TRANSCRIPCIÓN DEL PODCAST
En 1840, las comunicaciones telegráficas terrestres estaban plenamente extendidas, tanto en Europa como en Estados Unidos. La idea de un cable telegráfico transatlántico que permitiera conectar el Viejo y el Nuevo Mundo surgió tan pronto como, en 1842, Samuel Morse comenzó una serie de experimentos para el tendido de cables submarinos. Al año siguiente, en una carta dirigida al secretario de Hacienda de EE. UU., el propio Morse afirmaría que "es posible una comunicación telegráfica a través del Atlántico. Por sorprendente que parezca, llegará un día en que este proyecto se realice".
El primer cable telegráfico submarino conectó Francia e Inglaterra en 1850 a través del estrecho de Dover. A pesar de que se rompió al poco tiempo, ambos países volvieron a ser conectados al año siguiente. Otros cables submarinos fueron tendidos en Inglaterra, Irlanda o el Mediterráneo, de modo que en 1858 había más de 30 líneas sumergidas, siendo la más larga la del mar Negro, de 574 kilómetros.
Demostrada la viabilidad de la telegrafía submarina, y viendo sus ventajas frente al correo tradicional –una carta entre EE. UU. y Europa tardaba en llegar unos diez días–, el proyecto de lanzar un cable a través del Atlántico se retomó activamente. El desafío no era menor: tender unos 4.000 kilómetros de cable a profundidades que alcanzaban los 4.000 metros. La topografía marina era determinante, pero afortunadamente esta era conocida gracias al mapa topográfico del Atlántico Norte que se había realizado unos años antes.

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Tendido de un cable telegráfico bajo un río americano, 1860.
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Los promotores del proyecto fueron el ingeniero de telégrafos Frederick Newton Gisborne, Samuel Morse y el empresario Cyrus West Field, creador de la Atlantic Telegraph Company. Los trabajos serían sufragados mediante la venta de acciones de dicha compañía, tanto en Inglaterra como en Estados Unidos. El gobierno británico colaboró económicamente y, además, cedió los barcos necesarios para el tendido.
Una empresa manufacturó un cable compuesto por siete alambres de cobre, recubierto con tres capas de gutapercha –un aislante natural obtenido del látex del árbol palaquium, originario del archipiélago indomalayo– y blindado con una espiral de hilos de acero. El diámetro total del cable era de tan solo 1,75 centímetros, lo que permitía una gran flexibilidad. Al mismo tiempo, estaba calculado para poder ser sumergido verticalmente en el agua seis millas sin romperse.
Dos intentos fallidos
En la primavera de 1857, dos barcos de guerra modificados, el USS Niagara y el HMS Agamemnon, cargaron cada uno la mitad del cable, que empalmarían en medio del océano. A partir de ese punto, el Agamemnon debería desenrollar cable navegando hacia la bahía de Valentia Island (Irlanda), mientras el Niagara iría sumergiendo cable en dirección a la bahía de Trinity, en Terranova. El 11 de agosto de 1857, cuando el Niagara se encontraba en una zona con una profundidad de 3.600 metros, uno de los ingenieros a bordo observó como se partía el cable al elevarse el buque durante un fuerte oleaje. Se perdieron unos 650 kilómetros de tendido, la misión se interrumpió y los barcos se retiraron.

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Primer intento en 1850 de la compañía anglofrancesa de telégrafos de John Watkins Brett de tender la primera línea bajo el Canal de la Mancha.
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A pesar de este fracaso inicial, la Atlantic Telegraph Company encargó la fabricación de más cable y, una vez cargado en los barcos, éstos partieron de nuevo. El 26 de junio de 1858, en medio de una dura tormenta, ambos buques consiguieron realizar el empalme y tender 74 kilómetros de cable. Sin embargo, el cable se partió en las profundidades del mar.
Dos días después volvieron a realizar el empalme, pero el cable se rompió dos veces mientras se tendía desde el Niagara. En la noche del 29, el cable se volvería a romper cuando se estaba sumergiendo desde el Agamemnon y cuando los barcos se encontraban a más de 500 kilómetros de distancia entre ellos, lo que obligó a ambas embarcaciones a regresar de nuevo a Irlanda sin acabar su misión.
Cuando el escepticismo se había ya apoderado de la opinión pública y se dudaba seriamente del éxito del proyecto, se realizó un nuevo intento. Esta vez el Niagara y el Agamemnon partieron de Irlanda acompañados de otros dos buques. El 29 de julio de 1858 realizaron el empalme en un mar en calma. Se separaron lentamente y, día tras día, fueron desenrollando cable en las profundidades de un océano tranquilo. Continuamente enviaban señales eléctricas a través del propio cable para comprobar su integridad. El miércoles 4 de agosto el Niagara atracó en la bahía de Trinity y, casi al mismo tiempo, el Agamemnon entraba en la bahía de Valentia. La misión había sido un éxito. Sólo quedaba conectar el cable transatlántico con la red terrestre.
Primeros mensajes
El primer mensaje telegráfico a través del cable transoceánico se envió desde Irlanda el 16 de agosto de 1858, y decía: "Gloria a Dios en el cielo, paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad". Después, la reina Victoria de Inglaterra y el presidente de los Estados Unidos James Buchanan intercambiaron telegramas: "La Reina está convencida de que el Presidente compartirá con ella la ferviente esperanza de que el cable, que ahora ya conecta Gran Bretaña y Estados Unidos, constituirá un vínculo adicional entre las dos naciones, cuya amistad se basa en el interés común y en su recíproca estima".
Por su parte, Buchanan envió un fervoroso mensaje: "Éste es un triunfo más glorioso porque es mucho más útil para la humanidad de lo que un conquistador ha podido ganar en un campo de batalla. Que el cable transatlántico, bajo la bendición del cielo, demuestre ser un vínculo de paz y amistad perpetuas entre las naciones afines, y un instrumento destinado por la Divina Providencia para difundir la religión, la civilización, la libertad y la ley en todo el mundo".
Las celebraciones y los mensajes exaltados se sucedieron. Nueva York fue engalanada con banderas, se lanzaron fuegos artificiales y se iluminaron los edificios. El cable fue considerado por algunos como "la octava maravilla del mundo". En el semanario americano Frank Leslie’s Illustrated Newspaper podía leerse:"El cable telegráfico es un completo triunfo. Los mensajes circulan libremente y no hay duda de que en breve se podrá aumentar la velocidad de las transmisiones. No hace falta recordar al público cuán pocos tenían fe, hace tan sólo un mes, en un logro tan maravilloso".
Un éxito efímero
A pesar de tan desbordante alegría, la realidad era que los mensajes se transmitían con una lentitud extrema. El mensaje de la reina Victoria tardó 17 horas y 40 minutos en recibirse: se necesitaban dos minutos para transmitir una sola letra.

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Hombres trabajando enviando y recibiendo mensajes telegráficos en la sala de cables submarinos de la Oficina General de Correos en St Martin's Le Grand, Londres, Inglaterra, a finales del siglo XIX.
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En un intento por aumentar la velocidad de las comunicaciones se comenzaron a aplicar voltajes excesivos, lo que, junto con la precariedad del diseño del cable, acabó por deteriorarlo rápidamente, hasta el punto de que quedó definitivamente inutilizado sólo tres semanas después de su inauguración. Era el ejemplo de una época en la que se afrontaban grandes desafíos sin contar aún con el desarrollo tecnológico y el conocimiento científico completos para abordarlos con garantía de éxito.
No fue hasta 1866 cuando, tras varios intentos y diversas dificultades, el barco de vapor Great Eastern tendió un nuevo cable transatlántico. Esta vez el cable era más grueso, con mejor aislamiento y un mayor blindaje. Alcanzaba una velocidad de comunicación ochenta veces superior al cable de 1858, y consiguió conectar por primera vez ambos continentes de forma duradera y efectiva.