Te hiciste cargo del califato en su mejor momento / y con la piedad de que das muestra embelleciste su apogeo». Estos versos, recogidos por un historiador árabe del siglo XIII, recuerdan el momento en que al-Hakam II sucedió en el califato de Córdoba a su padre, Abderramán III, en el año 961. Durante los quince años que duró su reinado, al-Hakam supo conservar la paz en las fronteras de al-Andalus, duramente lograda por su padre, y llevó el brillo y el prestigio de la corte de los omeyas de Córdoba a su máxima expresión.
Abu al-As al-Hakam nació el viernes 20 de enero del año 915, en el preciso momento en que se llamaba a la oración en la mezquita mayor de Córdoba, signo que se consideró de buen augurio. Su cabello pelirrojo, ojos oscuros y tez clara revelaban una mezcla de sangres común en los omeyas andalusíes, pues su madre era una cristiana llamada Maryan. Desde muy temprana edad fue reconocido oficialmente como heredero del trono, wali al-ahd. En ciertos aspectos, no fue ése un destino envidiable. Mientras sus hermanos, al alcanzar la mayoría de edad, recibían un palacio y una bella esposa buscada expresamente por sus madres, concubinas de Abderramán, al-Hakam permaneció encerrado en el alcázar de Córdoba, apartado de toda compañía femenina, puesto que su padre había decidido evitar que tuviera descendencia antes de que él muriera.

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Córdoba fue llamada «ornamento del mundo» en tiempos de al-Hakam II, que llevó la ciudad a su apogeo.
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Así lo afirma al menos el cronista al-Razi: Abderramán «no le permitía salir del alcázar ni un día, ni le dio ocasión de tomar mujer de más o menos edad, llevando al colmo una actitud celosa [...]. A pesar de que la situación fuese extremadamente humillante para su amor propio, al-Hakam la soportó con paciencia [...] por mor de la herencia del califato, que alcanzó en edad ya pasada y con escasos apetitos». Esta circunstancia hizo que se difundieran rumores sobre la posible homosexualidad del príncipe. Se ha señalado que, siendo califa, una de sus concubinas lucía un corte de pelo masculino, vestía como un hombre y respondía al nombre de uno de sus ministros, aunque se trataba también de una moda de Bagdad.
Lo cierto es que al-Hakam tenía 46 años cuando accedió al trono y, cosa excepcional en los anales de la dinastía omeya, carecía aún de descendencia. Ahora, sin embargo, tenía a su disposición el enorme harén califal, que acogía aproximadamente a 6.300 personas entre esposas, concubinas, eunucos y servidoras. Las mujeres que habían sido educadas en el harén del califa estaban muy cotizadas entre la aristocracia musulmana occidental, que pagaba precios exorbitantes por incorporarlas al servicio de sus palacios.

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Ibn Abi Amir (Almanzor) fue ganando influencia en la corte de al-Hakam. En el anverso de este dinar de oro aparece su nombre junto al del califa.
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Una de esas concubinas era una mujer de origen vascón, Subh, que, al igual que las demás, había recibido una educación exquisita que abarcaba estudios de lengua, música, danza, poesía y artes amatorias. Fue ella quien le dio su primer hijo, Abderramán, que murió a los pocos años. En 965 dio a luz a Hisham, el futuro sucesor de al-Hakam. No fue la única concubina del califa, pero sí la más querida por éste. Un cronista explica que en una ocasión, al marchar en una expedición contra los reinos castellanos, Subh se despidió del califa «manifestándole su profundo afecto y el inmenso dolor que sentía ante la inminente separación. Al-Hakam, que la amaba con gran intensidad, improvisó: “Le dije adiós y, no sé cómo, no he muerto...”.
Sabio y piadoso
Los largos años de preparación para el ejercicio del poder forjaron la personalidad de al-Hakam en otros aspectos. Durante su infancia y juventud tuvo brillantes preceptores como el filólogo de origen iraquí Abu Ali al-Qali y su discípulo, el gramático al-Zubaydi, que le inspiraron un amor especial por la ciencia y las artes. El «califa sabio», como se lo llegó a conocer, mostró una preocupación incansable por recopilar obras que abarcaran todo el saber humano y, movido por este impulso, logró formar la biblioteca más grande jamás vista en Occidente, que reunía 400.000 libros de tiempos y orígenes muy diversos.
El reinado de al-Hakam representa el apogeo de las letras y las ciencias en al-Andalus, que empezó a generar una producción literaria y científica propia. Abu Bakr al-Ansari enseñó aritmética y geometría en la corte del califa, mientras que los hermanos Ahmad y Omar al-Harrani destacaron en el campo de la medicina. Por su parte, Ibn al-Kutiyya se convirtió en uno de los más célebres cronistas de la historia andalusí.

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La mezquita de Co´rdoba. Óleo por Edwin Weeks. Siglo XIX. Museo de Arte Walters, Baltimore
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Todo ello no estaba en desacuerdo con la profunda piedad religiosa del soberano. Al subir al trono tomó el nombre de al-Mustansir bi-llah, «el que busca la ayuda de Alá», y durante todo su reinado no olvidó en ningún momento la función religiosa que iba aparejada con su título califal, Príncipe de los Creyentes. Una de sus actuaciones más recordadas fue la apertura de tres escuelas coránicas públicas en la mezquita de Córdoba y de veinticuatro más en la medina, cuyos maestros cobraban de la administración para enseñar el Corán a los hijos de los pobres y enfermos de la ciudad. Al-Hakam impulsó también una ambiciosa ampliación de la mezquita de Córdoba, entre los años 961 y 965. No es extraño que los historiadores árabes recordaran al califa cordobés, siglos después, como una «persona religiosa, virtuosa y piadosa, uno de los soberanos más justos, devotos, sabios, modestos, elogiables, de mejor conducta, más alto rango y mayor renombre».
Una nueva corte
Aunque los cronistas mencionan que al-Hakam se puso al frente de expediciones militares, se trató de excepciones. El califa vivió siempre en palacio, separado de sus súbditos por barreras arquitectónicas y por un ceremonial estricto y muy sofisticado. Situó su residencia habitual en Madinat al-Zahra, la nueva ciudad palatina que había ordenado construir su padre Abderramán III en las proximidades de Córdoba. Allí se trasladaron también sus ministros y la nobleza árabe.
Al-Hakam II era un gran amante del ceremonial de la corte, y ofrecía a sus invitados largas recepciones oficiales en las que se promovía la imagen de un poder fastuoso y, a la vez, lejano. Durante su gobierno recibió numerosos visitantes y embajadadores extranjeros, como el destronado rey leonés Ordoño IV, el representante de Borrell II, conde de Barcelona, Gerona y Osona, una embajada bizantina, otra proveniente de Arabia e incluso delegaciones venidas desde Roma.

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El «salón rico» del califa. Construido por Abderramán III entre 953 y 957, este salón de Madinat al-Zahra se utilizó como sala de recepciones oficiales durante el reinado de al-Hakam.
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Las celebraciones estaban fuertemente jerarquizadas, como sucedió en la ceremonia que tuvo lugar durante el final del Ramadán del año 973. El califa, recostado en el trono del «salón rico» (una de las pocas estancias que se han conservado de Madinat al-Zahra), recibió a sus servidores, que acudían a rendirle pleitesía ordenados según su rango. En primer lugar entraron los hermanos del soberano, seguidos –por orden de importancia– por los visires o ministros, junto a un jefe magrebí aliado. Inmediatamente después hicieron acto de presencia los sirvientes más cercanos al califa, que se situaron de pie a ambos lados. Les seguían los prefectos de la policía, un príncipe idrisí del Magreb y un jefe de la aristocracia árabe de la frontera norteña de al-Andalus. Por último, aparecieron otros altos funcionarios, los miembros del clan del califa, los clientes omeyas de origen oriental, los cadíes de las provincias, y los representantes de las tribus y la aristocracia militar andalusí.
El acceso de al-Hakam al trono supuso un cambio importante en la forma de gobernar el Estado. Desde la llegada de los omeyas a al-Andalus, en 753, los poderosos linajes árabes habían ocupado los cargos públicos hasta convertirlos en su patrimonio. Al-Hakam II, sin embargo, decidió rodearse de sangre nueva: hombres de frontera, eslavos, eunucos y bereberes, individuos sin linaje ilustre que hiciesen méritos para ascender y que nunca olvidasen que debían su fortuna a su soberano.
Los favoritos de al-Hakam
Uno de los favoritos del califa fue Yafar ibn Abd al-Rahman, que, como indica su sobrenombre, al-Siqlabi, era «eslavo», el término que daban los andalusíes a prisioneros de guerra adquiridos como esclavos. Yafar llegó a ostentar el cargo más importante del Estado después del propio califa, el de hayib; bajo su control se encontraba la administración central y todos sus visires (los llamados wuzara), coordinaba el ejército y la flota, dirigía la cancillería, inspeccionaba el sistema tributario y dirigía la casa real. Sabemos que tenía una mansión en Madinat al-Zahra, muy cerca de la residencia del califa.
Éste, en una inusitada muestra de favor, llegó a inscribir su nombre junto al suyo propio en el nuevo mihrab de la mezquita de Córdoba: «Mandó el imam al-Mustansir bi-llah, siervo de Dios, al-Hakam, a su liberto y hayib, Yafar ibn Abd al-Rahman –¡Dios esté satisfecho de él!– fijar estas dos impostas en lo que fundó sobre el temor y la satisfacción de Dios». Yafar ibn Utman al-Mushafi, todopoderoso visir del califa, era de origen oscuro. Un cronista decía que procedía de «un árbol carente hasta entonces de notoriedad y de gloria» y que «se elevó a un rango que poco tenía que ver con el de su familia».

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El mihrab de la gran mezquita es fruto de la ambiciosa reforma del edificio que al-Hakam llevó a cabo entre los años 961 y 965.
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Otro cortesano que se benefició de la generosidad del monarca fue Durri al-Sagir, o «el Chico», el encargado del Tesoro, un eslavo que acumuló tal riqueza que se hizo construir una almunia llamada al-Rumaniyya cerca de Madinat al-Zahra. La finca, con una extensión de cuatro hectáreas, y de la que aún se conservan restos de un palacio y una gran alberca, estaba provista de jardines, siervos y animales de carga que Durri donó al soberano a su muerte.
Al mismo tiempo, al-Hakam II se rodeó de una guardia pretoriana conocida como al-jurs, «los mudos», llamados así porque eran soldados de origen extranjero –francos, bereberes, prisioneros esclavos– que no sabían hablar árabe. También promocionó a sus generales victoriosos en las luchas contra los enemigos de al-Andalus, cediéndoles cada vez mayores parcelas de poder.

Arqueta o bote de Zamora
Esta urna de marfil tallado fue un regalo del califa al-Hakam a Subh, que fue su favorita y la madre de su heredero. Año 964. MAN, Madrid.
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El ejemplo más espectacular de promoción política durante el reinado de al-Hakam fue el de Ibn Abi Amir al-Mansur, conocido más tarde entre los cristianos como Almanzor. Miembro de una dinastía de jueces y sabios, ejerció de amanuense hasta que pasó a formar parte de la administración omeya en la judicatura de la provincia de Rayyu (en la actual Málaga). En el año 967, al-Hakam lo nombró gestor de los bienes de sus herederos y de su concubina favorita Subh, y progresivamente le asignó diversos cargos de poder, como prefecto de la ceca, jefe de la guardia e intendente del tesoro y de las obras públicas.
Ibn Abi Amir encontró en Subh una aliada (algunos afirmaron también que una amante) a la altura de su astucia. El joven no se privó de agasajar a la madre del heredero con caros regalos. En una ocasión fue descubierto robando dirhems de la ceca real que quería destinar a la construcción de un palacio de plata para la esclava vascona. Para su fortuna, al-Hakam no sólo le perdonó el delito, sino que lo incorporó a su servicio como uno de sus principales hombres de confianza.

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Medina Azahara (arriba) fue construida por al-Hakam para albergar a su fastuosa corte.
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A partir de 974, la salud de al-Hakam II empeoró, y el califa falleció dos años más tarde, el 3 de octubre de 976. Le sucedió su hijo Hisham, de apenas once años, que quedó bajo el rígido control del hayib al-Mushafi y de Almanzor. Las grandes familias que se habían sentido agraviadas durante el reinado de al-Hakam no tardaron en tomarse la justicia por su mano. Los eslavos habrían deseado que el sucesor del califa fuera su hermano al-Mugira, pero éste fue asesinado. El mismo destino sufrieron los favoritos del monarca fallecido: Durri, Faiq y Yawdar. Al-Mushafi sería depuesto de manera humillante. Y en muy poco tiempo todo el poder quedó en manos de Almanzor, «el Victorioso».