Según cuenta la leyenda, cuando en 1824 estrenó su novena sinfonía, Beethoven, situado en el escenario junto al director, fue avisado por una de las cantantes, Caroline Unger –otras versiones dicen que fue el primer violín de la orquesta–, para que se girase a contemplar la ovación del público, que no podía escuchar. Para entonces, el maestro, de 53 años de edad, estaba completamente sordo.
Cronología
Una vida al servicio de la música
1796
Instalado en Viena cuatro años antes, Beethoven comienza a notar dolor en el oído y pérdida de audición.
1802
Su estado empeora y en el llamado Testamento de Heiligenstadt confiesa haber llegado a plantearse el suicidio.
1803
Publica su sonata La tempestad, cuya atmósfera dramática evidencia el tormento que le provoca la sordera.
1814
Ante la imposibilidad de escuchar lo que toca, Beethoven se retira como pianista para dedicarse tan sólo a componer.
1827
Beethoven, que desde 1818 sólo se comunica con el exterior a través de unos cuadernos de notas, fallece el 26 de marzo.
Los primeros síntomas del mal aparecieron siendo aún un veinteañero. Hacia 1796, pocos años después de haberse instalado en Viena, el compositor comenzó a perder audición y a sufrir tinitus, ruidos internos constantes. Poco después, no escuchaba las conversaciones y si se le gritaba padecía hiperacusia –un dolor que le mortificó años más tarde, en 1809, cuando Viena fue bombardeada por las tropas napoleónicas–. En el momento en que estaba alcanzando el éxito en Europa como compositor y pianista, Beethoven comprendió la gravedad de su enfermedad. Durante algunos años el músico siguió triunfando en conciertos y actuaciones privadas como virtuoso del piano, pero las molestias, lejos de ser pasajeras, no hicieron sino agravarse.
Una angustia secreta
En 1801, Beethoven confesaba su angustia en una carta a su amigo médico Franz Gerhard Wegeler: «Durante los tres últimos años, mi oído ha ido debilitándose cada vez más. El problema parece haber sido motivado por la condición de mi vientre […]. Frank [un médico vienés] ha intentado tonificar mi constitución con medicinas reconstituyentes y mi oído con aceite de almendras, pero no ha servido de nada […]. Durante casi dos años he dejado de asistir a reuniones sociales, simplemente porque me es imposible decir a la gente: “Estoy sordo [...]”. Te suplico que mantengas un profundo secreto sobre el asunto de mi sordera».

cabello beethoven
Al analizar un mechón de cabello de Beethoven en la década de 1990 y sus huesos exhumados en 2005, los investigadores hallaron una cantidad de plomo cuarenta y dos veces superior a la media, lo que apunta que la intoxicación por plomo (saturnismo) podría ser la causa de los dolores abdominales y tal vez de la sordera.
Foto: Reuters/Gtres
La angustia vital que provocó en Beethoven la pérdida de audición se reflejó en su música. La sonata para piano número 14, Claro de luna, es una conmovedora confesión musical motivada también por el rechazo amoroso de Giulietta Guicciardi. Su música cobrará dimensiones heroicas, como metáfora de la lucha desesperada del individuo y su triunfo sobre las adversidades. En la misma época creó la sonata para piano número 17, La tempestad, cuya trágica atmósfera la convierte en contemplación sonora del dolor humano y muestra el camino que seguiría el compositor: el aislamiento de la sociedad y la catarsis mediante la experimentación artística.
Beethoven buscó ayuda médica, aunque la que podía ofrecer la ciencia de la época era muy limitada. En 1802, los doctores Johann Adam Schmidt y Carl Rokitansky le aplicaron corrientes eléctricas en el oído, sin resultados. Schmidt le recomendó retirarse durante un tiempo a Heiligenstadt, una localidad próxima a Viena, en la que podría recuperar el ánimo y pasear por los bosques, costumbre que lo acompañaría durante toda su vida. Allí escribió, en octubre de 1802, el llamado Testamento de Heiligenstadt, una confesión –que escondió hasta su muerte– dirigida a sus hermanos y al mundo: «Oh, hombres, que pensáis o decís que soy malévolo, obcecado o misántropo, qué poco me comprendéis. Desconocéis la causa secreta que me hace mostrarme así ante vosotros […]. Desde hace seis años me he visto atacado por una seria dolencia que ha ido a peor por culpa de médicos insensatos […]. Me resultaba imposible decirle a la gente “hablen más alto, griten, porque estoy sordo” […]. ¡Qué humillación cuando alguien que está junto a mí oye una flauta en la distancia y yo no oigo nada! […] Incidentes como ésos me llevan a la desesperación; un poco más y habría puesto fin a mi vida».

Testamento de Heiligenstadt
El Testamento de Heiligenstadt es una carta escrita por Beethoven en 1802 y hallada tras su muerte en 1827.
Foto: Alamy / ACI
Retiro como pianista
Ante la imposibilidad de escuchar lo que interpretaba, en 1814 Beethoven hizo su última aparición pública como pianista; desde entonces el maestro aceptó con gran dolor que fuesen otros quienes propagasen sus obras. Debió renunciar así a la importante fuente de ingresos que suponían los conciertos, con lo que la pensión vitalicia ofrecida por varios aristócratas vieneses se convirtió en su principal medio de subsistencia. Sin embargo, la sordera no afectó nunca sus facultades compositivas, pues Beethoven era capaz de imaginar todos los sonidos. Como un pintor que puede visualizar su obra aun no nacida, Beethoven escuchaba claramente en su cerebro. No sólo eso, sino que, a medida que avanza la enfermedad y se levantaba un muro infranqueable entre él y el mundo, su estilo evolucionaba a pasos agigantados, llegando a atrevimientos que provocarían la incomprensión de sus contemporáneos. Las modernidades sonoras de la última sonata para piano y del cuarteto conocido como la Gran fuga dejaron perplejos a sus contemporáneos.
El compositor nunca dejó de probar remedios para curar su sordera. En uno de los «cuadernos de conversaciones» que usaba para comunicarse con los demás, decía: «El doctor Mayer ha combinado en un tratamiento el humo sulfúrico con las vibraciones, que le han permitido curar a bastantes personas que padecían del oído […]. Entre otras, ha curado a una mujer que llevaba más de quince años sin oír nada». También recurrió a diferentes artilugios para mejorar su audición.
El inventor Johann Nepomuk Mälzel le construyó varias trompetillas de diferentes tamaños. Beethoven prefirió una con forma de diadema, que podía usar mientras tocaba el piano o dirigía la orquesta. Para percibir frecuencias sonoras por conducción ósea a través de las resonancias del teclado, sostenía una varilla de metal entre los dientes que apoyaba en el piano, captando así las vibraciones. Además se hizo construir una caja como altavoz que colocaba sobre el instrumento, y un piano con dos trompetas enormes enfocadas hacia sus oídos. En 1818, la casa Broadwood regaló a Beethoven un piano creado expresamente para él, con sonoridad más penetrante y robusta que la de los vieneses. Conrad Graf le construyó otro con una concha gigante como amplificador. Pero fue gracias a su extraordinario oído interno como pudo seguir componiendo con las capacidades creativas y musicales intactas.

trompetillas beethoven
Varias trompetillas e instrumentos acústicos usados por Beethoven. Casa Beethoven, Viena.
Foto: Bridgeman / ACI
¿Completamente sordo?
Beethoven llegó a tomar setenta y cinco frascos medicinales recetados por el doctor Andreas Ignaz Wawruch, que no hicieron más que agravar sus dolores. Sólo encontraba fuerzas para resistir en su compromiso con la música. En el Testamento de Heiligenstadt explicó que fue eso lo que le disuadió de suicidarse: «Sólo mi arte me ha detenido. Me parecía imposible dejar este mundo antes de haber creado todo aquello que soy capaz de crear».
Tras su muerte, el 26 de marzo de 1827, nació el mito de Beethoven como el genio romántico por excelencia, y uno de los ingredientes fundamentales de ese mito fue la sordera. Sin embargo ¿y si el «genio sordo» no estuvo totalmente sordo? Tal es la tesis del musicólogo Theodore Albrecht. Tras estudiar minuciosamente los cuadernos de conversaciones, Albrecht sostiene que el músico oía mínimamente por el oído izquierdo, al menos hasta 1823, cuando escribió que, al dejar de usar trompetillas, su oído izquierdo se conservaba mejor. En doscientos años nadie lo había notado: la polémica está servida.
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litografía beethoven
Ludwig van Beethoven. Litografía de Carl Schweninger, el joven. Siglo XIX. Filarmónica de París.
Foto: Fine Art / Album
La salud, calvario de Beethoven
La medicina actual apunta a una patología de tipo autoinmunitario como causa más problable de la sordera de Beethoven, aunque él la atribuía a sus problemas intestinales. Ciertamente, de su autopsia y el análisis de tejidos se ha concluido que el compositor padeció diversos trastornos abdominales, hepáticos y renales, además de una meningoencefalitis. Su último año de vida fue un calvario: una quincena de médicos lo trataron por el engrosamiento del abdomen, por infecciones y edemas, y le aplicaron punciones y sangrías con sanguijuelas.
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cuaderno beethoven
Cuaderno de conversación nº 11. Página de marzo de 1820. Biblioteca Estatal, Berlín.
Foto: BPK / Scala, Firenze
Los cuadernos de conversación de Beethoven
A partir de 1818, Beethoven utilizó a menudo para comunicarse unos cuadernos en los que sus amigos y conocidos le escribían las cosas que querían decirle, mientras que él contestaba de viva voz. En 1819, Beethoven fue a un restaurante con otras cuatro personas; el cuaderno recoge las frases que dirigieron al compositor:
Os ruego que pongáis pronto música al lied del conde Loeben.
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Ese que está sentado enfrente y que baja tan tontamente los ojos es el hijo del cantante Simoni.
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Terminad de una vez la Misa.
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No habléis tan alto; es un inconveniente de los lugares públicos, todo el mundo espía y escucha.
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Deberíais ir vos mismo a felicitar a la mujer del café.
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¿Qué habéis decidido a propósito del préstamo? [Beethoven había pedido uno a una banca] Intentaré ventilar el asunto mañana, porque es tarde.
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Oigo decir que no se puede comer aquí al mediodía, pero ese señor conoce un buen restaurante, justo al lado del teatro.
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Rossini tiene un genio original, es innegable, pero es un chapucero, sin gusto.
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Este artículo pertenece al número 204 de la revista Historia National Geographic.