Lucio Emilio Paulo tenía cerca de sesenta años. Su padre había caído heroicamente en Cannas, luchando contra Aníbal, y él había derrotado a los belicosos ligures del norte de Italia y a los turdetanos y lusitanos de Hispania. Corría el año 168 a.C. y los romanos eligieron cónsul a este severo aristócrata para que pusiera fin de una vez por todas a la guerra que sostenían con Perseo, rey de Macedonia.
Diez años atrás, Perseo había sucedido a su padre Filipo V, que ya había perdido dos guerras contra la República Romana. Ésta se convirtió en protectora de los enemigos de Perseo. Su familia descendía de Antígono el tuerto, general de Alejandro, cuyos herederos se habían hecho con el gobierno de Macedonia, y desde el inicio del siglo III a.C. dominaban la mayoría de las ciudades de Grecia. Poco tiempo después de que Perseo subiera al trono comenzaron a sucederse delegaciones y embajadas al Senado romano procedentes de diversos pueblos que aportaban quejas y evidencias de los movimientos diplomáticos de Perseo para aumentar su poder en Grecia.
La guerra acabó estallando a causa de un ataque contra Eumenes, soberano de Pérgamo y uno de los más fieles aliados de Roma. Ante el Senado romano, Eumenes había acusado al rey macedonio de preparar la guerra en secreto, lo que llevó a Perseo a organizar un atentado contra su molesto rival aprovechando una visita de éste al oráculo de Delfos, a su vuelta de Roma. Eumenes sobrevivió, y el fallido magnicidio dio al Senado el pretexto que necesitaba para declarar el inicio de la llamada tercera guerra macedónica.

Fregio con soldati romani, da cuma, I sec dc
Legionarios romanos de época republicana en un relieve de la ciudad de Cumas. Antikensammlung, Berlín
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Sin embargo, los generales enviados entre 171 y 169 a.C. por Roma no tuvieron demasiado éxito: Licinio Craso fue duramente derrotado en la batalla del monte Calicino, Aulio Hostilio fue rechazado en su avance hacia Macedonia y Marcio Filipo hubo de retirarse debido a dificultades de abastecimiento.
La guerra de Emilio Paulo
Los romanos pedían un cambio en la dirección de la guerra, y en el año 168 a.C. el mando se otorgó al experimentado Lucio Emilio Paulo, cuyo temperamento se manifestó en el discurso que pronunció tras haber sido elegido cónsul: comentó que era él quien hacía un favor al pueblo de Roma asumiendo aquel puesto, y no al contrario, y recomendó callar a quienes criticaban a los mandos militares. Si tanto sabían, dijo, le podrían facilitar sus consejos de viva voz, ya que les ofrecía partir con él a la guerra con todos los gastos pagados.
Lo primero que hizo fue recabar toda la información que pudo sobre la situación en Grecia. La respuesta fue sorprendente: ambos ejércitos, el romano y el macedonio, se encontraban acampados frente a frente a cada orilla del río Elpeo (cuyo cauce estaba seco), sin intención evidente de enfrentarse. No sólo eso. Los legionarios, además de hallarse ociosos y estar desmoralizados, sufrían durísimas restricciones logísticas y pronto se encontrarían sin reservas de alimentos.

Macedonian Phalanx at the Battle of the Carts
La falange macedonia en un grabado de la Historia Hutchinson de las Naciones.
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Después de reclutar 24.000 soldados de infantería y 1.400 jinetes entre romanos y aliados, el cónsul partió hacia Grecia. Al llegar al escenario de la guerra tuvo que enfrentarse al primer problema: la falta de agua. Emilio Paulo ordenó excavar pozos en busca del preciado líquido, y el rápido éxito de este encargo aumentó su reputación y le hizo ganarse el respeto de los soldados. Tras ello, ordenó a su legado Publio Escipión Nasica que marchase día y noche con una cuarta parte de sus fuerzas hasta la ciudad de Dión, situada en la retaguardia del enemigo, para envolver al ejército de Perseo.
Un desertor informó del plan al rey macedonio, que trató de rechazar al contingente romano. Pero los hombres de Nasica lograron imponerse tras un violento choque en las montañas que se levantaban entre el río Elpeo y Dión, lo que dejó a Perseo expuesto a un ataque en dos frentes. Tenía que neutralizar esta amenaza cuanto antes y para ello debía vencer al grueso de los romanos, apostados en la otra ribera del Elpeo bajo el mando de Emilio Paulo.

Andrea del Verrocchio The Battle of Pydna WGA24993
La batalla de Pidna. Óleo de Andrea del Verrocchio, 1475, Museo Jacquemart-André, París.
Con este propósito retrocedió hasta las inmediaciones de la ciudad de Pidna, en cuya llanura se podía extender completamente la falange macedonia, la poderosa y compacta formación erizada de lanzas que habían creado Filipo II y su hijo Alejandro Magno. El cónsul le siguió, y las tropas romanas y macedonias quedaron apostadas de nuevo frente a frente a orillas de otro río, el Aeson.
La mula que comenzó una batalla
En la noche del 21 al 22 de junio se produjo un eclipse que alimentó las supersticiones de los soldados de ambos bandos. Los macedonios lo consideraron un mal augurio. Al día siguiente tuvo lugar la batalla, cuyo inicio estuvo marcado por un episodio curioso, protagonizado por una mula de los hombres de Paulo, que durante la recogida de agua cruzó el río accidentalmente y quedó en manos de los tracios que servían de auxiliares de Perseo. Cuando los romanos fueron a por la mula, se entabló una primera escaramuza. Otros efectivos fueron uniéndose a la refriega hasta que se desencadenó una batalla campal.
Los velites romanos, una avanzadilla ligera de lanceros, fueron los primeros en romper la disciplina y echarse al combate abierto, lo que sin duda arrastró al resto del ejército de Paulo; no en vano los velites eran la vanguardia de la legión, y su acometida significaba el principio del ataque romano. Este hecho ha llevado a interpretar el episodio de la mula como una estratagema cuyo auténtico responsable podía haber sido el mismo Paulo, con la intención de provocar la lucha.

Syrian War
Los legionarios se enfrentan a la falange en una moderna recreación 3D.
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Sin embargo, Perseo contaba con la ventaja del terreno: en la llanura, la falange macedonia desplegó su formación de largas sarisas, imponentes lanzas de hasta siete metros que creaban una barrera en teoría impenetrable. Las sarisas repelieron fácilmente a las legiones, demostrando así las razones que habían convertido a la falange macedonia en el ejército más poderoso de su tiempo, capaz de conquistar el mundo entero. Pero durante la lucha, al perseguir a los romanos, los macedonios perdieron la ventaja del terreno, ya que, llevados por la euforia del combate, se adentraron en espacios menos llanos, más irregulares.
Quizás ésta había sido, desde un principio, la intención de Emilio Paulo. Los legionarios aprovecharon rápidamente las irregularidades del terreno, que provocaban la apertura de espacios entre las sarisas, para penetrar en unidades pequeñas entre las lanzas macedonias. Con el gladio, la espada corta tradicional romana, los legionarios se aproximaron con facilidad a los falangitas enemigos, cuya armadura ligera, hecha de lino endurecido y reforzado, no estaba preparada para el cuerpo a cuerpo. Los legionarios, en cambio, disponían de un completo equipo defensivo, que incluía una cota de malla y un escudo cóncavo tras el cual podían refugiarse por entero.
Sangre y saqueo
A la actuación de los legionarios se sumó el ataque, sobre el flanco izquierdo de la falange, de los 34 elefantes de guerra que habían alineado los romanos. Todo ello provocó en poco tiempo la ruptura de las filas de Perseo y, acto seguido, una masacre sin cuartel. Los macedonios habían perdido todas sus posiciones y los legionarios corrían tras los fugitivos para no dejar supervivientes que pudiesen organizar una nueva resistencia.

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Cuando Perseo se rindió a Emilio Paulo, lo hizo vestido de negro y acompañado únicamente de su hijo. El cónsul se levantó de su asiento y salió a recibirle con la mano tendida, pero el rey se arrojó a sus pies, llorando y abrazándole las rodillas. Paulo se lo recriminó: «¿Por qué echas a perder mi victoria y apocas mi triunfo, haciendo ver que no eras un enemigo noble y digno de los romanos?». Rendición de Perseo por Jean Francois Pierre Peyron, 1802, Museo de Bellas Artes, Budapest.
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Perecieron más de veinte mil macedonios y en torno a un centenar de romanos. Muchos enemigos huyeron hasta el cercano mar y entraron en el agua. Allí intentaron rendirse a los comandantes de los barcos romanos, pero éstos enviaron a sus hombres en barcas para acabar con los vencidos, y los que volvieron a la playa fueron aplastados por los elefantes. Escipión Emiliano, hijo adolescente del cónsul y futuro destructor de Cartago, había desaparecido al terminar la batalla para congoja de su padre, pero reapareció con las ropas empapadas en la sangre de los caídos. Cuando los romanos cruzaron el Aeson al día siguiente, sus aguas aún estaban teñidas de rojo.

Aemilia 10
En esta moneda acuñada por Paulo para celebrar su victoria aparece la diosa Concordia y en el reverso Perseo y sus hijos rindiéndose al general romano.
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Rendido Perseo, Paulo le prometió respeto a su dignidad, animándole a confiar en la clemencia del Senado. Sin embargo, poca clemencia obtuvo el rey cuando fue llevado a Roma como parte del séquito de prisioneros. Vivió el final de sus días como cautivo en una villa romana, mientras las legiones convertían a Roma en el nuevo poder sin rival del Mediterráneo.