No cabe duda de que Christiane Desroches Noblecourt ha pasado a la historia como una de las egiptólogas más reputadas del mundo. Tal vez incluso la más importante. En el haber de esta egiptóloga francesa se cuenta, además de sus muchos logros en el terreno de la investigación, el haber sido en la década de los años sesenta la gran impulsora del salvamento de los templos Ramsés II en Abu Simbel, además de otros muchos templos de Nubia (los cuales en la actualidad pueden admirarse en su nuevo emplazamiento), amenazados con quedar sumergidos para siempre por la construcción de la gran presa de Asúan. Para lograr lo que muchos especialista y expertos consideraban una idea irrealizable, Desroches contó con el apoyo de la UNESCO, del presidente Charles de Gaulle y del ministro de Cultura francés André Malraux.
Además de trabajar como conservadora jefe de Antigüedades Egipcias del Museo del Louvre durante cinco décadas, y de ser reconocida como una de las grandes expertas mundiales en Ramses II, Desroches fue también una de las principales promotoras de la exposición monumental sobre Ramsés II que se celebró en París en 1976 y que fue visitada por más de un millón de personas. La famosa egiptóloga, que durante la Segunda Guerra Mundial fue una infatigable luchadora contra la ocupación nazi, falleció el 23 de junio de 2011 a los 97 años, tras haber pasado mas de medio siglo en Egipto contribuyendo a dar a conocer al mundo la riqueza arqueológica del país de Nilo y evitando con su firme actuación que este magnífico legado se perdiera para siempre.
Tratada con condescendencia
La vida de Christiane Desroches Noblecourt, que nació en París el 17 de noviembre de 1913, es una historia ligada a su enorme fascinación por el antiguo Egipto. Su gran pasión nació cuando Howard Carter descubrió la tumba de Tutankamón en 1922 y Christiane, entonces una niña de 9 años, vio las fascinantes imágenes del arqueólogo inglés saliendo de la tumba del faraón niño cargado de maravillosos tesoros. Con el tiempo, Christiane no escatimó esfuerzos para convertirse en la primera mujer egiptóloga de su país en la década de 1950, unos esfuerzos que se vieron recompensados con dos doctorados y con su incorporación en el prestigioso Instituto Francés de Arqueología Oriental. Pero a pesar de su impresionante currículo, Christiane tuvo que enfrentarse a las reticencias de la comunidad egiptológica de su tiempo, formada básicamente por hombres. Respecto a este tema, Christiane hizo unas singulares declaraciones al diario Le Monde: "Cuando me nombraron, hubo una especie de camarilla en mi contra; los otros miembros querían que me despidieran: '¡Es una niña! ¡Ella morirá en los sitios de construcción!' ¡Al final enfermaron todos y fui yo quien los cuidó!".
Christiane no escatimó esfuerzos para convertirse en la primera mujer egiptóloga de su país en la década de 1950.

Fotografía de Christiane Desroches Noblecourt tomada el 25 de junio de 2011.
Foto: PD
En 1937, Christiane partió a la que sería su primera misión en Egipto, supervisada por su maestro, el prestigioso egiptólogo Etienne Drioton. Una de anécdotas entrañables, y que dice mucho de los tiempos que le tocaron vivir a la joven Christiane, es el consejo que le dio su madre poco antes de zarpar a bordo del vapor Champollion rumbo al por aquel entonces misterioso Egipto: "No hables con extraños y no te quites el salacot", le advirtió su progenitora. Una vez en el país del Nilo, Christiane fue la primera mujer miembro del Instituto Francés de Arqueología Oriental (IFAO) y la primera en dirigir una excavación en 1938. De nuevo en Francia, y tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Christiane formó parte activa de la Resistencia, y con sus medios luchó contra la ocupación nazi de su país. Por ejemplo, hizo llevar toda la colección egipcia del Museo del Louvre, de la cual era responsable, al castillo de Saint-Blancard para su protección. Durante esa época, en diciembre de 1940, conoció a André Noblecourt, con quien se casó en 1942.
El renacer de Abu Simbel
Años después, durante la Guerra Fría, Christiane actuó como mediadora para que 50 países se pusieran de acuerdo con un solo propósito: encontrar la financiación y al mejor equipo para hacer frente al "faraónico" rescate de los templos de Nubia y, sobre todo, de los templos de Abu Simbel, situados después de la primera catarata del Nilo. La operación, que costaría más de 40 millones de dólares de aquel momento, serviría para salvar a estos imponentes monumentos de ser engullidos por las aguas del Nilo durante la construcción de la gran presa de Asuán en 1960. Afortunadamente, la voz de Christiane fue escuchada, aunque surgieron dudas sobre los peligros y dificultades que presentaba una obra de aquella magnitud. Finalmente, la UNESCO encargaría a la egiptóloga un censo de todos los lugares arqueológicos que corrían riesgo de resultar inundados; la cantidad de yacimientos en peligro era tan elevada que Christiane no dudó en embarcarse en una ambiciosa cruzada para salvar todos aquellos lugares.
Christiane logró encontrar la financiación y el mejor equipo para hacer frente al "faraónico" rescate de los templos de Nubia.

Trabajos de traslado de los colosos de Ramsés II en Abu Simbel.
Foto: PD
Al final, los esfuerzos de Christiane obtuvieron recompensa: encontró patrocinadores y arquitectos dispuestos a participar en el proyecto y también allanó el camino para organizar reuniones con los arqueólogos, primando por encima de todo la "idea" de salvar los sitios arqueológicos en peligro de desaparición. Así, con las obras de la presa ya en marcha, entre 1964 y 1968, los templos de Abu Simbel fueron cortados en grandes bloques (con un peso de 20 a 30 toneladas), reensamblados y situados en una nueva ubicación, 65 metros más arriba y a 300 metros de su emplazamiento original. En esta imponente obra trabajaron más de 2.000 obreros liderados por un grupo de canteros italianos, expertos en mármol de Carrara, que se enfrentaron a uno de los mayores desafíos de la historia de la ingeniería arqueológica.
Además de Abu Simbel hubo otros muchos templos que Christiane Desroches Noblecourt logró salvar. Philae y Amada, por ejemplo, se libraron también de quedar sumergidos para siempre. Pero su lucha no terminó allí. En medio de la crisis de Suez, una contienda militar que se libró sobre territorio egipcio en 1956, y que implicó una alianza militar entre Reino Unido, Francia e Israel contra Egipto, Christiane luchó denodadamente para salvar la biblioteca del Instituto Francés de Arqueología Oriental en El Cairo, algo que gracias a sus contactos pudo conseguir. Ella misma fue, a lo largo de su dilatada carrera, autora de una treintena de libros, algunos de ellos tan importantes como La mujer en tiempos de los faraones, además de desempeñar un papel fundamental en la difusión del conocimiento sobre el antiguo Egipto.
Christiane y su historia con Ramsés II
Christiane Desroches Noblecourt ha pasado asimismo a la historia como una de las grandes expertas mundiales en Ramsés II, y también resultaría decisiva en otro salvamento: el de la momia del faraón. Treinta y tres siglos después de ser embalsamado con los mejores ungüentos y las mejores vendas de lino, el tiempo, inexorablemente, empezó a hacer mella en la momia del viejo faraón. En vista del continuo deterioro, y con la ayuda de las autoridades egipcias y francesas, Christiane empezó a organizar su nueva misión de salvamento.
Christiane también fue decisiva en otro salvamento: el de la momia del faraón Ramsés II.

La momia del faraón Ramsés II. Museo Egipcio, El Cairo.
Foto: Cordon Press
El 26 de septiembre de 1976, Ramsés II, el faraón más longevo y famoso de la historia, tuvo que abandonar la tierra que lo vio nacer y morir. La momia fue colocada dentro de un sarcófago de madera de roble especialmente fabricado y a prueba de choques, incendios e insumergible. El antiguo gobernante, escoltado por un destacamento del ejército egipcio, abandonó las arenas del desierto, no sin que Christiane, que lo acompañó en todo momento, hiciera que el avión sobrevolara las pirámides de Giza como homenaje al soberano. A su llegada al aeropuerto de Le Bourget, en París, se le rindieron honores de jefe de Estado y la momia fue trasladada al Museo del Hombre, donde se habilitaron dos estancias con aire acondicionado para mantener la temperatura y la humedad adecuadas para su conservación, y se tapiaron las ventanas para impedir el paso de luz solar. La momia real fue sometida a un minucioso proceso de restauración y también fue estudiada a fondo.
El amor de Christiane por Egipto
Tras el éxito del proyecto, y en agradecimiento por los esfuerzos del Gobierno francés tanto en el salvamento de Abu Simbel como en la conservación de la momia de Ramsés II, el presidente egipcio, Anwar el-Sadat, envió un telegrama a su homólogo francés, el presidente Valéry Giscard d'Estaing, en el que decía: "Querido y gran amigo. Doy gracias a Francia, por el grandioso trabajo de sus expertos. La cooperación científica y técnica de nuestros países, enorgullecerá a las generaciones futuras". Pero aquí no acabaron las actividades de Christiane. La famosa egiptóloga también propició la organización de una grandiosa exposición sobre Tutankamón en el Louvre en el año 1967, que atrajo a un gran número de visitantes. Esta muestra fue seguida por otras exhibiciones sobre Ramsés II en 1976, y sobre Amenhotep III en 1993. Como reconocimiento, el Gobierno egipcio donaría al Louvre un busto del faraón Akenatón.
La famosa egiptóloga también propició la organización de una grandiosa exposición sobre Tutankamón en el Louvre en el año 1967.

Dibujo del templo de Dendur en su ubicación original, realizado por Henry Salt, tal como lucía mucho antes de ser trasladado.
Foto: PD
De lo que no cabe duda es de que la vida de Christiane Desroches Noblecourt estuvo íntimamente ligada al antiguo Egipto y a su afán porque su historia fuera conocida y disfrutada por las generaciones venideras. De hecho, ese era su mayor deseo: divulgar ese conocimiento al mayor número de personas posible. Así, a pesar de lo que sus inmensos conocimientos sobre el Egipto faraónico pudieran hacer creer, como escritora Noblecourt tiene un estilo sencillo y directo que acerca la vida, las costumbres y las creencias egipcias al lector de una forma amena y didáctica, aunque no exenta de erudición. La incansable egiptóloga siempre pretendió, según sus propias palabras: "Animar a los lectores, sin extenderme en explicaciones eruditas ni fatigarles con palabras altisonantes, a descubrir los fundamentos sobre los que se construyó nuestra civilización occidental".