Durante el verano del año 1099, una noticia corre por tierras de la península Ibérica, y su eco resuena más allá incluso de los Pirineos; de hecho, será recogida en el cronicón del monasterio de Maillezais, en el Poitou, con estas palabras: «En España, dentro de Valencia, falleció el conde Rodrigo, y su muerte causó el más grave duelo en la cristiandad y gozo grande entre los enemigos musulmanes». En efecto, había expirado Rodrigo Díaz, el de Vivar, el Campeador, cuyas hazañas militares habían deslumbrado una y otra vez a todo el mundo. Fuera quien fuese el enemigo y sin importar las condiciones desiguales en que hubiese entablado combate, Rodrigo se había hecho siempre con la victoria.
Ahora dejaba tras de sí un legado impresionante, aunque frágil. Después de años de maniobras políticas y de victorias militares había conquistado la ciudad de Valencia, la Balansiya de ricos jardines y fértiles huertas que cantaban los poetas árabes, y había sido capaz de defenderla de los intentos de conquista que protagonizaron las fuerzas almorávides. En vida, Valencia se había convertido en la obsesión de Rodrigo. Hizo de su conquista su razón de ser, su definición vital, y para obtenerla se movió con la dosis justa de equilibrio político y fiereza militar que un juego de tronos de esas características merecía.
La amenaza almorávide
Valencia era el objeto de deseo de todas las miradas. La señora del Levante, siempre oscilando entre la atracción de Toledo o la entente con las taifas de Tortosa y Denia, era clave en la organización política de la Península. En torno a ella se arremolinaban los intereses de los reyes de Castilla, de Zaragoza, de Aragón, del resto de taifas de Levante y de los condes de Barcelona. Y, a partir de 1086, de los almorávides. Los hechos que conducirán a Rodrigo hasta Valencia empiezan con la caída de la Toledo islámica en poder de Alfonso VI, rey de León y Castilla, el 25 de mayo de 1085, lo que trastoca de manera irreversible el equilibrio de poder en la Península. Si la fortuna sonríe a castellanos y leoneses, el terror ante la nueva situación lleva a al-Mutamid, rey de Sevilla, a lanzarse en brazos de los almorávides, abriéndoles las puertas de la Península; decisión que modificará drásticamente las relaciones entre cristianos y musulmanes.

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Santo Domingo de Silos. El Cid donó a este monasterio burgalés, en 1076, dos villas pertenecientes a su señorío. El claustro que aparece en la imagen empezó a construirse en el año 1081.
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Los almorávides son el fruto de la reciente islamización de las tribus del Sáhara y les mueve el celo rigorista del converso. Cuando pisan la Península lo hacen sin concesiones, ni ante los reinos cristianos ni mucho menos ante el lujo andalusí. Traen consigo, además, nuevas maneras de combatir. El estruendoso tañido de sus tambores llena el campo de batalla, y sus efectivos se mueven compactos, en una marea humana milimétricamente organizada a través de señales de mando. El 23 de octubre de 1086, Yusuf ibn Tasufin, emir de los almorávides, derrota sin paliativos en Sagrajas al ejército de Alfonso VI. Atrás queda la euforia de la conquista de Toledo; serán unos años duros para las aspiraciones expansionistas del soberano.
El Cid marcha a Levante
La derrota en Sagrajas tendrá un efecto inesperado. Alfonso llama al Campeador a su lado; lo había desterrado cinco años atrás, pero ahora lo necesita. Rodrigo ha pasado este tiempo luchando a las órdenes de los reyes de la taifa de Zaragoza, alejado de Castilla. Ahora Alfonso tiene que recurrir a él para ampliar su influencia en el Levante. Durante los siguientes años, Rodrigo se convertirá en el brazo del soberano en Valencia, donde gobierna al-Qadir, el antiguo señor de Toledo, colocado allí por el monarca castellano. El de Vivar defenderá los intereses de este último en un complicado avispero político en el que participan los reyes de Zaragoza y de Lérida, el conde Berenguer Ramón II de Barcelona, el propio al-Qadir y las diferentes facciones políticas de la misma Valencia. Como muestra de buena voluntad, Alfonso concede a Rodrigo el derecho a todas las tierras y castillos que gane en el Levante luchando a sus órdenes. Le pertenecerán a él y a los suyos por derecho hereditario, sin más señor directo que el propio monarca.

Coin of Almoravid ruler Ali ibn Yusuf, struck at the Isbiliya (Seville) mint
El poder almora´vide. Procedentes del norte de A´frica, los almora´vides conquistaron las taifas de la Peni´nsula y sembraron el terror en al-Andalus. Arriba, dinar acun~ado por el emir Ali Ibn Yusuf. 1123.
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Con la vuelta del Cid al Levante, ahora apoyado por Alfonso, se trastocan las alianzas de los últimos años. El conde de Barcelona se ofrece como aliado al rey de Zaragoza, que se siente abandonado por el que durante años ha sido su brazo armado, y ambos ponen cerco a Valencia, mientras Rodrigo aún se encuentra en Castilla. Pero no cuentan con el espectacular regreso del Campeador al Levante. Rodrigo se abre paso hasta Valencia, sometiendo al pago de tributos (las parias) a todo el territorio entre Daroca y Teruel, así como al rey de Albarracín. Cuando llega cerca de Valencia con su ejército, el conde de Barcelona decide retirarse, y deja al Cid dueño de la situación. Al- Qadir acuerda pagarle una cuantiosa cantidad a cambio de su protección y le otorga, además, el derecho a residir en el arrabal de la Alcudia, donde podrá vender el botín que consiga en sus incursiones por la zona. Desde esa posición de fuerza, Rodrigo no tarda en meter en cintura a los alcaides de los castillos cercanos y reconstruye, en mejores condiciones que antes de Sagrajas si cabe, las expectativas castellanas en el Levante.
La conquista de Valencia
Pero del norte de África llegan de nuevo rumores preocupantes. Yusuf, que tras Sagrajas se había retirado a sus posesiones africanas, retorna a la Península y se enfrenta a dos enemigos: García Jiménez, que desde el castillo de Aledo lanza repetidas incursiones en Granada y Alicante, y el propio Rodrigo, inmerso en plena reorganización del Levante y a quien los almorávides perciben como el mayor peligro para sus intereses.

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Palacio de la Aljafería. El rey de la taifa de Zaragoza, Al-Muqtadir, levantó este fastuoso palacio, cuyo lujo debió admirar el Cid cuando estuvo al servicio de este soberano y de su hijo a partir de 1081.
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El destino volvía a unir a Yusuf y Rodrigo en una misma espiral de acontecimientos. Si la victoria del primero en Sagrajas había puesto punto y final al destierro del segundo, la intervención de Yusuf en Aledo significará el arranque del segundo destierro del Cid. A causa de diversos malentendidos, Rodrigo no consigue llegar a tiempo de reunirse con el ejército que Alfonso envía en socorro de Aledo. Sus enemigos en la corte, que no debían de ser pocos, aprovechan este episodio para avivar los recelos que el monarca siente por el Cid. La ira regia fulmina al Campeador, que se ve desposeído de todas sus heredades, posesiones y privilegios. A partir de ahora Rodrigo cabalgará solo, sin más ayuda que la que su mesnada y sus armas puedan proporcionarle.
La primera prueba de fuego no tarda en llegar. En el pinar de Tévar, Rodrigo bate a su adversario, el conde de Barcelona, coligado con los reyes de Zaragoza y Lérida. Ahora tiene las manos libres para actuar en Valencia. Nada ni nadie es capaz de detener sus aspiraciones, y comienza a aparecer como el único, cristiano o musulmán, capaz de plantar cara a los almorávides. De forma paralela, Yusuf se presenta como el único capaz de enfrentarse a Rodrigo. Las taifas de Granada, Sevilla, Jaén, Murcia y Denia han ido cayendo ante él, y el aura victoriosa del emir almorávide insufla a los sectores más rigoristas de Valencia esperanzas suficientes como para animarse a derrocar y asesinar a al-Qadir, y a rebelarse contra el protectorado de Rodrigo.

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Invencible en batalla. El Cid amenaza a los defensores de Valencia en un combate al pie de la muralla de la ciudad levantina. Litografía de Ramón Molina, 1880.
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Empieza así el asedio del Cid a Valencia. Durante más de diecinueve meses, el Campeador y sus hombres acecharán la ciudad desde los arrabales del norte. Rodrigo no se siente atado al nuevo señor de Valencia, Ibn Yahhaf, de quien se rumorea que asesinó con sus propias manos a al- Qadir durante la revuelta. El cerco se vuelve asfixiante y la ciudad se rinde el 15 de junio de 1094. La entrada del Cid en Valencia viene acompañada de diferentes concesiones a los vencidos. Rodrigo ha llegado para quedarse, como lo demuestran sus intentos de apaciguar a sus nuevos súbditos.
Un triunfo épico
Pero no queda tiempo para el descanso. Apenas conquistada la ciudad, llega la noticia que ninguno de los hombres de Rodrigo esperaba escuchar y que buena parte de la población recibe con entusiasmo: un enorme ejército almorávide, a las órdenes del sobrino de Yusuf, se dirige hacia la ciudad de Valencia con la intención de recuperarla. Pronto, el retumbar de sus tambores de guerra inunda las huertas cercanas a la ciudad y su número hace enmudecer a los guerreros atrincherados tras las murallas. Ibn Alqama, testigo de los hechos, nos cuenta que únicamente el Cid mantiene la calma ante la situación y evita que el terror se propague entre los defensores.

Great men and famous women a series of pen and pencil sketches of the lives of more than 200 of the most prominent personages in history Volume 5 (1894)
Un justo castigo. En este grabado de una edición del Cantar del Mío Cid, el Campeador ordena la ejecución en la hoguera del traidor Ibn Yahhaf. Grabado de Alphonse Marie de Neuville, 1880.
Poco le sorprende la fama de sus enemigos; sabe que él mismo provoca entre ellos un efecto parecido. Además, han llegado rumores de que el rey Alfonso, con quien ha hecho las paces recientemente, avanza a marchas forzadas con su ejército para sumarse a la defensa de la ciudad. La tranquilidad de Rodrigo es tal que, como nos informa el Cantar, incluso se permite fanfarronear ante su esposa Jimena prometiéndole que en menos de quince días pondrá a sus pies esos tambores cuyo estruendo tanto la asusta.
Y así lo cumplirá. El 21 de octubre de 1094, cuando apenas ha transcurrido la primera semana de asedio y mediante una celada perfectamente ejecutada, Rodrigo aplasta en Cuarte a los almorávides, que desde hacía nueve años dominaban el panorama militar en la Península. Los vencerá una segunda vez, menos de tres años después, en Bairén. Entonces llega lo inesperado: en julio de 1099, Rodrigo muere en Valencia.

València el 1563, per Anton van den Wyngaerde
El Cid, amo de Valencia. Tras un largo asedio, el Cid conquistó Valencia y se convirtió en su señor. Aquí aparece la ciudad en una aguada de Anton Wyngaerde, del año 1571. Biblioteca Nacional, Viena.
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El vacío que deja no tarda en hacerse dolorosamente patente. Jimena, su viuda, intentará defender el legado de su marido con la ayuda del conde de Barcelona –su yerno– y del rey de Castilla, pero todo será en vano. En 1102 se ve obligada a evacuar la ciudad, que incendia a su marcha, y a regresar a tierras de Castilla. Para entonces es evidente que sólo el genio militar de Rodrigo había permitido la conquista y mantenimiento de Valencia. En adelante, la leyenda del Cid, iniciada ya en vida, cobrará fuerza paso a paso.