado a la vida del santo que muestra a su nave encallada en la espalda de un monstruo marino. 1460, Biblioteca de la Universidad de Heidelberg.

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La tierra que Colón iba buscando era la referida en esta copla: la India, a donde también llegó el protagonista de la Historia de los amores de París y Viana, un auténtico best seller del siglo XV. Efectivamente, Colón solía compararse con el gran Alejandro. Más tarde calificó sus descubrimientos como «otro  mundo en que se trabaxaron Romanos y Alexandre y Griegos para la aver». Pero el Alejandro a quien Colón imaginaba no era el personaje histórico, sino el héroe de las versiones románticas

Muchos temas del pensamiento del Almirante eran lugares comunes de la literatura caballeresca: los viajes de Alejandro, la búsqueda de las Amazonas, el hallazgo del Paraíso terrenal. La llegada a ese destino soñado les ocurrió a menudo a los héroes de las novelas. Huon de Burdeos, personaje de un ciclo de romances basados en la época de Carlomagno, estuvo allí; sir John Mandeville aseguró haber estado cerca. San Brandán (o san Borondón), el más famoso de los santos cuyas supuestas navegaciones se celebraban en cuentos de sabor caballeresco, sufrió, como Colón, experiencias místicas y terminó encontrando el Paraíso terrenal. 

Folio 25v   The Garden of Eden

Folio 25v The Garden of Eden

El paraíso terrenal. miniatura perteneciente a las muy ricas horas del duque de Berry. Siglo XV. Museo Condé, Chantilly.

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Hasta los conceptos geográficos del Almirante mostraron la influencia de lecturas caballerescas; en concreto, del libro de viajes del siglo XIV, hoy perdido, conocido como Inventio fortunata, que narraba las andanzas de un fraile por los mares que ya había surcado el rey Arturo. El fraile visitó «las islas más septentrionales» del mundo y llegó al polo ártico nada menos que cinco veces. De allí, según uno de los primeros biógrafos de Colón –que manejó sus manuscritos–, coligió el Almirante la existencia de islas desconocidas más allá de las Azores portuguesas. 

Hombres  salvajes

La misma tradición literaria moldeó el encuentro de Colón con los habitantes de las islas que recorría. Tropezó con aquella gente ��desnuda» y «salvaje» ya prefigurada en la tradición caballeresca: el homo silvester u «hombre salvaje de los bosques», que es el adversario del caballero errante en innumerables obras de arte medieval. Sus oscilaciones morales entre salvajismo y ejemplaridad formaban parte de la mentalidad colectiva occidental del momento. 

No parece extraño, pues, que Colón, frente a los habitantes del Nuevo Mundo, les notase las mismas ambigüedades, reconociendo, por una parte, que eran muy aptos para ser esclavizados y, por otra, que parecían dotados de genio natural, con una disposición a reconocer a Dios. De igual manera, Enrique el Navegante calificó de homines silvestres a las víctimas de sus expediciones a las costas africanas. 

Wild men with pig's bristles   Der naturen bloeme   Jacob van Maerlant   KB KA 16   042r b2

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Hombres salvajes en un tratado naturalista de Jacob van Maerlant escrito hacia 1350. Biblioteca Nacional de Holanda.

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Tampoco es sorprendente que por la influencia de la literatura caballeresca Colón acabara viéndose como un héroe del género, un «capitán», como escribió él mismo, «de caballeros y conquistas». A veces resultó difícil distinguir las ficciones novelísticas de las narraciones históricas: miembros del séquito de Enrique el Navegante se dieron nombres como Tristão y Lanceloto para recordar los cuentos de la mesa redonda del rey Arturo. 

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De Sevilla (unida con el mar por el Guadalquivir)  partieron el audaz Pero Niño, Colón y los conquistadores. Arriba, la torre del Oro sevillana.

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Los tripulantes de Diego de Orellana creían haber tropezado con amazonas y dieron ese nombre al río por el cual navegaron. El Nuevo Mundo comenzó a novelarse en el momento de su descubrimiento, o aún más, antes de que se descubriese, en mentalidades saturadas de imágenes caballerescas, en las que se imaginaba una América que quedaba por descubrir: la tierra de las amazonas, el castillo embrujado de Amadís que contempló Bernal Díaz del Castillo al ver las torres de Tenochtitlán o la California de la reina Calafia de Las Sergas de Esplandián.