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En el siglo XVI, el gran pintor flamenco Bruegel el Viejo recreó en una serie de extraordinarios cuadros el modo de vida de las gentes de aldea de su tiempo, con sus rutinas agrícolas, sus fiestas desenfrenadas y sus momentos de sufrimiento y desastres.
En una época en la que los temas religiosos y mitológicos eran los más populares entre los pintores, Pieter Bruegel el Viejo aparece como una figura inclasificable. Ningún otro artista centró la mayor parte de su trabajo en la grandeza del paisaje y la vida cotidiana de los campesinos. Sus críticos llegaron a considerarlo como un hombre de poca sofisticación y lo apodaron despectivamente Bruegel el Campesino, pero también contaba con muchos admiradores y amigos personales –académicos, humanistas y hombres de negocios adinerados– que apreciaban su trabajo y coleccionaban sus obras.
Nacido en Breda (ducado de Brabante, en la actual Bélgica, entre 1524 y 1530), su biografía está llena de lagunas. Se formó como pintor en Amberes y tras obtener el grado de maestro hizo un viaje a Italia. A su vuelta residió de nuevo en Amberes hasta que en 1562 se trasladó a Bruselas, donde se casó y trabajó hasta su muerte en 1569. No sabemos nada concreto sobre su personalidad y tampoco sobre sus creencias religiosas y políticas, aspecto importante pues en esos años los Países Bajos vivían una gran agitación por la difusión de las ideas protestantes y crecía la tensión frente a la política de Felipe II de España, soberano del país. Quizá fue precisamente este ambiente enrarecido lo que llevó a Bruegel a refugiarse en sus obras en la evocación del paisaje y la vida sencilla de los campesinos.