Delincuentes en la antigüedad

Bulla Felix, el popular y enigmático bandido de la antigua Roma

Durante el siglo III d.C., una época convulsa para el Imperio romano, apareció en escena una misteriosa figura que puso en jaque a las autoridades de Roma. Bulla Felix, como era conocido este personaje, se dedicó sobre todo a robar los transportes que transitaban por la ruta comercial que unía Roma con el puerto de Brindisi, y a pesar de que gozaba de la simpatía de la población fue capturado tras ser delatado por su amante.

Recreación de una damnatio ad bestias, pena a la que fue condenado Bulla Felix. Óleo por Briton Rivière. National Gallery of Victoria (Australia).

Foto: PD

El año 193 d.C. podría ser considerado como un annus horribilis en la historia del Imperio romano. De hecho, para muchos historiadores, los acontecimientos que se sucedieron entonces marcarían el principio del fin de uno de los mayores imperios de la antigüedad. Aquel fue un año pródigo en luchas internas por el poder, traiciones, conspiraciones... El 193 d.C. también se conocería como el "año de los cinco emperadores", ya que fueron cinco los hombres que se creyeron con el derecho de reclamar para sí la púrpura: Pertinax, Didio Juliano, Pescenio Níger, Clodio Albino y Septimio Severo.

El malestar político empezó un año antes, con el asesinato del emperador Cómodo, el odiado hijo del, por otra parte, amado Marco Aurelio. Tras la muerte del emperador, le sucedió el senador Pertinax, quien de inmediato despertó la animadversión de la guardia pretoriana que al poco tiempo acabó con su vida. Tan solo tres meses más tarde fue proclamado emperador el ya anciano Didio Juliano, que a su vez fue asesinado por orden de Septimio Severo, que era gobernador de Panonia, el 1 de junio del mismo año. Finalmente, nombrado César por el Senado, Septimio se encontró con la oposición de Pescenio Níger, lo que acabaría provocando un guerra civil entre ambos. Pero Septimio también se sentía amenazado por otro general llamado Clodio Albino, al cual permitió gobernar junto a él para poder centrarse en la guerra que estaba librando contra Níger. Finalmente, Septimio Severo se haría con el poder imperial fundando una nueva dinastía.

Busto de mármol del emperador Septimio Severo.

Foto: Cordon Press

Un mote misterioso

Toda aquella caótica situación provocó en el pueblo una enorme falta de confianza en la clase política, además de muchos problemas económicos y sociales. Todo ello se tradujo en la falta de productos básicos. Así, el desabastecimiento al que tuvo que hacer frente la población obligó a muchas personas a huir de las grandes ciudades hacia el campo para trabajar en las tierras de algún rico terrateniente en calidad de colonos. Aquello sería el germen del que más adelante surgirían las primeras sociedades feudales, y no solo eso: aquella dramática situación obligó a muchos hombres, los cuales no tenían nada que perder, a dedicarse al bandidaje y al pillaje como modo de vida. Es en ese momento cuando hace su aparición en escena la enigmática figura de Bulla Felix, un bandido del que poco se sabe pues, evidentemente, este no era su nombre real, sino el apodo por el que sería conocido.

La marcha de mucha gente al campo para trabajar en las tierras de algún rico terrateniente sería el germen del que más adelante surgirían las primeras sociedades feudales.

Estatua acéfala de un niño vestido con toga y con una bulla al cuello. Museo Archeologico e d'Arte della Maremma.

Foto: Sailko / CC BY 3.0

Dion Casio, en el libro LXXVII de su Historia romana, hace referencia al misterioso bandolero de la siguiente manera: "Pues, aunque fue perseguido por muchos hombres y pese a que Severo siguió ansiosamente su rastro, nunca fue realmente visto cuando se le creía ver, nunca se le halló cuando se pensaba haberlo encontrado y nunca se le capturó cuando se creyó haberlo capturado, gracias a sus grandes sobornos e inteligencia". De Bulla Félix se desconoce casi todo: su edad y su clase social; sin embargo, algunas fuentes apuntan a que podría tratarse de algún colono o tal vez un desertor, y que quizás era originario de la región de Liguria. Respecto a la bulla que formaba parte de su nombre, se trataba de un colgante o un medallón que en su interior llevaba un amuleto y que se ponía a los niños varones hasta que cumplían los dieciséis años y podían vestir ya la toga viril.

Las correrías de Bulla Felix

Por otra parte, la palabra latina felix podría traducirse como "afortunado", aunque también era un apelativo que se aplicaba a todo aquel que ejercía algún tipo de liderazgo, de ahí que fuera empleada frecuentemente por militares e incluso por emperadores, como es el caso de Cómodo, que lo incorporó a su nombre. Dion Casio, que fecha las correrías de este singular personaje entre los años 205 y 207 d.C., dice que pudo haber sido el líder de un heterogéneo grupo de unos 600 hombres compuesto por fugitivos y libertos quienes, tras perder su estatus debido a la guerra civil, se dedicaban a asaltar los transportes de mercancías que se dirigían a Roma desde Brundisium (Brindisi).

La palabra latina 'felix' podría traducirse como 'afortunado', pero también se aplicaba a todo aquel que ejercía algún tipo de liderazgo.

Imagen de una bulla romana expuesta en el Museo Gregoriano Etrusco (Museos Vaticanos).

Foto: PD

Se decía que Bulla Felix disponía de una amplia red de contactos que le informaban puntualmente de dónde y cuándo salía algún cargamento y quién lo transportaba. Cierto día, dos de sus hombres fueron capturados y condenados a morir devorados por las fieras en el anfiteatro (damnatio ad bestias), una pena que se aplicaba a menudo a los criminales. Nada más conocer la noticia, Bulla Felix se presentó en los calabozos donde los tenían retenidos disfrazado de enviado imperial con la excusa de que necesitaba llevarse a varios hombres para realizar un trabajo muy duro. Para no levantar sospechas, solicitó que los escogidos tuvieran ciertas características que, naturalmente, se ajustaban a las de sus secuaces. Al parecer, su petición sonó tan convincente que los carceleros le hicieron entrega de los hombres solicitados sin rechistar.

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El terrible fin de Bulla Felix

Otra anécdota cuenta que Bulla Felix se hizo pasar por un miembro resentido de la banda y le ofreció a un centurión conducirlo hasta la guarida del buscado delincuente. Una vez allí, apresó al militar y tras condenarlo a muerte le conmutó la pena por la de raparle la cabeza, tal como se hacía con los esclavos. Acto seguido lo dejó en libertad con el objetivo de que el mensaje fuera bien entendido por las autoridades: "Dile a tus amos que alimenten mejor a sus esclavos si no quieren que se conviertan en bandidos". Con todo, según parece, el modus operandi de Bulla Felix era evitar o limitar la violencia en la medida de lo posible; prefería extorsionar a los comerciantes o cobrar un rescate por ellos cuando se decidía a secuestrarlos. El botín conseguido lo repartía entre los más necesitados y los miembros de su banda, como si de un Robin Hood de la Antigüedad se tratase, aunque, por supuesto, de una manera muy interesada para que nadie le pudiera delatar.

El botín conseguido lo repartía entre los más necesitados y los miembros de su banda, aunque, por supuesto, de una manera muy interesada.

Estatua de Emilio Paulo Papiniano en el Palacio de Justicia de Roma.

Foto: iStock

Bulla Felix se había convertido en un grave problema para las autoridades que pidieron el envío inmediato de tropas para capturarle. El propio Septimio Severo, que en aquella época se encontraba pacificando las fronteras del Imperio, montó en cólera cuando le llegó la noticia de que en Roma había un grupo de ladrones que se dedicaba a robar impunemente y que nadie parecía poder hacer nada para evitarlo. Finalmente, para capturar a Bulla Felix y a su banda se enviaron varias legiones, así como topas de caballería. Pero atraparle no era tarea fácil. El bandido contaba con la connivencia de la población, que en más de una ocasión le prestó ayuda y protección. El problema era que no había nadie que estuviera dispuesto a traicionarle; nadie, excepto su amante.

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La mujer que mantenía una relación con Bulla Felix era, por desgracia para él, una mujer casada que se vio obligada a traicionarle cuando su esposo se enteró de la infidelidad. El hombre, despechado, acudió con su esposa a las autoridades para proporcionarles la información que tan ansiosamente estaban esperando. Así, tras ser capturado, Bulla Felix fue interrogado por Emilio Paulo Papiniano, prefecto del pretorio, quien le preguntó por el motivo de sus actos. El arrogante bandido le contestó: "Bueno y tú ¿porque eres prefecto". El popular y esquivo Bulla Felix fue condenado a morir devorado por las fieras en el anfiteatro, una muerte terrible y cruel. Tras su desaparición, la numerosa banda que había reunido se disolvió, y las rutas entre Brindisi y Roma volvieron a ser seguras de nuevo.

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