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Cuando el duque de Wellington murió en 1852, el héroe de Waterloo tuvo un entierro de Estado. El carro fúnebre en el que se paseó su féretro por las calles de Londres, atestadas por más de un millón de curiosos, fue arrastrado por doce caballos negros que lucían, en sus frentes, un ornamento de altas y sedosas plumas de avestruz, negras como el carbón. El cortejo causó tal sensación que a partir de entonces todo funeral victoriano que se preciara debía contar con caballos tocados con plumas de avestruz
Las plumas del ave más grande del mundo se empezaron a poner de moda, y no sólo en los funerales. Las damas de la corte francesa comenzaron también a usarlas como ornamento a partir de 1860, especialmente en grandes abanicos de mano que al moverse hacían brillar la textura sedosa de las plumas.
En Francia, los avestruces habían despertado el interés de la realeza hacía casi dos siglos. Durante el reinado de Luis XIV, en el Zoológico Real de Versalles ya había un grupo de avestruces. Este animal también quedó asociado con la reina María Antonieta, esposa de Luis XVI, aunque en forma de caricatura: la reina fue criticada a menudo por su enorme dispendio en ropajes, joyas y fruslerías a costa de las arcas del Estado, y en varias publicaciones críticas apareció representada como un enorme avestruz, haciendo un juego de palabras entre autruche (avestruz) y Autriche (Austria), dado su origen austríaco.

Un carro tirado por una avestruz en el Jardín zoológico de París, en 1875.
De Francia, la moda de las plumas de avestruz cruzó el canal de la Mancha y penetró con gran fuerza en Inglaterra, donde se impuso de tal manera que el escritor Thomas Hardy escribió en su obra Dinastías: "Las damas de posición visten, casi como si fuera un uniforme, un tocado de plumas de avestruz con diamantes y vestidos de satén blanco bordados en oro o plata". En esa época las plumas eran un artículo de lujo, ya que sólo podían provenir de animales salvajes cazados en el Sahara o en África del Sur, donde abundaban. Los altos costes de la caza y el transporte en caravanas a través del desierto aumentaban mucho el precio de las plumas. A esto se añadió otra complicación: la sobreexplotación. Los avestruces salvajes empezaron a escasear, y sus plumas se volvieron aún más preciosas y caras.

La duquesa de Kent, Victoria May Louise retratada con un espectacular tocado de plumas de avestruz.
Producción industrial de plumas
Algunos granjeros de Oudtshoorn, cerca de Ciudad del Cabo, en África del Sur, vieron posibilidades en un nuevo negocio y en 1865 emprendieron la cría de avestruces para abastecer el creciente mercado mundial de plumas. Al principio, las hembras pisoteaban los huevos en sus nidos, pero el problema fue resuelto por Arthur Douglass, uno de los granjeros, que inventó en 1869 la incubadora para huevos de avestruz. Gracias a ella, en 1875 ya había veinte mil avestruces domésticos en Oudsthoorn, ciudad que sigue siendo un gran centro de cría mundial. Las plumas de avestruz se convirtieron en el cuarto producto de exportación de África del Sur después del oro, los diamantes y la lana.
Los granjeros de África del Sur emprendieron la cría de avestruces para abastecer la creciente demanda mundial de plumas
La producción masiva coincidió con la invención del plumero en 1870, una idea del americano E. E. Hoag. Gracias a su facilidad para atrapar el polvo, el plumero resultó ser una herramienta imprescindible en todas las casas de finales del siglo XIX, popularizando aún más las plumas de avestruz. Londres se convirtió en la capital mundial de su comercio, y en el barrio del East End se crearon grandes almacenes para clasificar las plumas según su calidad. Las más bonitas y valiosas eran las blancas de las alas de los machos, como las que forman parte del blasón del príncipe de Gales desde el siglo XIV.

Blasón del Príncipe de Gales con plumas de avestruz y la leyenda Ich Dien "yo sirvo".
El uso de las plumas de avestruz empezó a declinar a partir de 1885, cuando incluso una asociación en defensa de las aves, la Liga del Plumaje (Plumage League), se quejó del excesivo derroche de aves y plumas en los sombreros de las damas. Finalmente, con la primera guerra mundial, se extinguiría la moda que había revolucionado Europa durante más de cincuenta años. Las causas fueron varias: la creación, en 1915, de un impuesto del 33 por ciento para la importación de productos de lujo, la necesidad de sombreros más pequeños para que las mujeres pudieran trabajar e incluso la generalización del vehículo de motor, en cuyas cabinas abiertas un tocado con plumas de avestruz no resultaba nada práctico. De esta manera, las plumas de avestruz no tardaron en empezar a llenarse de polvo.