La casa de Goya: la famosa Quinta del Sordo

Una de las casas donde vivió el pintor de Fuendetodos, Zaragoza, ha pasado a la posteridad porque Goya representó en su interior sus famosas Pinturas Negras, consideradas por algunos críticos la Capilla Sixtina de la pintura moderna

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Duelo a garrotazos

En esta pintura, dos hombres con las piernas semienterradas se pelean con mazas en campo abierto. Francisco Goya. 1819-1823. Museo del Prado, Madrid.

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Aquelarre o el gran cabrón

El pintor representa en esta pintura, en primer término, a un oscuro macho cabrío, con un asistente a la derecha y rodeado de brujos y brujas de todas las edades, que se agitan y miran con ansiedad. Francisco Goya. 1819-1823. Museo del Prado, Madrid.

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Saturno devorando a su hijo

Esta célebre pintura representa al titán Cronos o Saturno devorando a uno de los hijos habidos con su esposa Rea. Francisco Goya. 1819-1823. Museo del Prado, Madrid.

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La Quinta del Sordo

Fotografía de la finca de Goya tomada hacia 1873 por el fotógrafo francés Jean Laurent.

Poco después del final de la guerra de la Independencia, Goya entabló una controvertida relación con Leocadia Zorrilla, una mujer 42 años más joven que él. La joven era familiar de la nuera de Goya, Gumersinda Goicoechea, y su papel en la vida del pintor constituye aún hoy un enigma. Para algunos especialistas, Goya acogió a Leocadia en su casa, como ama de llaves, en un gesto de buena voluntad hacia una mujer que se encontraba en dificultades económicas tras su difícil divorcio de Isidro Weiss –fue acusada de infidelidad en 1811–. En cambio, para otros, Leocadia fue la amante del pintor y la pequeña Rosarito Weiss sería el fruto de sus amores.

Al margen de estas especulaciones, lo cierto es que desde comienzos de 1819, Leocadia convivió con Goya en la Quinta del Sordo, extensa finca de unos 145.000 metros cuadrados situada cerca del puente de Toledo y a orillas del río Manzanares. Con toda seguridad, el maestro aragonés adquirió la vivienda para poder alejarse del bullicio del centro de la ciudad, dedicándose a actividades más relajadas relacionadas con el estilo de vida bucólico propio del campo.

Goya adquirió la Quinta del Sordo para poder alejarse del bullicio de la ciudad y dedicarse a actividades más bucólicas

Antes de ser comprada por Goya, esta finca perteneció desde 1795 a un tal Anselmo Montañés, quien construyó allí una casa de campo de dos habitaciones con jardín y un pozo con agua potable. Sabemos que poco antes de exiliarse a Francia, Goya regaló la quinta a su nieto Mariano, que tenía diecisiete años. Una vez muerto su abuelo, Mariano vendió estos terrenos a Segundo Colmenares en 1859. Gracias a las escrituras notariales de esta venta conocemos que la vivienda primigenia había sido ampliada por Goya y constaba de "planta baja y principal con varias pinturas en las paredes deterioradas", todo ello en una finca que contaba con una casa de jardinero, gallinero, caseta para máquina de vapor, estanque y dos norias. Finalmente, tras pasar por varios dueños extranjeros que tenían intereses inmobiliarios en la zona, la vivienda fue demolida en 1909.

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Las Pinturas Negras

La Quinta del Sordo ha pasado a la posteridad porque Goya representó en su interior sus famosas Pinturas Negras, que han sido valoradas por el historiador Valeriano Bozal como la Capilla Sixtina de la pintura moderna.

Se trata de un conjunto de 14 pinturas al óleo elaboradas directamente sobre las paredes de dos salas de la quinta, el comedor en la planta baja y el gabinete en el primer piso. Dichas pinturas se conservaron en esta vivienda hasta que el barón Fréderic Émile d’Erlanger, que compró la propiedad en 1873, decidió despegarlas del muro y trasladarlas a lienzo, cometido que ejecutó el restaurador del Museo del Prado Salvador Martínez Cubells. Las Pinturas Negras fueron expuestas con escaso reconocimiento en la Exposición Universal de París de 1878 antes de ser legadas definitivamente al Prado en 1881.

Las Pinturas Negras son un conjunto de 14 pinturas al óleo dibujadas directamente sobre los muros de la finca

Las pruebas radiográficas han revelado que debajo de estas pinturas había otras de temática paisajística. Cabe la posibilidad de que Goya cambiara esta actitud bucólica hacia los paisajes al ver de cerca la muerte tras su enfermedad de 1819, y aprovechase el Trienio Liberal (1820-1823) para ajustar cuentas con las viejas lacras que asolaban España, como la Inquisición, la superstición o la miseria del pueblo. Estas escenas alegóricas pintadas entre 1820 y 1823 han sido relacionadas con las estampas de Los disparates, ya que poseen su mismo carácter hermético y similar capacidad de libertad creativa. Goya las pintó en la más estricta privacidad, para sí mismo y como reflejo de sus sentimientos más íntimos, mostrando una visión pesimista y fantasmagórica de España, que a esas alturas de su vida se le antojaba una pesadilla.

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