Dónde quedó tu belleza admirable, Corinto, tu corona de torres, tus tesoros de antaño? ¿Dónde están tus palacios, tus templos divinos....?". Así se dolía el poeta Antípatro de Sidón por la destrucción de Corinto a manos de las legiones romanas unos años atrás, en 146 a.C. Roma, en efecto, había reducido a cenizas una de las más bellas ciudades de Grecia, al término de una breve guerra que consagró la sumisión de los helenos a los designios de la potencia del Lacio. El camino que condujo a este enfrentamiento había comenzado cincuenta años antes, cuando Roma derrotó a Macedonia en 196 a.C. y quebró el dominio de este reino sobre las ciudades griegas. Éstas se agrupaban en confederaciones, de las que la más más poderosa era la Liga Aquea, así llamada porque en su origen la formaron ciudades de la costa de Acaya, si bien se fueron incorporando ciudades no aqueas como Megalópolis y Corinto. Tras su victoria sobre Macedonia, Roma se autoproclamó libertadora de los griegos y protegió a la Liga Aquea en su expansión por el Peloponeso, en detrimento de las enemigas de ésta, Esparta y Mesenia.
Pero los aqueos aprovecharon esta alianza para librarse de sus rivales políticos y el Senado de Roma, obligado a mediar en los conflictos de la Liga, no siempre actuó de manera acertada. Así fue como, tras la tercera y última guerra macedónica (concluida en 169 a.C.), aceptó la acusación del aqueo Calícrates contra mil hombres por haber conspirado con Perseo, el rey macedonio depuesto por los romanos, y los envió a Roma sin garantías de un juicio justo.
El levantamiento
Las arbitrariedades de la Liga y el cambiante juego de alianzas de Roma, que favorecía ahora a Esparta, provocaron un descontento general que fue aprovechado por los demagogos nacionalistas, partidarios de la independencia absoluta de la Liga frente a Roma, y derivó en un conflicto armado. La Liga declaró así la guerra a Esparta y, con ello, a su protectora, Roma. Los desafiantes aqueos, menospreciando el poder romano, congregaron sus ejércitos en Corinto, la capital comercial de la Liga. Engrosaban sus tropas mercenarios y esclavos liberados, que traían carros para transportar los despojos de una guerra de la que sólo pensaban sacar provecho. Incluso trasladaron allí a sus familias, para que jalearan su triunfo desde las murallas. Pero en cuanto se encontraron los dos ejércitos, el romano, comandado por Lucio Mummio, se impuso al griego con facilidad, ante la mirada impotente de los que contemplaban la batalla desde la ciudad.
Los desafiantes aqueos, menospreciando el poder romano, congregaron sus ejércitos en Corinto, la capital comercial de la Liga.

Ruinas de la ciudad griega de Corinto. Al fondo, el templo de Apolo, en estilo dórico.
Foto: iStock
El historiador Pausanias refiere que Dieo, el jefe de la Liga, huyó a Megalópolis, donde, tras informar de su derrota, mató a su mujer para que no cayera prisionera de Roma y, a continuación, se suicidó. Al mismo tiempo, por la noche abandonaron Corinto los aqueos que se habían refugiado allí y la mayoría de sus habitantes. A pesar de que las puertas de Corinto estaban abiertas, Mummio no la ocupó, sospechando que en su interior se había preparado una emboscada; pero dos días después tomó la ciudad por la fuerza y la incendió. Según Pausanias, los romanos dieron muerte a la mayor parte de los hombres que capturaron dentro y Mummio vendió a mujeres y niños, e incluso todos los esclavos que habían sido puestos en libertad, habían luchado al lado de los aqueos y no habían muerto en la batalla.
Una nueva provincia romana
De esta forma, Roma quiso dar un ejemplo a los griegos de las consecuencias y la inutilidad de enfrentarse a su poder. La conquista de Corinto fue el fin de la guerra entre Roma y la Liga Aquea y supuso un gran golpe del que Grecia nunca pudo reponerse. El valor estratégico de esta población era indudable: su ciudadela dominaba un amplio territorio del Peloponeso y sus dos puertos en el istmo (Céncreas y Lequeo) eran lugar de paso de las rutas comerciales entre Italia y Asia Menor. Por esta razón, Roma escogió Corinto como capital de su nueva provincia, que recibió el nombre de "provincia de Acaya" y no "provincia de Grecia", porque los romanos habían tomado posesión de este territorio de manos de los aqueos.
El valor estratégico de esta población era indudable: su ciudadela dominaba un amplio territorio del Peloponeso y sus dos puertos en el istmo.
Pero lo más humillante para Grecia y su cultura fue el desprecio de los romanos por los tesoros artísticos que custodiaba la ciudad. Se cuenta que los templos fueron desvalijados de sus ofrendas, las estatuas derribadas y hasta las pinturas se amontonaron por el suelo, usadas como tableros sobre los que los soldados jugaban a los dados. Lo que se salvó acabó disperso por diversos templos y villas de Roma e Italia y hasta en la colección particular del rey Atalo II, en Pérgamo (Asia Menor), porque Lucio Mummio cedía pinturas y estatuas negligentemente, sin ser capaz de apreciar su belleza. Pero lo que causó verdadera pasión en Roma fueron las copas de bronce y los relieves de terracota, cuya perfección artística atrajo a los ávidos profanadores de tumbas en busca de tan preciado material.
Mummio, el héroe plebeyo
Las represalias de Mummio no se limitaron a Corinto: Pausanias cuenta que el general victorioso "derribó las murallas y desarmó las ciudades que habían luchado contra Roma, antes de que se enviara por parte de Roma un consejero. Y cuando llegaron sus consejeros, entonces cesó la vida democrática, se dispusieron los cargos políticos según las riquezas, impuso a las ciudades griegas un tributo y a la clase adinerada se le prohibió tener posesiones en el extranjero. Las asambleas [ligas] organizadas según cada una de las etnias griegas, ya fuera la aquea, la focea, la beocia o la de cualquier otra parte de Grecia, fueron disueltas todas sin distinción".
Pausanias cuenta que el general victorioso 'derribó las murallas y desarmó las ciudades que habían luchado contra Roma, antes de que se enviara por parte de Roma un consejero'.

El último día de Corinto, por Tony Robert-Fleury. 1870.
Foto: Museé d'Orsay / CC BY 3.0
Por ello, la conquista del "astro aqueo de la Hélade" supuso "la destrucción de la grandeza de Grecia" y se convirtió en un tópico que pasó de historiadores y oradores a inspirar a algunos poemas. Éstos abundan en detalles líricos, como la contemplación de las ruinas en una tierra "más inhóspita que el desierto de Libia", las tumbas violadas de los antepasados, o el ejemplo del heroico suicidio de dos corintias, Boisca y Ródope, cuando "Ares incendiaba su ciudad". Incluso se justifica poéticamente la crueldad de los romanos con Corinto, ya que, como descendientes de Eneas, fundador mítico de Roma y príncipe de Troya, vengaban la destrucción de esta ciudad a manos de los aqueos en la famosa guerra cantada por Homero en la Ilíada.
"El destructor de Corinto"
Sin embargo, si bien es cierto que las ruinas que hoy admira el visitante corresponden a la ciudad fundada por César en 44 a.C., las excavaciones confirman que Corinto no fue abandonada y que continuó siendo un importante enclave comercial. Pero la imagen de una victoria ejemplar había consagrado a Lucio Mummio, perteneciente a una familia plebeya, que necesitaba una empresa militar de gran calado para impulsar definitivamente su carrera política. Consciente de que tenía en Grecia una oportunidad única, no dudó en presentarse allí como pacificador, con ofrendas en Olimpia, Delfos, Nemea y Epidauro. Incluso hizo celebrar sus gestas por su hermano, Espurio Mummio, filósofo y orador, que solía recitar en Italia sus poemas sobre la campaña; de hecho, ciertas exageraciones de la tradición literaria acerca de la toma de Corinto bien pudieron partir de las licencias poéticas de Espurio.
Consciente de que tenía en Grecia una oportunidad única, Lucio Mummio no dudó en presentarse allí como pacificador, con ofrendas en Olimpia, Delfos, Nemea y Epidauro.
Lucio Mummio, preparado ya el terreno de esta forma, se aprestó a celebrar en Roma un fastuoso triunfo como "el conquistador de Acaya" y "el destructor de Corinto", y erigió monumentos en tierras itálicas, en la Galia y hasta en Hispania, en la ciudad de Itálica, en la Bética, donde había sido pretor en 153 a.C. Y, en efecto, la carrera de Lucio prosperó. Elegido censor en 142 a.C., recibió el apelativo de Achaicus ("el de Acaya") que su bisnieta, Mummia Achaica, la madre del futuro emperador Galba, aún portaba con orgullo.