El mes de mayo de 2022 está siendo un periodo negro para las criptomonedas y, sobre todo, para sus inversores. El bitcoin se ha desplomado hasta la mitad de su valor, otras divisas virtuales lo han perdido por completo y han dejado a miles de inversores arruinados y pendientes de pagar los créditos que habían pedido para entrar en un negocio seguro que los haría ricos sin esfuerzo. Las autoridades fiscales norteamericanas y los medios de comunicación de todo el mundo comienzan a hablar de estafa piramidal para referirse a este negocio. Hablan de un esquema Ponzi, pero ¿qué es un esquema Ponzi? Por mucho que cambien los tiempos y avancen las tecnologías, los métodos de estafa que mejor funcionan son los clásicos. Y esto es el esquema Ponzi, la primera estafa piramidal a gran escala de la historia. Ocurrió a inicios de la década de 1920 y generó titulares e historias que estamos oyendo ahora un siglo después.
"Todo Boston se enriquece rápidamente con Charles Ponzi, el creador de fortunas, un moderno Rey Midas […] préstale tu dinero, de 50 a 50.000 dólares, y en noventa días te devuelve el doble de lo que le diste. Lo ha estado haciendo durante ocho meses y todavía lo está haciendo". Era julio de 1920 y el periódico The Evening Post de Nueva York se hacía eco de la fiebre inversora que se había apoderado de Boston. Desde hacía semanas, hordas de gentes se agolpaban a diario delante de la oficina de este inmigrante italiano para poner en sus manos los ahorros de toda una vida con la esperanza de que los hiciera ricos. ¿En qué invertía Ponzi ese dinero? Eso se supo muy pocos días después. En nada. Absolutamente nada.

"Ponzi vuelve loco a todo Boston devolviendo el dinero invertido en 90 días", destacaba el periódico The Evening World a finales de julio de 1920.
Foto: Library of Congress
Charles Ponzi estafó 20 millones de dólares a sus víctimas –el equivalente a 225 millones actuales– por medio de una estafa piramidal que consiste en en prometer rentabilidades increíbles por una inversión que en realidad es ficticia. El pago de los intereses se hace a cuenta del dinero recaudado de nuevos e incautos inversores. No fue el primero en llevarla a la práctica, pero lo hizo con tal grado de maestría que a partir de entonces este método se conoce como "esquema Ponzi". Este "mago de las finanzas" había llegado al Nuevo Mundo diez años antes procedente de Italia con un pírrico capital de dos dólares. ¿Quién era, de dónde salió y cómo engañó a tanta gente? Esta es la historia de Charles Ponzi, un timador con encanto.
Charles Ponzi estafó 20 millones de dólares a sus víctimas prometiendo increíbles rentabilidades por una inversión que no existía. en realidad pagaba los intereses a cuenta del dinero de nuevos inversores.
Un dandi sin blanca
Ponzi nació en Parma con el nombre de Carlo en 1882 o 1883, pero su autobiografía, El ascenso de Mr. Ponzi, escrita en 1936, no comienza hasta el domingo el 15 de noviembre de 1903. Esa mañana, bajo un gélido viento y una fina llovizna desembarcaba en el puerto de Boston junto a miles de compatriotas italianos "una figura diminuta ataviada con ropas caras a la última moda europea". Bajo esa imagen de "vástago de unos padres ricos" Ponzi escondía la realidad de que en sus bolsillos apenas llevaba un par de dólares en efectivo.
Los siguientes años sobrevivió enlazando todo tipo de oficios de baja categoría: friegaplatos, vendedor de frutas, jornalero... Trabajos que "aborrecía" y en los que invariablemente "me pagaban menos de lo que necesitaba y más de lo que me merecía".

Vista aérea de Boston en 1920 con parte de sus muelles al fondo de la imagen.
Foto: Cordon Press
En 1907 cruzó la frontera con Canadá y se estableció en Montreal, donde entró a trabajar en una entidad bancaria que pronto se vio envuelta en una quiebra fraudulenta. Su propietario huyó a México al descubrirse que estaba pagando los intereses a cuenta de los ingresos de nuevos clientes. Fue el primer contacto de Ponzi con el "esquema ponzi", aunque todavía no tenía ese nombre. Sin trabajo y sin dinero, Ponzi intentó cobrar un cheque falsificado por lo que fue condenado a tres años de prisión por estafa.
En 1903, con 25 años, Charles Ponzi llegó a EE. UU. con a penas un par de dólares en sus bolsillos y tuvo que realizar trabajos de baja categoría.
Al salir de prisión, en 1911, fue detenido en el mismo tren en el que regresaba a Estados Unidos. Según Charles, todo se debió a un terrible malentendido. No conocía a los cinco italianos que iban con él (y que no hablaban ni una palabra de inglés). Tan solo los acompañaba hasta EE. UU. por hacerle un favor a un conocido que se lo había pedido. El juez no creyó esta versión y el italiano fue condenado a dos años de prisión por tráfico ilegal de inmigrantes.
El largo camino a la riqueza
Tras ser liberado en 1912, vagó por diferentes estados haciendo de bibliotecario, pintor o vendedor de coches, hasta que en 1917 regresó a Boston, el punto de partida de su aventura americana, para hacer de corredor comercial. Catorce años después todavía estaba muy lejos del propósito con el que había llegado: "hacerme rico". En Boston conoció a Rose Maria Genecco, "el regalo más preciado que Estados Unidos podría haberme ofrecido" y se casó con ella. "Cansado de ganar dinero para mis empleadores y ninguno para mí", decidió establecerse por su cuenta.

Fotografía de la ficha policial de Charles Ponzi tras ser detenido por tráfico de inmigrantes.
Foto: Cordon Press
Se le ocurrió la idea que debía hacerlo rico: La guía del comerciante, una publicación gratuita financiada gracias a la publicidad. "Su margen de beneficio neto debería haber sido de alrededor de 15.000 dólares durante los primeros seis meses", según sus cálculos. Un negocio redondo... Que nadie más supo ver, porque ningún banco le proporcionó la financiación para sacarlo adelante.
Tras vagar durante años por Estados Unidos y Canadá regresó a Boston en 1917 muy lejos del objetivo que se había fijado al desembarcar en su puerto en 1903: hacerse rico.
Casi sin dinero, convirtió su oficina en un coworking, subarrendando el local a otros inquilinos "que se hicieron cargo del dinero de mi alquiler". La guía del comerciante había fracasado antes de nacer pero fue la puerta a otro negocio. La idea le llegó "como una manzana madura. No habría sido humano si no le hubiera dado un mordisco".
La "manzana madura"
Una mañana, revisando su correspondencia encontró la carta de una compañía española interesada en su guía, que solicitaba una copia de la publicación. Para hacerla llegar hasta España, adjuntaba unos sellos de respuesta internacional. Se trataba de cupones prepagados que permitían realizar envíos al remitente desde el extranjero sin coste para el emisor.
Por un acuerdo internacional, estos cupones no tenían en cuenta la fortaleza de la moneda de cada país. Así, los sellos emitidos en un país con una divisa débil (como España) se podían intercambiar por sellos de más valor en EE. UU. Ponzi calculó un beneficio del 10% en el caso de la peseta, mayor en casos de monedas más devaluadas como la lira italiana. Solo se trataba de convertir los sellos en dinero de verdad... Que no hubiese forma de dar este último paso no detuvo a Ponzi.

Un sello de respuesta internacional emitido por Reino Unido en 1959.
Foto: CC
Lo que lo detuvo fue, otra vez, la falta de financiación. Pero se dio cuenta de que podía obtener "diez dólares de diez personas diferentes mucho más fácilmente que pedir prestados cien dólares a una sola". Esa aparentemente inocente idea desencadenaría una enloquecida espiral que acabaría haciéndolo millonario al fin, aunque fuera de forma efímera e ilegal.
Un hombre respetable
Ponzi no podía confiar en que la gente cabal prestara dinero a un completo desconocido, un inmigrante italiano que llevaba décadas vagabundeando por el país y que había estado en la cárcel por falsificar cheques y por tráfico de personas. Así que hizo lo que debe hacer todo aquel que quiera enriquecerse de manera rápida y fácil en el mundo capitalista: fundó una empresa con un rimbombante nombre en inglés–en su caso justificado porque se encontraba en Estados Unidos–, la Securities Exchange Company, una sociedad sin socios, que tenía un solo empleado y con sede en una oficina que subarrendaba para poder pagar el alquiler.
Ponzi fundó una empresa con un rimbombante nombre, la Securities Exchange Company, tras la que esconder su identidad.
Una vez hubo escondido su nombre solo tenía que desplegar su encanto para convencer a los inversores que era buena idea poner su dinero en sus manos. Aunque su talento como inversor tal vez no era muy grande, de su capacidad de seducción puede dar cuenta su primer "cliente", un vendedor de muebles que entró a su oficina reclamando que le pagara las cuotas atrasadas de una compra a plazos. No solo salió de ese lugar sin su dinero, sino que Ponzi le convenció para que le prestara 100 dólares a cambio de devolverle 200 en 60 días.

Charles Ponzi y su esposa Rose Marie Genneco.
Foto: Cordon Press
Ese fue su modo de operar durante las siguientes semanas. No explicaba muchos detalles de su plan pero prometía unos intereses del 50% en 90 días. Poco después redujo el plazo a 45 días: "aunque pudiera parecer demencial como inversión, era extremadamente atractivo como apuesta". Nadie invertiría sumas importantes de dinero en él, pero "cualquiera podía permitirse perder 10 dólares para probar suerte". El hecho es que cuando los primeros "clientes" recibieron quince dólares al cabo de 45 días, "todo el sentido de la precaución los abandonó".
La bola de nieve
"Mi primer vendedor fue la bola de nieve. Hasta el 1 de enero de 1920, reuní exactamente a 18 inversores. La bola de nieve había comenzado su camino cuesta abajo. Cobró impulso cuando, alrededor de la segunda semana de febrero, pagué a mis primeros inversores 2.478 dólares sobre su inversión original" de 1.770 dólares, explicaría en su biografía.
Desde entonces, cada cliente satisfecho se convirtió en un vendedor que traía nuevos clientes. La legión de inversores creció a pasos agigantados. En julio, más de 30.000 personas habían adquirido pagarés de la Securities Exchange Company por casi 15.000.000 de dólares. La bola se había convertido en una verdadera avalancha.
Poco importaba que hubieran investigado varias veces sus negocios, él siempre lograba convencer a las autoridades de su legalidad. Tampoco importaba mucho que no hubiera ideado ningún plan para convertir los sellos de respuesta internacional en dinero contante y sonante... Los había dejado de comprar a los pocos días de poner en marcha su empresa y la compañía se nutría exclusivamente de los ingresos que obtenía de sus inversores.
Ponzi reclutaba a sus clientes/agentes comerciales prometiéndoles un 10% adicional por cada nueva inversión que encontraran. Miles de personas depositaban su dinero en el plan de Ponzi y reinvertían las ganancias en vez de cobrarlas, lo que evitaba a Ponzi tener que hacer frente a muchos pagos.
El nuevo rico
Ponzi disfrutaba de la vida que había perseguido desde que bajó por la pasarela de aquel barco en 1903. Vivía en una mansión de 12 habitaciones con servicio y poseía un par de automóviles. Vestía ropa cara y lucía bastones de Malaca con mango de oro, mientras compraba diamantes para su esposa. Cenaba en lujosos restaurantes y se dejaba ver en compañía de lo más selecto de la sociedad bostoniana. Se hizo con propiedades inmobiliarias y adquirió incluso el banco que le había denegado el préstamo para editar su Guía del comerciante. "Cuanto más compraba, más quería comprar", recordaría, "fue una manía".

Charles Ponzi a la entrada del edificio en el que tenía su oficina en 1920.
Foto: Cordon Press
A finales de julio, el fenómeno era incontrolable. Una variopinta multitud de inversores desbordaba su oficina y llegaba hasta la calle bloqueando el tráfico: "Hermosas mujeres con joyas en las orejas, otras de aspecto descuidado con bebés en sus brazos, viudas con largos velos negros, peces gordos, muchachos en pantalón corto y vendedores ambulantes, todos ellos luchan por conseguir un lugar más cerca de la entrada mágica", según un reportero del Evening World. La docena de agentes de policía contratados por Ponzi se veían desbordados.
Ponzi no podía atender a todos los que llamaban a su puerta y su éxito hizo que surgieran imitadores. Según su relato, un grupo de inversores aseguró estar haciendo "exactamente lo que yo hacía, y todos les creían, porque todos creían que yo estaba haciendo lo correcto". En realidad, sí estaban haciendo exactamente lo mismo que él, pero Ponzi "no podía salir y decir que los otros estaban mintiendo, al igual que yo".
La caída de Mr Ponzi
El sábado 24, el Boston Post valoraba su compañía en 8'5 millones de dólares. La bola era ya extremadamente grande, y dentro de ella tan solo había el humo que Ponzi había estado vendiendo desde enero. Se había culminado el ascenso de Mr Ponzi. Pero todo lo que sube, baja.
El 26 de julio de 1920 se produjo el punto de inflexión en esta historia. Fue el día que facturó más que ningún otro en su oficina de Boston –15 millones de dólares según sus cálculos–. "¡Toda la calle era un mar de sombreros de paja y humanidad retorcida!" que agarraba nerviosamente fajos de dinero para depositarlos en el negocio del "mago que podría convertir a un pobre en millonario de la noche a la mañana", según recordaría él mismo de esa mañana.
A finales de julio de 1920 la bola era ya extremadamente grande, y dentro de ella tan solo había el humo que Ponzi había estado vendiendo desde enero.
Pero ese día también apareció un artículo en el Boston Post que sería la estocada final para sus negocios. El artículo señalaba con extrañeza que el Ponzi no invertía su propio dinero en una inversión tan fabulosa y, sobre todo, advertía de que tan solo había 27.000 cupones de respuesta internacional en todo Estados Unidos y que para que la Securities Exchange Company pudiera hacer frente a los pagos comprometidos se necesitaban 160 millones de sellos.

La multitud se agolpa en la calle delante de la ofiina de Charles Ponzi en una imagen tomada en julio de 1920.
Foto: CC
La codicia de los inversores se convirtió entonces en pánico y las colas continuaron, pero esta vez para sacar el dinero invertido. Las autoridades decidieron abrir una nueva investigación y Ponzi se comprometió a no aceptar más inversiones hasta que concluyera. Bajo la apariencia de colaborar con la justicia, lo que pretendía hacer era obstruirla. "Ponzi se niega a revelar su secreto sobre cómo hacerse rico" eran los titulares días más tarde. Ponzi desplegó una gran campaña de relaciones públicas y multiplicó sus apariciones en la prensa.
Irremediablemente insolvente
Preguntado por cómo convertía los cupones que supuestamente adquiría en dinero en metálico se limitaba a responder: "Este es mi secreto". Hablaba de un complicado entramado de agentes internacionales que compraban y vendían sellos en Europa y una respetable institución anónima que actuaba como su apoderado en el Viejo Continente. "Lo que hago es absolutamente legal", sostenía entonces.
Muchos de sus inversores corrieron a canjear los pagarés de Ponzi. Estos, al menos, recuperaron su dinero. Pero muchos otros siguieron creyendo en él y lo idolatraban como un héroe que les había mostrado donde estaba el dinero. El 2 de agosto el antiguo jefe de prensa de Ponzi declaró a la prensa que su antiguo jefe era "irremediablemente insolvente [...] Tiene una deuda de más de 2.000.000", que se elevaría a cuatro millones y medio si se contaban los intereses. Ponzi se defendió de las acusaciones y amenazó con demandar a su exempleado.
El 11 de agosto salió a la luz el verdadero pasado del mago de las finanzas: el Boston Post descubrió el pasado como convicto de Ponzi en Canadá y en EE. UU. La revelación dejó atónito a todo el mundo. Mientras, las autoridades fiscales de Estados Unidos continuaban revisando sus libros de cuentas y no tardaron en darse cuenta de la realidad: no había sellos, no había agentes internacionales ni misteriosa institución que actuara en nombre de Ponzi en Europa.

"Ponzi arrestado. Admite que no puede devolver tres millones de dólares", era la portada del Boston Post el 13 de agosto.
Foto: CC
Fraudes, quiebras y condenas
La auditoría concluyó que Ponzi tenía unos números rojos de 3,5 millones de dólares (más tarde se elevaría el agujero a siete millones). Como consecuencia, el italiano fue arrestado, media docena de bancos quebraron y los que aún conservaban sus pagarés recibieron 30 centavos por cada dólar invertido. El Boston Post, sería galardonado con el premio Pulitzer por sus investigaciones. En noviembre, Ponzi aceptó declararse culpable del cargo federal por fraude postal para reducir su pena a cinco años, de los que solo cumpliría tres y medio.
Pero no contaba con que a su salida de la cárcel, en 1924, debería hacer frente a decenas de demandas en el estado de Massatchussets. Defendiéndose a sí mismo (estaba arruinado y no podía permitirse contratar a un abogado) usó su carisma para librarse de algunos cargos, pero no pudo evitar ser condenado a entre siete y nueve años por estafa y latrocinio. En libertad bajo fianza mientras se resolvía su apelación, se mudo a Jacksonville, Florida, donde planeó recuperar su fortuna. El plan implicaba, como no, otro esquema Ponzi, esta vez a cuenta de una inversión inmobiliaria.
Un ponzi en ciernes
Bajo el nombre de Charles Borrelli, logró dinero para establecer el Charpon Land Syndicate, que debía hacerlo millonario de nuevo comprando y vendiendo parcelas, aprovechando la fiebre inmobiliaria que se había apoderado de Florida. Para atraer a los inversores a su nueva compañía ofreció unos beneficios del 200% en 60 días. Ponzi había recaudado 7.000 dólares cuando las autoridades de Florida cerraron su empresa y emitieron una orden de arresto por no presentar los documentos adecuados y vender certificados de deuda sin los permisos pertinentes.
En su testamento tan solo dejó 75 dólares para costear su propio entierro.
Otra vez en busca y captura, huyo a Texas, donde fue arrestado cuando iba a embarcar hacia Italia con la esperanza de desaparecer del radar de las autoridades fiscales estadounidenses. Cumplió condena hasta 1934 y fue inmediatamente deportado a Italia, esta vez contra su voluntad. Con 54 años, logró un empleo en una línea aérea italiana que conectaba Italia y Brasil y se instaló en Río de Janeiro. Con el estallido de la II Guerra Mundial, la compañía dejó de operar y Ponzi perdió su trabajo, teniendo que ganarse la vida como profesor de inglés y traductor.
Divorciado de su esposa desde su deportación de EE. UU., Ponzi sufrió un infarto en 1941 y un derrame cerebral en 1948. Pasó el último año de su vida en el hospital san Francisco de Asís de Río de Janeiro, donde murió el 18 de febrero de 1949. Según parece tan solo dejó 75 dólares para costear su entierro.