Misterios y curiosidades del antiguo Egipto

Las cartas de Amarna, un testimonio excepcional de la diplomacia en Egipto

En 1887, unas excavaciones ilegales sacaron a la luz en Amarna, la antigua capital del faraón hereje Akhenatón, un archivo con cientos de tablillas escritas en escritura cuneiforme. El hallazgo de este maravilloso archivo ha revelado cómo eran las relaciones diplomáticas que mantenían los faraones egipcios con otros monarcas vecinos y con algunos estados vasallos del Próximo Oriente.

Fragmento de un relieve que muestra a un grupo de escribas en pleno trabajo. Procede de Saqqara. Museo Arqueológico Nacional, Florencia.

Fragmento de un relieve que muestra a un grupo de escribas en pleno trabajo. Procede de Saqqara. Museo Arqueológico Nacional, Florencia.

Fragmento de un relieve que muestra a un grupo de escribas en pleno trabajo. Procede de Saqqara. Museo Arqueológico Nacional, Florencia.

ArchaiOptix (CC BY-SA 4.0)

A finales del siglo XIX, el antiguo Egipto era un auténtico filón para la incipiente egiptología. Los descubrimientos de su brillante pasado faraónico se producían por doquier, a lo largo y ancho de todo el país. Algunos eran espectaculares, y otros no tanto. Este último es el caso de uno de los hallazgos arqueológicos tal vez más importantes efectuados en el país del Nilo a nivel histórico: las conocidas como cartas de Amarna, un conjunto de tablillas de arcilla descubiertas en la efímera capital de Akhenatón, en el Egipto Medio, que son un testimonio impagable de los contactos diplomáticos en aquel lejano período de la historia.

En efecto, las cartas de Amarna son un hallazgo único, aunque no pensó lo mismo su descubridor, que dijo de estas tablillas, escritas en escritura cuneiforme, que se parecían mucho a las "galletas de perro rancias". Pero realmente su contenido es excepcional y ofrece a los historiadores una ventana abierta a través de la cual poder vislumbrar el modo en que funcionaba la diplomacia internacional en el siglo XIV a.C.

"el rey de la tierra de egipto"

El descubrimiento, como tantos otros en Egipto, fue producto de unas excavaciones clandestinas llevadas a cabo en Amarna en 1887 por Farag Ismain, un importante anticuario de Giza. Wallis Budge, por aquel entonces conservador ayudante del Museo Británico de Londres, que se hallaba en Egipto en ese momento, relata de este modo cómo tuvo conocimiento del hallazgo:

"Mientras llegaban los permisos para mi misión en Bagdad recibí información sobre un nativo que últimamente había realizado varios descubrimientos [...]. Una mujer egipcia había encontrado por accidente en Tell el-Amarna una caja de gran tamaño llena de piezas de arcilla escritas por ambas caras. El informante y sus amigos se hicieron con una buena cantidad de estas piezas [...]. Las marcas que aparecían en ellas eran kitba mismari, 'escritura de uña', esto es, cuneiforme". Al parecer, Ismain, su descubridor, vendió a un vecino las tablillas que la mujer no había destruido por una suma bastante modesta, unas diez piastras. 

Tras tomar cartas en el asunto, el Servicio de Antigüedades envió de inmediato un lote de tablillas a Francia para que fueran examinadas por el famoso asiriólogo Jules Oppert, quien, debido a sus problemas de visión, las tachó de falsas. Pero Wallis Budge estaba seguro de que eran auténticas, y a finales de 1887 logró hacerse con unas 82 tablillas. El británico poseía conocimientos de cuneiforme y de inmediato se dio cuenta de la importancia de las piezas que tenía en sus manos.

Wallis Budge, que tenía conocimientos de cuneiforme, en seguida se dio cuenta de la importancia de las piezas que tenía en sus manos.

Facsímil obra de Nina de Garis Davies que representa al faraón Amenhotep III y a su madre, la reina Mutemuia, entronizado bajo un kiosko. MET, Nueva York.

Facsímil obra de Nina de Garis Davies que representa al faraón Amenhotep III y a su madre, la reina Mutemuia, entronizado bajo un kiosko. MET, Nueva York.

Facsímil obra de Nina de Garis Davies que representa al faraón Amenhotep III y a su madre, la reina Mutemuia, entronizado bajo un kiosko. MET, Nueva York.

PD

En sus memorias, Budge recuerda su estudio de las tablillas: "En la más grande y mejor escrita pude leer las palabras A-na Ni-ib-mu-a-ri-ya, es decir, A Nibmuariya, y en otra las palabras A-na Ni-im-mu-ri-ya shar MI-is-ri, esto es, 'a Nimmuriya, rey de la tierra de Egipto'. Supe que ambas tablillas eran auténticas y que tenían una gran trascendencia histórica". 

Este "rey de la tierra de Egipto" era Amenhotep III, padre del fundador de la ciudad de Amarna, Akhenatón. Así que Budge decidió comprar aquellas tablillas para el Museo Británico. Pero no todas cayeron en manos de Budge. Muchas se dispersaron a través del mercado negro de antigüedades, y otras llegaron, además de al Museo de Bulaq, en El Cairo (antecedente del actual Museo Egipcio), a otras instituciones como el Museo del Louvre o el Museo Antiguo de Berlín. 

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Seti I hace una ofrenda de alimentos a los dioses. Templo de Osiris en Abydos.

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la casa de la correspondencia del faraón

Unos años después, en 1891, el reputado egiptólogo británico sir William Flinders Petrie localizó el lugar de procedencia de las tablillas en el yacimiento de Amarna. Durante sus excavaciones en la llamada Casa del rey (las estancias privadas del faraón), Petrie se centró en el edificio donde se creía que se habían localizado las tablillas, que estaba construido con ladrillos de barro. El egiptólogo confirmó su hallazgo al dar con más tablillas diplomáticas "en el interior de una cámara y de dos basureros". Aquella parecía ser la fuente de aquel magnífico tesoro documental. 

Pero la confirmación definitiva de que ese edificio era, en efecto, la cancillería real, llegaría en 1895, durante las excavaciones que Percy Newberry y J. D. S. Pendlebury estaban llevando a cabo en Amarna para la Egypt Exploration Society. Los trabajos sacaron a la luz una inscripción: "Casa de la Correspondencia del Faraón, ¡Vida! ¡Prosperidad! ¡Salud!". Ya no cabía ninguna duda. Aquel era el emplazamiento del centro de la diplomacia del antiguo Egipto durante el período de Amarna. 

La confirmación del que el edificio excavado por Petrie era la cancillería real llegaría en 1895 gracias a una inscripción.

Dibujo realizado por Flinders Petrie del edificio de la cancillería real de Amarna, donde fueron descubiertas las tablillas. 

Dibujo realizado por Flinders Petrie del edificio de la cancillería real de Amarna, donde fueron descubiertas las tablillas. 

Dibujo realizado por Flinders Petrie del edificio de la cancillería real de Amarna, donde fueron descubiertas las tablillas. 

PD

Se han recuperado cerca de 400 de estas "cartas", la mayoría de las cuales abarcan los reinados de Amenhotep III y Akhenatón, aunque también hay algunas que pueden datarse de los reinados de Smenkare, Tutankamón y Ay. Pero, lo más importante, ¿sobre qué asuntos versaban estas singulares tablillas?

Carta enviada por Ashur-uballit, rey de Asiria, al faraón de Egipto. Archivo de Amarna. MET, Nueva York.

Carta enviada por Ashur-uballit, rey de Asiria, al faraón de Egipto. Archivo de Amarna. MET, Nueva York.

Carta enviada por Ashur-uballit, rey de Asiria, al faraón de Egipto. Archivo de Amarna. MET, Nueva York.

PD

En muchos casos las cartas, escritas en su mayor parte en acadio (el idioma de la diplomacia de la época) y en cananeo, aunque también las había en hitita y en mitannio, trataban sobre peticiones matrimoniales, invitaciones, presentes, temas militares, demandas que los reyezuelos locales hacían al faraón en calidad de vasallos y también correspondencia entre el faraón y los soberanos de grandes Estados vecinos como Mitanni, Babilonia o Hatti. 

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Algunos ejemplos

Existen algunos ejemplos curiosos y reveladores, como la carta que Burnaburiash II de Babilonia envió a Akhenatón, en la que el babilonio se queja de que el faraón no le envía oro suficiente: "¿Por qué me enviaste dos minas de oro? Mi trabajo para el templo es en este momento considerable y estoy muy ocupado en su ejecución. Envíame mucho oro". Eso sí, el encabezamiento de la carta es de gran consideración y el rey babilonio le envía sus mejores deseos al egipcio.

Por su parte, Tushratta, rey de Mitanni, envió una misiva a Amenhotep III, que estaba casado con su hermana Kelu-Heba, en la que hace una relación de los regalos que el mitannio envía al faraón: " Como regalo de homenaje a mi hermano te envío cinco carros y cinco tiros de caballo. Como regalo de homenaje a Kelu-Heba, mi hermana, te envío un par de fíbulas de oro, un par de pendientes de oro, un anillo mashu de oro y un recipiente de perfume lleno de aceite dulce".

"Como regalo de homenaje a mi hermano te envío cinco carros y cinco tiros de caballo", le dice Tushratta de Mitanni en una carta a Amenhotep III.

Grabado de la escena de una tumba de Amarna que muestra una gran ceremonia de entrega de tributos de los pueblos vasallos al faraón Akhenatón. 

Grabado de la escena de una tumba de Amarna que muestra una gran ceremonia de entrega de tributos de los pueblos vasallos al faraón Akhenatón. 

Grabado de la escena de una tumba de Amarna que muestra una gran ceremonia de entrega de tributos de los pueblos vasallos al faraón Akhenatón. 

PD

Finalmente están las cartas que algunos reyes vasallos envían al faraón, como la que Rib-Addi de Biblos envió a Akhenatón pidiéndole ayuda contra unos rebeldes, sin obtener ninguna respuesta a cambio, cosa que le recuerda: "Ninguna palabra del rey, mi señor, ha llegado hasta su servidor". Y le suplica: "Espero día y noche los arqueros del rey, mi señor. Que el rey, mi señor, piense en su servidor. Si el rey, mi señor, no cambia la disposición de su corazón, entonces moriré".

Carta escrita por Abi-milku de Tiro al rey de Egipto. MET, Nueva York.

Carta escrita por Abi-milku de Tiro al rey de Egipto. MET, Nueva York.

Carta escrita por Abi-milku de Tiro al rey de Egipto. MET, Nueva York.

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Para saber más

Tratado de Qadesh inscrito en los muros del templo de Karnak.

Egipcios e hititas, la firma de una paz histórica

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Esta última carta es indicativa de la progresiva desaparición de la influencia egipcia en el Próximo Oriente a partir del reinado de Akhenatón, y tanto ella como el resto de la correspondencia diplomática que ha podido estudiarse hasta la fecha han contribuido a arrojar nueva luz sobre un mundo desaparecido hace mucho, y, lo que es más importante y único: a través de las palabras de sus propios protagonistas.