Durante muchos siglos, el Carnaval ocupó un lugar muy importante en la vida de los pueblos y las ciudades de Europa. Esta celebración se prolongaba durante los tres días que precedían al miércoles de Ceniza, la jornada que marcaba el comienzo de la Cuaresma, el largo período de ayuno y abstinencia que preparaba a los fieles para la Pascua. Tres días durante los cuales las gentes se entregaban a una exaltación colectiva y a toda clase de excesos prohibidos el resto del año.
Para los jóvenes era la ocasión de divertirse a costa de los animales del pueblo. A veces manteaban perros, gatos y gallos, o bien les ataban a la cola botes, latas, cencerros, cuernos y vejigas hinchadas y los perseguían por las calles.
En España corría un dicho sobre el llamado «perro de Escoriaza», que Gonzalo Correas, un erudito del siglo XVII, explicaba así: «Un hombre llamado Escoriaza tenía un perro tan sagaz, que el domingo de Antruejo [así se llamaba entonces al Carnaval en Castilla] se salía del lugar para no ser manteado aquellos días, y volvía el miércoles de Ceniza, pasado el peligro». Otros refranes también se referían a esta costumbre: «Sepan gatos que es Antruejo», o «Yo estoy como perro con vejiga, que nunca me falta un Gil que me persiga».
Domingo de Carnaval
Los niños eran protagonistas de otro divertimento el domingo de Carnaval, el primer día de esta celebración: la fiesta de los gallos. Uno de ellos, elegido por sus compañeros «rey de gallos», presidía un remedo de torneo en el que los otros niños, armados de un sable viejo, intentaban cortar la cabeza de un gallo colgado por las patas de una cuerda.
También se podía enterrar a los gallos dejando fuera la cabeza; luego los chiquillos repetían su proeza con los ojos vendados. El que lo conseguía adornaba su gorro con la cabeza del animal. Otra tradición consistía en levantar un tablado y, en el centro, poner un cántaro con un gallo vivo dentro. Después, entre la gente del pueblo, elegían un rey y una reina, con sus príncipes, duques, condes y otros súbditos.

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Cuerno para beber vino con decoraciones doradas vegetales y animales. siglo XIV.
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El rey tenía el privilegio de ser el primero que tiraba una naranja contra el cántaro. Después lo hacían sus príncipes y todos intentaban quebrar el cántaro para hacerse con el gallo como premio. De este juego se hace eco La Celestina, con el refrán «como piedra a tablado». También era costumbre que las mujeres arrojaran agua a los transeúntes. Esta costumbre era típica de los carnavales de Madrid, Cádiz, Huelva y Galicia. Las que más disfrutaban con esta práctica eran las criadas, que se repartían por los balcones o ventanas con cacerolas y cubos llenos de agua que volcaban sobre los viandantes.
También eran frecuentes las pedreas, batallas a base de nieve, harina, huevos, peladillas, naranjas o vejigas de cerdo hinchadas. En Andalucía se preferían las naranjas, al igual que en Barcelona, donde en 1333 las autoridades municipales decidieron prohibir las taronjades; lo mismo ordenó el capitán general de Mallorca en 1574. Ello se debía a que esta diversión degeneraba a menudo en riñas y discusiones, e incluso en muertes.
El lunes de Carnaval, mientras los niños se distraían con multitud de juegos, los mayores asistían a representaciones teatrales. A menudo se trataba de farsas que satirizaban los pequeños vicios de los vecinos de un pueblo o de una ciudad. Una farsa francesa del siglo XV, por ejemplo, tenía como protagonista a un abogado empobrecido que acude a un sastre a que le haga un traje y cuando éste va a cobrarlo se compincha con su mujer para hacerse el muerto y no pagarle. Luego, el abogado asiste a un joven pastor acusado por su amo de haber degollado corderos, y el consejo que le da es hacerse pasar por loco respondiendo con balidos al tribunal. Para provocar la risa, los actores exageraban la mímica o recurrían a las bromas sexuales, paseando por la escena enormes falos y haciendo ruidos escatológicos a propósito.
Durante el Carnaval desaparecían los tabúes y restricciones del resto del año. Era frecuente publicar hechos escandalosos que debían mantenerse en secreto, hacer sátira pública de las intimidades y proferir injurias a los viandantes. Esto causaba disgustos. Los muchachos decían obscenidades a las jóvenes, hasta dejarlas pálidas y llorando, como contaba un jesuita del siglo XVII, que también recogía el caso de un hombre que paseaba desnudo por las calles, diciendo desvergüenzas a las jóvenes que estaban en los balcones.
Martes de Carnaval
El martes era el día grande del Carnaval, la explosión final de diversión y lujuria. Este día se organizaban desfiles en los que participaban todos los grupos profesionales de una localidad; los carniceros, por ejemplo, se paseaban acompañados de su buey más gordo. En Cataluña, los jóvenes se disfrazaban de oso, embadurnándose de negro, y también cubrían de hollín a los espectadores. Las mojigangas sacaban a escena a gran número de personajes y dieron lugar a un género teatral. En una de ellas aparece un desfile de parejas de médicos, ciegos, figoneros (taberneros), embestidores (gentes que piden limosna) y beatas, ataviados con trajes grotescos y luciendo un mote, y que terminan haciendo un baile.

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Gentes disfrazadas en el carnaval de Augsburgo de 1480. Manuscrito de 1511.
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Otra diversión que no podía faltar en el Carnaval era el banquete. En 1464, los hortelanos de Jaén organizaban un gran torneo de calabazas, «dándose con ellas hasta que no quedara ninguna sana»; después hacían una comilona. La tradición de celebrar banquetes colectivos se daba en toda la península Ibérica. Algunos textos recogen, desde el siglo XV, una personificación burlesca del glotón bajo el nombre de san Gorgomellaz (el de la ancha garganta) o san Tragantón, equivalente de Gargantúa, el insaciable gigante creado por Rabelais.
En Galicia se comía a base de cerdo y en grandes cantidades: el rabo o la cabeza, los lacones o brazuelos y las tortillas a base de leche, sangre de cerdo y harina. En Cataluña se comía butifarra o pies de cerdo. En Huelva se hacían sopas con lo mejor del cerdo, en especial la lengua y el lomo. Era típico comer morcillas.
También se solía colocar en las casas un muñeco de paja o de trapo, que las muchachas descolgaban para mantearlo. En algunos pueblos de Galicia, las mujeres hacían un muñeco, que era «el compadre»; en tanto que los hombres hacían otro, que era «la comadre». Después cada uno quemaba al del sexo contrario. La tradición de quemar el muñeco el martes por la noche era común en casi toda la Península. En algunos pueblos de Aragón, el peirote o muñeco se llevaba sobre un burro, y los jóvenes le daban palos hasta destruirlo. Era un rito de purificación y de clausura de los excesos del Carnaval.
Miércoles de Ceniza
El miércoles de Ceniza se despedía el Carnaval, dando paso a la Cuaresma. Se entraba en un período de arrepentimiento, oración, continencia y abstinencia, y se restablecían las sanciones a quienes no respetaban las normas religiosas. No se podían celebrar bodas y nacimientos ni asistir a espectáculos y otros juegos. Sobre todo, estaba prohibido consumir carne, que se sustituía por el pescado; la leche de vaca o de oveja se reemplazaba por la de almendras, y las grasas animales, por las vegetales.
Aun así, la entrada en el período de abstinencia se hacía con una última ceremonia burlesca: el entierro de la sardina. En un ambiente de jolgorio que Goya representó genialmente en un célebre cuadro, los vecinos, disfrazados, simulaban un cortejo fúnebre que terminaba con la quema de alguna figura que simbolizaba a la sardina. Este último desahogo festivo daba paso a la Cuaresma, el tiempo de recogimiento, austeridad y expiación que marcaba el retorno al curso normal de las cosas.