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Las ruinas romanas de Baalbek, de una belleza colosal, se encuentran a menos de cien kilómetros al noreste de Beirut, la capital del Líbano. En este asentamiento tan antiguo se erigió un santuario fenicio dedicado a Baal, una divinidad con cuernos de toro que representaba la fuerza vital. Alejandro Magno visitó Baalbek de camino a Damasco y en época helenística pasó a denominarse Heliópolis. La función religiosa del santuario persistió con los romanos, quienes conservaron algunos de los atributos de la antigua divinidad indígena, como el rayo y los toros, transferidos a Júpiter Heliopolitano. En su inigualable proceso de romanización respetaron las antiguas creencias, pero adaptadas a los nuevos tiempos, y construyeron unos templos majestuosos que convocaron a multitudes de peregrinos. Sólo hay que recordar que en las canteras de Baalbek se tallaron los monolitos más grandes de la Antigüedad, algunos de los cuales nunca llegaron a utilizarse y acabaron enterrados con el paso de los siglos. En la fotografía destaca la grandeza y el magnífico estado de conservación del templo de Baco, octástilo como el Partenón, pero de mayores dimensiones. Esta construcción colosal continúa en pie unos 1.800 años después, como un ejemplo imborrable de la arquitectura imperial romana.