Roma contra Cartago

Cannas, la estrepitosa derrota de Roma ante Aníbal

En 216 a.C. los romanos perdieron la asombrosa cifra de 67,700 hombres y un cónsul en esta batalla al sur de Italia, aunque terminarían derrotando a Cartago en su propio territorio.

La Segunda Guerra Púnica enfrentó a romanos y cartagineses en una lucha a muerte por el Mediterráneo Occidental. Óleo de Bernardino Cesari, siglo XVII.  

Foto: Wikimedia Commons

Tras ser expulsados por Roma de Sicilia, Cerdeña y Córcega veintidós añosantes los cartagineses habían puesto sis miras en la Península Ibérica, donde el padre de Aníbal, Amílcar, se labró un imperio propio a costa de las comunidades indígenas.

La invasión de Italia

Sin embargo Aníbal no se contentaba con gobernar Hispania sino que ansiaba vengarse de Roma y devolver a Cartago todo su antiguo esplendor. Así, tras destruir la ciudad de Sagunto (aliada de los romanos) en el 219 a.C., decidió llevar la guerra a la propia Italia, marchando a través de la Galia y los helados Alpes para derrotar a los romanos y deshacer su imperio.

Aníbal cruza con su ejército el río Ródano camino de Italia.

Foto: Cordon Press

En el 218 a.C. los cartagineses se adentraron en el valle del Po, incitado a la revuelta a las sometidas tribus galas de la región y aplastando al ejército romano en la batalla del río Trebia. Al año siguiente el cónsul Flaminio y su ejército cayeron en una emboscada a orillas del lago Trasimeno, con lo que toda Italia quedó abierta al invasor.

Tras perder todos sus elefantes salvo uno durante el paso de los Alpes, el cartaginés lo usó como montura para impresionar a los itálicos. Fresco de Jacopo Ripanda, Palazzo dei Conservatori, Roma.

Foto: Wikimedia Commons

Consciente de que no podía enfrentarse por sí solo a todas las ciudades de la península, el cartaginés decidió liberar magnánimamente a todos los vasallos de Roma que cayeran en sus manos, fomentando así el descontento entre unas comunidades que no gozaban de los mismos derechos ni privilegios que sus amos romanos.

Por su parte el Senado decidió confiar el curso de la guerra al dictador Quinto Fabio Máximo, quien decidió evitar enfrentamientos en campo abierto y se dedicó a hostigar a Aníbal mientras éste devastaba las llanuras del sur de Italia.

La última esperanza de Roma

Aunque la nueva estrategia de Fabio causó algunas pérdidas a los cartagineses y evitó nuevos desastres, la quema de campos y el saqueo de las ciudades que no se entregaban enfurecieron a los romanos, que decidieron reunir una inmensa hueste con la que aniquilar al odiado Aníbal.

Para desacreditar todavía más al dictador el cartaginés ordenó a sus hombres que no tocaran sus propiedades, dando así la impresión de que existía un pacto entre ellos.

Coraza cartaginesa, Museo Nacional del Bardo, Túnez.

Foto: Wikimedia Commons

Así pues el Senado decidió tomar cartas en el asunto, se decretó una leva sin precedentes de 80.000 legionarios y 6.000 jinetes, que fueron puestos bajo el mando de los nuevos cónsules de 216 a.C., el fanfarrón Cayo Terencio Varrón y su prudente colega Lucio Emilio Paulo.

En primavera el mayor ejército que nunca hubiera reunido la Urbe se dirigió a Apulia, donde Aníbal les aguardaba en la ciudad de Cannas. El campo de batalla era una extensa llanura ideal para la potente caballería púnica, por lo que Emilio Paulo se mostró reacio a atacar en un terreno tan ventajoso para el enemigo.

Moneda cartaginesa acuñada en Hispania, con ellas se pagaba a los numerosos mercenarios que componían la mayoría del ejército cartaginés.

Foto: Wikimedia Commons

Sin embargo ambos cónsules se turnaban en el mando durante días alternos, de modo que el general cartaginés iba provocando a los romanos con constantes incursiones de caballería con la esperanza de provocar así al impulsivo Varrón.

Un astuto plan

Tras una última razia que había llegado hasta los muros del campamento Varrón decidió que ya había tenido bastante, y cuando tomó el mando al día siguiente ordenó a sus hombres avanzar contra los cartagineses. El cónsul desplegó a sus hombres de la manera tradicional, con la masa de la infantería en medio flanqueada por la caballería. Su derecha se apoyaba en el río Aufidio, mientras que la izquierda se apoyaba en las alturas sobre las que se elevaba Cannas.

Aníbal por Sébastien Slodtz, Museo del Louvre, París.

Foto: Wikimedia Commons

Por su parte Aníbal preparó una letal trampa para los romanos. En el centro dispuso a sus mercenarios celtas e hispanos en una amplia media luna, tras los que ocultó dos columnas de veteranos africanos, listas para flanquear a los romanos en cuanto estos hubieran superado su endeble primera línea. Junto al río situó la caballería pesada, mientras que los veloces jinetes númidas se enfrentaban con el resto de jinetes al mando del propio Varrón.

Además el hábil cartaginés se guardaba otro as en la manga: el viento Volturno, que soplaría hacia el enemigo más y más conforme progresara el día, cegándolo con una nube de polvo que le impediría percatarse de la emboscada antes de que fuera demasiado tarde.

Derrota de la caballería

Bajo el abrasador sol del 2 de agosto de 216 a.C. los ejércitos avanzaron hacia el combate. Como de costumbre la lucha se inició con el intercambio de proyectiles entre los hostigadores de ambos bandos. Tras lo que los jinetes cartagineses al mando de Asdrúbal se lanzaron contra la derecha romana al tiempo que las legiones se enfrentaban con los mercenarios del centro.

En el mapa de la izquierda se puede ver el despliegue de ambos ejércitos. A la derecha el final de la batalla: la caballería romana ha sido dispersada y las legiones son rodeadas y masacradas en el centro.

Foto: Wikimedia Commons

Mientras el arco de celtas e hispanos se iba combando hacia atrás bajo el empuje de la infantería, ambas caballerías se enfrentaban en los flancos. Los númidas fueron retrocediendo ante Varrón, esquivando a los romanos mientras los sometían a una lluvia constante de jabalinas, sin embargo al otro lado del campo de batalla los cartagineses habían conseguido superar el débil flanco derecho romano tras dispersar a los caballeros romanos.

Siguiendo fielmente el plan de Aníbal estos jinetes rodearon la retaguardia del enemigo y cayeron sobre Varrón, al tiempo que los númidas giraban grupas y cargaban. Cogido entre dos frentes Varrón emprendió la huida abandonando a su ejército.

Masacre en el centro

Justo en ese momento los africanos flanqueaban a la desprevenida infantería romana, que había avanzado desordenadamente creyendo la batalla ganada con la aparente huida de los mercenarios. Estos se reagruparon súbitamente y cargaron contra la confusa masa de legionarios, al tiempo que Asdrúbal y sus hombres atacaban desde retaguardia.

Muerte de Emilio Paulo por John Trumbull, 1773.

Foto: Wikimedia Commons

Totalmente rodeados, poco podían hacer los romanos salvo morir luchando o rendirse. Emilio Paulo intentó organizar la resistencia agrupando a los legionarios a su alrededor pese a haber sido herido por un proyectil de honda, pero todo fue en vano. Cuenta Livio que al ver la batalla perdida un tribuno ofreció su caballo al cónsul para que huyera, pero este lo rechazó ordenándole que “lo dejara allí para morir entre sus soldados masacrados” pues no deseaba tener que ir a juicio y defender su buen nombre “culpando a otro del fracaso”.

Un victorioso Aníbal recorre el campo de batalla mientras sus hombres le muestran el botín arrebatado a los romanos.

Foto: Cordon Press

Aunque unos 19.000 romanos consiguieron escapar (entre ellos un joven Publio Cornelio Escipión) se calcula que murieron un total de 45.000 legionarios y 2.700 caballeros, a los que se añadían los más de 18.700 soldados capturados. En el bando cartaginés las pérdidas fueron leves: entre 5.700 y 8.000 muertos.

De la derrota una victoria

El general cartaginés Maharbal fue de los primeros en felicitar al victorioso Aníbal, diciéndole que si atacaba Roma “en cinco días estaría cenando en el Capitolio”. Sorprendentemente este prefirió no arriesgarse a un asedio, por lo que Maharbal le recriminó que aunque “podía ganar una batalla […] no sabía cómo aprovecharla”. Tras tan sonada victoria el líder cartaginés fue acogido como libertador por muchas ciudades que se sacudieron el yugo romano como Tarento o Capua, donde sus hombres fueron agasajados a lo largo del invierno.

Consternación en Roma al recibirse noticias del desastre.

Foto: Cordon Press

En Roma cundió el pánico, según Livio “nunca, salvo cuando al ciudad fue capturada (por los galos en 390 a.C.) hubo semejante terror dentro de los muros”. Se sacrificó una pareja de galos y otra de griegos, que fueron enterrados vivos en el Foro Boario para aplacar a los dioses, al tiempo que se compraron 8.000 esclavos a los que se prometió la libertad si luchaban contra el invasor.

Tras Cannas la guerra continuaría años tras año, librándose en Hispania, Italia, Sicilia, Grecia y finalmente África. En la imagen batalla del río Metauro en el 207 a.C.

Foto: Wikimedia Commons

Fabio fue restaurado como dictador y a lo largo de los catorce años siguientes fue toreando a Aníbal, evitando la batalla y reconquistando las plazas que se habían pasado a los cartagineses en un eterno juego del gato del ratón que llegó hasta las mismas puertas de Roma. Al mismo tiempo Escipión fue destinado a Hispania, de donde logró expulsar a los cartagineses en una serie de duras batallas y asedios.

Zama fue el combate decisivo. Escipión supo neutralizar a los elefantes de su oponente para luego envolver a su infantería en lo que sería la venganza de Cannas.

Foto: Wikimedia Commons

Todo terminó en el 202 a.C. Escipión había desembarcado en África amenazando la propia Cartago, por lo que esta recurró a a Aníbal, quien abandonó a sus mercenarios en Italia para acudir en defensa de la metrópoli. Ambos generales se enfrentaron en la llanura de Zama, batalla que culminó en la derrota final de los cartagineses y la marcha de su general al exilio.

Para saber más

Elefante

Los elefantes de Aníbal

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