Vivamos, Lesbia mía, y amemos; / los rumores severos de los viejos que no valgan ni un as para nosotros». Con estas palabras se dirigía el gran poeta latino Cayo Valerio Catulo, sobre el año 60 a. C., a cierta mujer de la que se había enamorado locamente en Roma. El nombre poético otorgado a su amada ocultaba el de una mujer de carne y hueso, Clodia Pulcra.
Cronología
Una mujer distinta a las de su tiempo
94 a.C.
Nace en Roma Clodia, fruto del matrimonio patricio formado por Apio Claudio Pulcro y Cecilia Metela.
60 a.C.
El poeta Catulo se instala en Roma. Se introduce en los ambientes literarios e inicia una relación con Clodia.
59 a.C.
Tras la muerte de su marido, Clodia acaba su relación con Catulo. El poeta, despechado, la ataca en sus poemas.
56 a.C.
Clodia termina su relación con el joven Celio. Acusado de querer envenenarla, Celio es defendido por Cicerón.
45 a.C.
Años después del juicio, Cicerón intenta comprar a Clodia su casa del Trastévere.
Clodia conocía mejor que el poeta la moral romana respecto al sexo y al matrimonio, cuyo fin último era la procreación, y del cual estaban excluidos el amor y el placer, reservado este último para que los maridos se solazaran con las concubinas, las prostitutas o los efebos y no con sus castas esposas. De ellas se esperaba que engendraran hijos, obedecieran a sus maridos y practicaran en el hogar las virtudes tradicionales de las matronas romanas.
En tal modelo fue educada Clodia, que nació hacia el año 94 a.C. en el seno de una estirpe patricia, la familia Claudia, una de las más prestigiosas de la Roma republicana. Llegado el momento, cumplió con el deber inexcusable de casarse, de acuerdo con los intereses familiares, con Quinto Cecilio Metelo Céler, perteneciente a una casa tan ilustre y rica como la suya.
De ese matrimonio, mal avenido, nacerían una hija y muchas habladurías. Roma era una ciudad deslenguada, amiga de chismes y cotilleos. Las termas, los banquetes, los intermedios de los espectáculos del circo o del anfiteatro, los paseos y las compras en los mercados y en el Foro resultaban mil veces más interesantes si se adobaban con comadreos sobre los demás.
Un poeta enamorado
Clodia fue, sin duda, una mujer bella y muy atrayente. En esto último debía de influir tanto su aspecto físico como su notable personalidad, pues además de ser culta, inteligente y buena conversadora tenía carácter e independencia de criterio y hacía gala de cierta rebeldía.
Clodia era culta, buena conversadora, rebelde y tenía carácter.
Por influjo de la cultura griega, empezaba a descubrirse en la Urbe la pasión amorosa –un tabú desde tiempos arcaicos–, y la juventud se debatía entre el anhelo profundo de experimentarla y cierto temor a romper con la moral antigua sobre la que se sustentaba la estructura social. La llegada a Roma del poeta veronés Cayo Valerio Catulo y su integración en el círculo de amistades de Clodia supuso un punto de inflexión en las vidas de ambos.

Cuevas de Catulo
Estos restos de una villa romana en Sirmione reciben este nombre porque el poeta vivió en la zona durante un tiempo, aunque la construcción corresponde a un período posterior.
Foto: Shutterstock
Él se enamoró apasionadamente de esta dama y, por primera vez en la literatura latina, compuso bellos y conmovedores versos en los cuales expresaba su amor y su admiración por ella y su propia turbación ante esa emoción arrolladora. De la intensidad de los sentimientos de Clodia hacia Catulo poco sabemos. Quizá le correspondió durante un tiempo o tal vez le halagara haber despertado el amor de un joven al que llevaba diez años, y se dejó querer. Según el poeta, sólo en una ocasión Clodia le concedió sus favores, lo que no parece mucho. Catulo hubo de regresar a Verona y el idilio clandestino quedó en suspenso.
No al matrimonio
En su ausencia, ya en 59 a.C., el marido de Clodia sufrió un accidente doméstico que le costó la vida. Contraviniendo uno de los usos más arraigados en la sociedad romana, el de que las matronas divorciadas o viudas en edad de procrear contrajeran enseguida un nuevo matrimonio, Clodia decidió no volver a casarse. Esta actitud debió de disgustar a sus coetáneos, ya que siempre había familias a la búsqueda de una esposa provista de una buenadote para alguno de sus parientes, y porque una mujer sin un varón que la controlase constituía un peligro social puesto que su ejemplo podía extenderse.
Indiferente a tales consideraciones, Clodia, a sus 35 años, rica, con ganas de disfrutar de la vida y hacer su voluntad sin necesidad de litigar con un marido, retomó su intensa vida social. Le gustaba rodearse de jóvenes, y en sus mansiones de Roma y de Bayas siempre había bulliciosos invitados, alegres banquetes amenizados por músicos, excursiones en barco, fiestas a la orilla del mar o del Tíber, recitales poéticos, danza y buenas viandas.
Clodia sufrió numerosos agravios públicos por su conducta
Catulo regresó entonces a Roma con nuevos planes y deseos. Apenas un año antes, mientras todavía estaba casada, invitaba en sus versos a Lesbia a disfrutar del amor sin prejuicios, pero –contradicciones de su tiempo– ahora quería convertirse en su marido. Catulo se tomó muy mal la rotunda negativa de Clodia. Y le sentó peor todavía enterarse de que la atención y los favores de su amada recaían en uno de sus propios amigos, llamado Celio, pupilo de Cicerón.
Al dolor por su amor contrariado, Catulo añadió grandes dosis de rencor, un deseo de venganza que satisfizo componiendo versos contra Clodia que destilaban veneno. La atacó con terribles acusaciones: aquella Lesbia a quien había amado más que a sus propios ojos era ahora la más barata, cruel y despreciable de las prostitutas. Debió de ser humillante para Clodia recibir tan feroces ataques en forma de poemas que, probablemente, se venderían en las tiendas de la vía del Argiletum, la calle de los libreros, y serían la comidilla de los salones aristocráticos.
Y aún habría de sufrir más agravios públicos, esta vez propiciados por la ruptura con su amante Celio y por la lengua afilada de Cicerón. Este último defendió a Celio de la acusación de intentar envenenarla para no devolverle un dinero que ella le había prestado.

La villa de Clodia
En el siglo XIX se hallaron en terrenos de la actual Villa Farnesina los restos de una lujosa villa con jardines, exedra y criptopórticos. Estaba decorada con pinturas murales: escenas amorosas en los dormitorios; candelabros, guirnaldas y paisajes idílicos en el comedor y otras estancias. Se ha sugerido que era la villa de Clodia.
Foto: Scala, Firenze.
El juicio se celebró en el año 56 a.C., y el orador y político aprovechó la ocasión para ajustar cuentas con Clodia –también su corazón, ¡ay! había sido víctima de los encantos de la dama– y, de paso, atacar a su hermano menor, Clodio, a quien ella estaba muy unida y al que Cicerón odiaba a muerte.
Los infundios de Cicerón
En su discurso de defensa, el Pro Caelio, Cicerón no se anduvo por las ramas. Describió a Clodia como una viuda que vivía con «descarada desfachatez, en medio de una pródiga opulencia y con el libertinaje de una meretriz»; criticó sus maneras, su forma de vestir, su libertad al hablar y el hacer todo ello «a plena luz del día». Su defendido, en cambio, era un joven honesto e incapaz de cometer maldad alguna. ¿Y quién podría reprocharle que se relacionara con una mujer que se comportaba como una prostituta cuando la prostitución jamás había estado prohibida?
Por si esos argumentos no fueran suficientes para denigrar a Clodia –los divorcios, los adulterios y el disfrute de las riquezas eran moneda corriente en Roma–, la culpó de haber envenenado a su marido y
de acostarse con su propio hermano, Clodio. «La Medea del Palatino», como la llamó, era la causante de todos los males que sufría su pupilo.
Después de este juicio, nada más sabemos de Clodia. Tampoco conocemos opiniones más ponderadas sobre su vida ni los argumentos de quienes debieron defenderla de tales ataques. Celio, su antiguo amante, fue absuelto. Clodia, en cambio, veinte siglos después aún arrastra la fama de ser la mujer depravada, envenenadora e incestuosa que describió, sin fundamento, Cicerón. Muchos lectores de Catulo, por empatía con el poeta, creen que sus versos contra ella reflejan una verdad absoluta; asistimos al triunfo de la maledicencia. La última noticia que tenemos de Clodia es que en el año 45 a.C. aún vivía, pues Cicerón pretendía comprarle su villa del Trastévere. Es de esperar que no se la vendiera.
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El pajarito de la bella Clodia
Lesbia y su gorrión. Óleo por Edward John Poynter. Siglo XIX. Lesbia es el nombre que Catulo daba a Clodia en sus poemas.
Foto: Bridgeman / ACI
En los tiempos en que vivía enamorado de Clodia, Catulo compuso dos poemas que ofrecen de ella una imagen cercana y cálida, de una intimidad no exenta de picardía. Clodia tenía un pajarito amaestrado al que dejaba jugar en su regazo y amaba mucho «pues era meloso y conocía a su dueña / tan bien como a su madre una chiquilla / y no se apartaba de su seno». Cuando sentía añoranza de su amado, entablaba con el ave «no sé qué querido jugueteo» para consolarse. Su muerte la apenó mucho. Por su causa, diría el poeta, «los ojos de mi niña están rojos e hinchados de llorar».
Este artículo pertenece al número 202 de la revista Historia National Geographic.