Tras recibir de la República Francesa el mando del desastrado Ejército de Italia en marzo del 1796, Napoleón restauró su espíritu combativo y se dispuso a luchar contra los austriacos, en guerra con Francia desde hacía cuatro años. Tras restaurar la moral de sus hombres con algunas reformas, el corso atacó al enemigo, derrotándolo en Montenotte, Dego y Mondovi. Gracias a estas sorprendentes victorias sobre un ejército muy superior en número y recursos, Bonaparte consiguió capturar la región del Piamonte y abastecer a sus famélicas tropas mediante el saqueo.
PERSIGUIENDO A LOS AUSTRÍACOS
Un vez hubo asegurado de esta forma sus comunicaciones con Francia, el siempre ambicioso Napoleón decidió seguir adelante, llegar hasta Viena y obligar al emperador Francisco II a firmar la paz. Al mismo tiempo ocuparía las provincias del centro y norte de Italia, que serían convertidas en repúblicas satélite de París, obligadas a aportar hombres y recursos en la lucha contra las monarquías de Europa.

En Montenotte, un grupo de franceses jura morir antes que retirarse
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Por su parte el comandante imperial Johann Beaulieu había retrocedido sobre Milán y dispersado a sus fuerzas a lo largo del caudaloso río Po. Pretendía así defender todos los puntos por los que podrían cruzar los franceses y frenar su avance de forma definitiva. Napoleón decidió hacer un amago de ataque en el pueblo de Valenza para cruzar luego el río en ciudad de Piacenza. Atacando esta población se colocaría además entre el enemigo y sus bases de aprovisionamiento, con lo que obligaría a Beaulieu replegarse hacia el este y abandonar Milán para no quedar aislado en territorio enemigo.

Sin fondos ni líneas de aprovisionamiento, los soldados de la Revolución dependían del saqueo para sobrevivir
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La maniobra surtió efecto, mientras los imperiales se concentraban en Valenza, una columna de granaderos y caballería se abalanzó sobre Piacenza, expulsando a la débil guarnición austríaca el 7 de mayo y atrincherándose a la espera de que llegara el resto del ejército. Los austríacos acudieron a toda prisa, pero no pudieron hacer mella en los 6.000 defensores que eran reforzados constantemente desde la orilla sur del río. Superado de esta manera por Bonaparte, el general imperial retrocedió hacia el este, parapetándose tras el río Adda.
CARGA CONTRA EL PUENTE
Si bien había puesto a los imperiales en fuga Napoleón no había logrado destruirlos, por lo que podían contraatacar en cualquier momento y recuperar el terreno perdido. Así pues, tras reagrupar a sus tropas, Bonaparte se dirigió hacia la villa de Lodi para aniquilar al grueso del ejército enemigo que se había concentrado allí.

Napoleón en Italia por Édouard Detaille
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En la orilla opuesta del Adda se reunían 10.000 austríacos con 12 cañones apuntando al único puente por donde podían cruzar los franceses desde Lodi. Impaciente por aplastar a un enemigo al que superaba en número el general francés optó por un ataque frontal, al tiempo que ordenaba a su caballería encontrar un vado y rodear a los austríacos.

Bonaparte supervisa la artillería mientras sus hombre se reúnen para asaltar el puente
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El asalto se inició con el fuego de 30 cañones dirigidos personalmente por Bonaparte, artillero de profesión. Cubierta por el bombardeo, una enorme columna de 3.000 hombres se lanzó al asalto de la posición, pero una salva de metralla la detuvo en mitad del puente. Rápidamente algunos oficiales se pusieron a la cabeza de los hombres y los arrastraron con su ejemplo hacia el enemigo. Entre ellos se encontraban algunos mariscales del futuro Imperio como André Masséna, Louis Alexandre Berthier y Jean Lannes.

Berthier conoció a Bonaparte en Italia y lo acompañó en todas sus campañas hasta su abdicación en 1814.
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Los franceses llegaron a la otra orilla y expulsaron al enemigo a bayonetazos, al tiempo que llegaban los jinetes franceses por el norte y sellaban el destino de los imperiales, que se retiraron desesperadamente a la fortaleza de Mantua. Aunque breve, esta batalla fue muy sangrienta, pues los franceses pagaron su victoria con mil muertos, mientras que los austríacos perdieron 4.000 soldados entre muertos, heridos y prisioneros.
TRIUNFO Y ENVIDIA
La huida de Beaulieu abrió a Bonaparte el camino a Milán, donde entró cinco días después. El pueblo milanés acogió en principio a los franceses de manera favorable, pero pronto los saqueos y abusos les hicieron comprobar la verdadera naturaleza de estos supuestos libertadores. Generales y soldados se dedicaron a robar descaradamente objetos de todo tipo, que eran enviados hacia Francia en pesados convoyes dignos de la peor horda bárbara. Aunque suscitó el odio de los italianos, esta rapiña permitió al general francés pagar a sus hombres, que hasta el momento solo habían recibido papel moneda sin valor. Un veterano se maravilló al cobrar su sueldo en francos de plata, algo que no había sucedido desde el inicio de la guerra.

Los franceses entran en Milán y levantan el gorro frigio, símbolo de la liberación de los reyes opresores.
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La espectacular victoria de Napoleón le granjeó la animadversión del Directorio, un órgano de 5 miembros que gobernaba la República de forma oligárquica, el cual lo había enviado a Italia con la intención de hundir su reputación en un frente considerado imposible de ganar. Para que el advenedizo general no les hiciera sombra, los directores intentaron enviarlo a Roma a coaccionar al Papa, mientras trasladaban al general Kellerman (salvador de la Revolución en 1792) desde Alemania para terminar la campaña contra Beaulieu.

Bonaparte y su comisario jefe, Antoine Christophe Saliceti, saquearon a conciencia el norte de Italia.
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Sin embargo la popularidad de Bonaparte era tal se atrevió a desafiar al Directorio, amenazando con negarse a entregar el mando, al tiempo que enviaba carromatos llenos de tesoros a París para conquistar a los ciudadanos. La presión popular fue demasiado para los directores, que desearon “gloria inmortal al conquistador de Lodi” y le enviaron a regañadientes 10.000 soldados más para acabar con los austríacos.

Los tesoros traídos de Italia por Napoleón le sirvieron de propaganda en su lucha por el poder supremo.
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Aunque el conflicto se prolongó hasta 1797, la victoria permitió a los franceses asegurar zonas ricas en alimento y recursos con los que regenerar su tesoro, vacío tras cuatro años de lucha ininterrumpida. A nivel personal, la batalla supuso para Napoleón un paso más en su ascenso al poder supremo, como quedó patente en el apoyo que recibió del pueblo durante su breve roce con el Directorio.