El capricho de un faraón

La autobiografía de Herkhuf, una crónica de viajes del antiguo Egipto

En tiempos del faraón Pepy II, durante el Reino Antiguo de Egipto, un alto funcionario llamado Herkhuf hizo grabar en su tumba la que podría ser la primera crónica autobiográfica de un viaje y que contiene una curiosa anécdota.

Autobiografía de Herkhuf

Autobiografía de Herkhuf

Foto: Abel G.M.

Desde tiempos inmemoriales, el ser humano se ha sentido fascinado por conocer lo que hay más allá del horizonte. Incluso los más poderosos se maravillan y a veces actúan como niños al descubrir algo insólito, más aún si realmente son niños, aunque se trate del mismísimo faraón de Egipto. Eso es precisamente lo que le sucedió a Pepy II, rey de la sexta dinastía del Reino Antiguo, cuando uno de sus altos funcionarios le trajo un regalo inesperado de uno de sus viajes más allá de la frontera sur.

La autobiografía de Herkhuf es es el primer relato de viaje autobiográfico que tenemos y narra una curiosa anécdota

Herkhuf, cuya tumba se encuentra en la necrópolis de Qubbet el-Hawa -situada en las colinas de la ribera occidental del Nilo a su paso por la ciudad de Asuán- fue uno de los hombres más poderosos bajo el reinado del faraón Menenre I y de su sucesor Pepy II, que gobernaron aproximadamente entre los años 2260 y 2165 a.C. Como otros muchos, Herkhuf hizo grabar en las paredes de su última morada sus numerosos títulos, pero a diferencia del resto, decidió incluir también una crónica de sus viajes al servicio de los reyes de Egipto.

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Este es el primer relato de viaje autobiográfico que tenemos y narra, además, una anécdota que ilustra que incluso el soberano más longevo de la historia -si nos atendemos al cálculo de Manetón gobernó durante casi 95 años, más que cualquier otro mandatario de cualquier época- fue un día un niño impresionable y caprichoso.

Tumba de Herkhuf en Qubbet el-Hawa

Tumba de Herkhuf en Qubbet el-Hawa

El texto está dividido en cuatro secciones; la situada más a la derecha reproduce la carta de Pepy II a Herkhuf.

Foto: Abel G.M.

El deseo del rey niño

Entre sus muchas funciones Herkhuf tenía el deber, como gobernador del Alto Egipto, de ocuparse de las relaciones políticas y comerciales con la vecina Nubia. Esta responsabilidad lo condujo varias veces más allá de la frontera meridional del reino y en una de esas ocasiones viajó hasta una tierra llamada Yam, que se situaba directamente al sur de la actual Jartum (Sudán), donde confluyen el Nilo Blanco y el Azul.

De este viaje trajo para su rey “todo tipo de grandes y hermosos dones”, que detallaba en una carta al faraón. Pero nada llamó más la atención de Pepy II, que entonces rondaba los ocho años, que un hombre que el gobernador había traído en su regreso: un pigmeo. La noticia de aquel “enano de la tierra de los espíritus” llamó poderosamente la atención del rey niño, que inmediatamente requirió que se lo llevaran a su corte en Menfis.

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La carta que el faraón -o más bien uno de sus escribas- envió a Herkhuf está reproducida en la fachada de la tumba del gobernador y dice así:

“Has dicho, en esta carta tuya, que has traído un pigmeo de danzas divinas de la tierra de los habitantes del horizonte, como aquel pigmeo portador del sello del dios Baurded que se trajo de Punt en tiempos del rey Isesi. Dirígete hacia el norte, a palacio. Apresúrate y trae contigo a este pigmeo. Cuando el pigmeo viaje contigo en la barca, nombra a personas excelentes que estén junto a él en cubierta para evitar que se caiga al agua. Cuando duerma, de noche, nombra a personas excelentes que duerman junto a él, en su tienda, e inspecciónalo diez veces cada noche. Mi majestad desea ver este pigmeo más que los dones del Sinaí y de Punt. Si llegas a palacio con este pigmeo contigo, vivo, fuerte y sano, mi majestad hará por ti algo más grande que lo que se hizo por el portador del sello del dios Baurded en tiempos de Isesi, tal es el deseo de mi majestad de ver a este pigmeo”.

Más de 800 kilómetros de navegación separaban Asuán de Menfis, un viaje no exento de peligros, de ahí que el faraón le ordenara tomar todas las precauciones posibles. La autobiografía de Herkhuf no deja constancia de cómo terminó ese viaje o de la reacción del rey al recibir al pigmeo, pero cabe esperar que fue positiva si el gobernador fue enterrado con todos los honores y el título de Favorito del rey. Lo que tampoco sabemos es si el involuntario protagonista de la anécdota sintió la misma felicidad al convertirse en el nuevo juguete del joven faraón.

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