Por fin llegó el mes de octubre de 1927. Carter y su equipo habían terminado ya de vaciar el Tesoro, la pequeña habitación que se abría junto a la Cámara Funeraria de la tumba de Tutankamón. Solo quedaba por retirar el armario canópico, que guardaba el cofre de calcita con los vasos canopos del faraón, y tres barcas, a la espera de que Harry Burton, el fotógrafo de la expedición, los inmortalizara. Ahora, sí, tocaba ponerse manos a la obra en el Anexo, la última estancia de la tumba que quedaba por despejar.
Los trabajos comenzaron oficialmente el 27 de noviembre de 1927 en esta pequeña sala a la que se accedía a través de una entrada en el extremo sur de la pared norte de la Antecámara. El lugar era un batiburrillo de objetos. Más de 2.000 se amontonaban allí en un amasijo de muebles, cajas con figuras funerarias, vasijas de alabastro y cerámica, cabeceros de cama, banquetas, escabeles, taburetes, tableros de juego, escudos, arcos, flechas, bastones de mano... que llegaban a una altura de casi dos metros. Pero la estancia tenía una particularidad: su suelo se extendía un metro por debajo del de la Antecámara. "El estado de esta cámara simplemente supone un desafío a cualquier intento de realizar una descripción", diría un abrumado Howard Carter.
¿Por dónde empezar?
A pesar de la más que previsible dificultad, el vaciado del Anexo llevó menos de un mes a los arqueólogos, una auténtica hazaña teniendo en cuenta la enorme cantidad de objetos que atestaban el lugar y la imposibilidad de mantenerse de pie en su interior. Un inconveniente tremendo a la hora de trabajar. "En esta cámara donde reinaba la más completa confusión, la emoción desapareció al darnos cuenta de la enorme tarea que se presentaba ante nosotros. Nuestra mente quedó inmersa en este problema y en la mejor manera de resolverlo", manifestó Carter con resignación.
El vaciado del Anexo llevó menos de un mes a los arqueólogos, una auténtica hazaña teniendo en cuenta la enorme cantidad de objetos que atestaban el lugar.

Fotografía del Anexo de la tumba de Tutankamón. Se aprecia el tremendo desorden que reinaba en la estancia en el momento de su descubrimiento.
Foto: PD
Y ¿cómo lograron hacerlo? El propio Carter lo describe en su libro sobre el descubrimiento de la tumba de Tutankamón: "El método que al fin tuvimos que adoptar para sacar de allí aquellas trescientas o más piezas fue, como mínimo, prosaico. Para empezar, había que procurar abrir el espacio suficiente para nuestros pies y esto hubo que hacerlo de la mejor manera posible, cabeza abajo, doblados sobre el umbral que en este caso estaba a más de un metro por encima del suelo. Hubo que realizar esta incómoda operación con sumo cuidado a fin de evitar que un movimiento brusco produjera la avalancha de los objetos que se amontonaban fuera de nuestro alcance.
Más de una vez nos vimos obligados a inclinarnos ayudados por una cuerda pasada por debajo de los sobacos y sostenida por tres hombres desde la antecámara, a fin de poder rescatar un objeto pesado colocado en una posición tal que el menor descuido hubiera provocado su caída. De este modo, sacando siempre el objeto colocado más arriba entre los que estaban a nuestro alcance, logramos entrar y sacar poco a poco los tesoros. Antes de extraerlos había que fotografiar, numerar y fichar todo objeto o grupo de objetos. Fue por medio de estos documentos que pudimos reconstruir hasta cierto punto lo que había ocurrido en aquella cámara".
Un increíble conglomerado de objetos
La última pieza se sacó del Anexo el 15 de diciembre de 1927 y fue llevada al laboratorio de conservación antes de su traslado a El Cairo. Pero Carter aún se preguntaba qué función pudo tener el Anexo. El arqueólogo llegó a algunas conclusiones, y entre ellas sugirió que muy posiblemente esta cámara sirvió como almacén de alimentos, vinos, aceites, perfumes... y que, debido a la multitud de objetos que componían el ajuar funerario real y que no cabían ni en la Antecámara ni en el Tesoro, los sobrantes se añadieron en el Anexo. ¿Y a qué se debía tal desorden? Carter también tenía una teoría: los ladrones habían revuelto su contenido en su afán por encontrar los objetos más valiosos. De hecho, era la cámara más afectada por los robos. Tras el paso de los saqueadores, los oficiales de la necrópolis debieron de limpiar la sala y tal vez guardaron en ella algunos objetos procedentes de otras estancias, sobre todo de la vecina Antecámara.

Alfred Lucas, miembro del equipo de Carter, limpia algunos de los objetos procedentes de la tumba de Tutankamón en el laboratorio improvisado.
Foto: Cordon Press
Carter creía que tan gran desorden se debía a que los ladrones habían revuelto su contenido en su afán por encontrar los objetos más valiosos. De hecho, era la cámara más afectada por los robos.
Claramente, el Anexo contenía un conjunto de objetos inconexos, que no tenían nada que ver los unos con los otros, pero, sin duda, también aquí se descubrieron algunas piezas excepcionales. Entre los elementos más destacables se encuentra una silla de tamaño infantil que se encontró tirada boca arriba sobre una pila de muebles; ocho bellos escudos, cuatro de madera maciza recubierta de pieles de animales y cuatro con diseños calados y sobredorados, y un amuleto de oro en forma de corazón decorado con una garza.

Algunos de los muebles descubiertos por Carter en el Anexo, entre ellos una silla infantil. Museo Egipcio, El Cairo.
Foto: Ovedc (CC BY-SA 4.0)

Dos de los ocho escudos descubiertos en el Anexo de la tumba de Tutankamón.
Foto: AP
También se localizaron varias barcas, entre ellas una espectacular pieza de calcita, vidrio coloreado y marfil adornado en la proa y la popa con cabezas de íbices; una vasija para ungüentos en forma de león rampante (según Carter, "lanzando zarpazos al aire en un noble arrebato"); algunos pequeños tableros de juego dentro de cofres de madera; una serie de reposacabezas, algunos todavía guardados en sus cajas; un elegante cofre de forma cuadrada con largas y finas patas, o unas singulares sandalias (sin signos de haber sido usadas) de madera con corteza de cuero y oro en las que se representaron cuatro prisioneros enemigos, un nubio y un asiático en cada una de ellas.

Barco de calcita hallado en el Anexo. Museo Egipcio, El Cairo.
Foto:

Uno de los tableros de juego hallados en el Anexo de la tumba de Tutankamón.
Foto: CC (CC BY-SA 4.0)
Con todo, el trabajo en el Anexo de la tumba de Tutankamón provocó en Howard Carter una profunda reflexión sobre algunos aspectos del mundo funerario egipcio: "La tradición señala que, según las costumbres funerarias, todo objeto que pertenece al ajuar de la tumba tiene un lugar destinado en ella. Sin embargo, la experiencia nos demuestra que por muy reales que fueran las reglas convencionales, raramente se llevaron a cabo rigurosamente. La falta de previsión en cuanto al espacio necesario o la falta de sistema al colocar el complicado ajuar en las cámaras de la tumba eran más fuertes que la tradición. Nunca hemos encontrado el orden estricto, sólo un orden aproximado", no pudo evitar observar el arqueólogo tras tener que enfrentarse a una tarea tan ardua y difícil como vaciar aquella pequeña, pero abarrotada, cámara.