Es 22 de agosto de 1138. Está por empezar la batalla del estandarte en Northallerton (Yorkshire, UK). Robert de Bruce, Lord de Annadale, llega a Northallerton por su cercanía con David I de Escocia en representación del ejército anglonormando y con el cometido de negociar con el rey escocés una rendición sin confrontación con las tropas de Esteban I de Inglaterra. No hay trato, no esta vez. Sin embargo, el empuje del ejército inglés sorprende a los escoceses, que se ven desbordados durante una refriega frenética. En plena lucha, el caballo de David I de Escocia intenta zafarse, pero en medio del lodazal termina con el jinete en el suelo. A pesar de intentarlo, el rey no consigue volver a levantarse y montar su caballo. El desconcierto impera en el tumulto. Todo son gritos desesperados embadurnados de adrenalina, suenan ruidos metálicos de choques de armas, sollozos de moribundos. Caos. El caballo queda en un segundo plano… los ingleses quieren a su dueño. Sin embargo, uno de sus súbditos llega hasta el rey David I y, a pesar de resbalarse tratando de fijar la pisada en el lodazal en el que se ha convertido el prado, consigue recoger a su rey del suelo para subirlo de nuevo en volandas al caballo con solo una mano. La otra la necesita para blandir su espada.
La batalla termina con derrota escocesa, pero los pocos supervivientes convierten en leyenda al hombre del brazo fuerte que socorrió al rey en combate volviéndolo a montar en su caballo. Armstrong (Arm-Strong, brazo-fuerte en su versión castellanizada). Con su leyenda nace también el clan que formaría hasta llegar a convertirse en uno de los más importantes de Escocia en los siguientes siglos.
Saqueo en la frontera, un negocio rentable
Más de 200 años más tarde Inglaterra y Escocia siguen manteniendo las distancias en la zona fronteriza. Los Armstrong están establecidos en Newcastleton, en el lado escocés, y sirven a ambos reyes en función de su conveniencia y réditos. Controlan varios kilómetros hacia el norte y hacia el sur, sin importarles si están a un lado o al otro de la frontera. Los clanes tienen cada vez más notoriedad a lo largo del límite fronterizo hasta que surgen los conocidos como rateros fronterizos (en inglés los border reivers). Estos, durante el reinado de Jacobo V de Escocia reclutan hombres con los que saquear todo aquello que encuentran a más o menos un día de distancia. Los protagonistas de este relato llegan a ser los más temidos, con un ejercito de hasta 3.000 jinetes para hacer el mal.
Será unas decenas de años más tarde, en el siglo XVI, cuando Jacobo VI de Escocia eliminará estas fronteras, pidiendo que se trate bien a los clanes que queden subyugados de manera pacífica bajo su corona. El jefe de los Armstrong verá cómo se echa por tierra el modo de vida del clan de los últimos cientos de años, por lo que considera un buen momento para realizar una incursión que desacredite a un rey que todavía no lo era de facto. Roban casi 5.000 ovejas y consiguen un botín de unas 300£. A Jacobo VI no le sienta nada bien y ordena la búsqueda y captura de su líder, Johnny Armstrong, que acaba colgado en la plaza Grassmarket de Edimburgo. El resto del clan es desterrado a Irlanda con la premisa de que si vuelven y son vistos serán ejecutados sin juicio.
Con el paso de los años, el clan se establece en Irlanda, pero también algunos vuelven en son de paz a Newcastleton. Otros, en cambio, comienzan una diáspora saliendo de Irlanda en busca de una vida diferente. Algunos van a combatir en las guerras contra los Países Bajos del siglo XVIII, también a otras zonas de Europa y hay quienes parten rumbo a las nuevas colonias de los Estados Unidos. Como apuntan en el Cincinnati Squire, en la década de 1730, los Armstrong llegan al Nuevo Mundo.
Los antepasados de Neil Armstrong
Unos años después de nacer su hijo David, la familia se muda a Ohio, donde se establece de manera definitiva. David se convierte en un hombre de negocios en St. Marys, transportando mercancías entre Fort Wayne al norte y Dayton al sur. En 1825 le nombran auditor del condado pero tan solo puede ostentar el cargo hasta 1833, año en el que fallece.
Dos generaciones después, Willis J. Armstrong decide invertir los 200$ de herencia en un terreno de 187 acres (unos 750.000 m2) en las afueras de Wapakoneta, Ohio, a unos 100 km al este de la zona en la que la familia había vivido desde que llegara a América. Su hijo Stephen K. y Viola contraen matrimonio en la granja a la que vuelve un tiempo después para que ella de a luz al primer hijo de la pareja. Dos semanas antes de la fecha que habían estimado, un dolor insoportable les hace llamar al doctor. El médico dice que hay que intervenir, y que podrá salvarla a ella, pero conseguirlo con la criatura va a ser una tarea más complicada. La venda antes de la herida. Es agosto 1930. Con final feliz, la pareja hace un guiño a los antepasados escoceses del padre y pone al bebé un nombre de origen gaélico que parece marcarle su destino desde recién nacido: Neil. “Nube”.
El nombre de Neil, "Nube" en gaélico, es un guiño a sus antepasados escoceses y parece premonitorio sobre el futuro del bebé.
La infancia del pequeño Neil discurre por el estado de Ohio por culpa del trabajo de su padre. La mudanza es la norma, no la excepción. Steve es auditor en los EE.UU. de los años 30 y su ocupación requiere del continuo movimiento de un lado para el otro.
Soñando con ser piloto
Es domingo, y padre e hijo van en coche camino a la iglesia cuando, en el trayecto, se topan con un aeródromo en el que un hombre ofrece paseos en avioneta por unos centavos de dólar. El padre decide darle el capricho al pequeño Neil, de seis años. Desde ese primer vuelo, el sueño del niño es ser piloto. Mientras la familia colecciona cambios de residencia durante la época más dura de la historia de Estados Unidos, tras el crac de 1929, Neil se convierte en un muchacho tímido y reservado. Algo que se pone de manifiesto en el periplo preadolescente, haciendo que su círculo de amistades sea muy concreto, y también probablemente el motivo por el que termina enrolado en los Boy Scout.
Neil está a punto de entrar en el instituto y la familia hace la última de sus mudanzas: Wapakoneta. Una vuelta a los orígenes, aunque no a la granja en la que él nació. El barrio es un conglomerado de casas de colores con porche a tres escalones de altura sobre la calle y garaje anexo en la parte trasera de la parcela. Una imagen típica del sueño americano. A pocas manzanas de su casa, un vecino tiene a todos los chavales de la zona encandilados. Es ingeniero y le llaman el Mago de Wapakoneta. Jacob Zint predice el tiempo gracias a un telescopio casero que ha construido en la parte superior de su garaje. Una ventana al cielo nocturno de Ohio que gira sobre unas ruedas de patines. El joven Armstrong piensa en ese ventanal no solo como la oportunidad de ver algo que jamás ha visto, sino una manera de obtener la insignia de mérito de astronomía de los Boy Scouts. Su grupo se inscribe para ver qué tiene que ofrecerles Mr. Zint y ese día, desde aquel garaje, Neil Armstrong ve las estrellas y la Luna por primera vez como nunca antes las ha visto. Tan cerca como si de alguna manera las pudiera tocar con la punta de los dedos.

Armstrong operando el simulador de control de reacción mecánica en la NACA High-Speed Flight Station en 1956.
Foto: NASA
Un joven aplicado en los estudios
Por aquel entonces, Neil ya es el clásico empollón de biblioteca y calcetines blancos que pasa desapercibido en las clases pero que ya ha decidido que, si ha nacido tarde para formar parte de la generación de pioneros de la aviación, al menos contribuirá a su progreso trabajando en la fabricación de aviones. Sus notas son brillantes. Quiere ser ingeniero aeronaútico, aunque también le encantaría pilotar. Los modelos que cuelgan del techo de su habitación son buena prueba de ello… si bien no suele volarlos en exteriores por miedo a que una pérdida de control o un aparatoso aterrizaje acaben por romperlos en pedazos.
Neil es obstinado y trabajador de modo que cuando no está en el colegio se saca unos centavos realizando trabajos de poca monta: cortando el césped en el cementerio del pueblo, amasando en la trastienda de una pastelería… Sin embargo, es el trabajo en un almacén como mozo de carga a 40 centavos la hora el que le permite juntar los dólares necesarios para pagar las clases de instrucción de vuelo en el aeródromo de Port Koneta, al amparo de pilotos retirados en viejos aviones de guerra. Cada hora de instrucción le cuesta 23 horas de trabajo en el almacén. Con 14 años es ya un habitual del aeródromo, y a los 16 obtiene la ansiada licencia de piloto. Toda una declaración de intenciones: aprende antes a volar que a conducir. Poco después acaba el instituto con una foto de anuario memorable bajo la cuál le describen como si quisieran resumir su vida: “He thinks. He acts. 'Tis done.”, (Él piensa. Él actúa. Está hecho“).

El piloto de pruebas Fred Drinkwater, el astronauta Neil Armstrong y el ingeniero Stu Rolls frente al avión Ames Bell X-14 pilotado por Armstrong en febrero de 1964.
Foto: NASA / Lee Jones
El salto a la universidad
La beca de la U.S. NAVY que tanto desea es inviable en un primer momento por una serie de asignaturas avanzadas no cursadas en su instituto, de manera que se ve obligado a ir a clases extracurriculares de materias como trigonometría. Obviamente, lo consigue y se matricula en la Universidad de Purdue. En 1950, la guerra con Corea hace que deje la universidad para alistarse en el ejército. Tres años y 78 misiones de combate después -alguna de ellas accidentadas-, retorna a casa y retoma sus estudios universitarios. También conoce a la que será su primera esposa. Neil tiene 22 años y Janet 18. Haciendo gala de su carácter reservado, tarda tres años en proponerle una cita, pero el amorío acaba en boda en enero de 1956. Una vez terminada la carrera firma su primer contrato en la National Advisory Committee for Aeronautics, la NACA (predecesora de la actual NASA) y tras un breve periodo en Cleveland (Ohio), la familia Armstrong se muda a California, donde empieza su carrera como piloto de pruebas al Centro de Investigación de Vuelo en Edwards. Allí prueba durante años auténticas maravillas de la aviación el X-15 que el ejército estadounidense está diseñando. Únicamente los mejores pilotos, aquellos que disponen de una pericia inapelable y unos nervios de acero, son capaces de manejarlos y volar a una velocidad cinco veces por encima de la velocidad del sonido. Y la capacidad de Armstrong para mantener la calma comienza destacar entre el resto de pilotos.

Neil Armstrong posa junto a uno de los aviones más potentes de la época, el X-15.
Foto: NASA
Problemas familiares
En 1962 la vida le confiere el revés más duro posible. A Karen, su segunda hija, de tan solo 2 años le detectan un tumor en el encéfalo y como consecuencia de la radioterapia su sistema inmunológico se debilita enormemente. Finalmente, muere de una neumonía que no puede superar por sus escasas defensas.
La familia se derrumba. Vacío, Neil necesita canalizar de alguna manera todos esos pensamientos recurrentes sobre la pérdida de su pequeña, tanto que pocos meses después de la fatalidad presenta su candidatura a astronauta. Ahora, más que nunca, necesita sentir que aporta algo al mundo. Por el contrario, cuanto más se vuelca en su proyecto profesional, más descuida a su familia. El distanciamiento entre Neil y Janet es cada vez más patente, aunque no se acabarán divorciando hasta 1994.
Es el primer civil admitido por la NASA para ser astronauta y la primera misión que le encomiendan es el pilotaje de la Gemini 8. Para que eso ocurra, debe pasar pruebas que jamás imaginó. ¿Quién sabe qué podían encontrar “ahí fuera”? Desde la centrifugadora a máximo rendimiento, en la que Neil consigue seguir pilotando mientras todos los demás se desvanecen, hasta que le inyecten agua helada en el oído con una jeringuilla. Es 1966, y su sangre fría le permite -por primera vez en la historia- maniobrar en el espacio para acoplar su módulo con el Agena que ya está en órbita.

Neil Armstrong ensayando el regreso al módulo lunar en las instalaciones de la NASA.
Foto: NASA
El primero que pisará la Luna
Poco tiempo después, le notifican que comandará la histórica misión Apolo 11, en la que le acompañarán Buzz Aldrin y Michael Collins. A pesar de la peligrosidad del trabajo, los astronautas tienen sueldo de funcionarios, por lo que durante la cuarentena previa al lanzamiento los tres tripulantes idean una brillante manera de dejar un legado económico a sus familias en caso de desastre. Los seguros de vida privados son extremadamente caros en relación a su salario, así que se ponen a firmar cientos de fotos que sus mujeres puedan subastar para asegurar unos ingresos que les permitan no tener problemas económicos.
Sin embargo, el desastre no ocurrió, sino todo lo contrario.

Foto oficial de la tripulación del Apollo 11. De izquierda a derecha: Neil A. Armstrong, Comandante; Michael Collins, piloto del módulo de mando; y Edwin E. Aldrin Jr., piloto del módulo lunar.

Buzz Aldrin fotografiado por Neil Armstrong, quien aparece en el reflejo del casco, en la superficie lunar.
Foto: NASA
A 384.400 km de casa, demuestra una vez más que le llamaron para eso: pilotar en la adversidad. Neil consigue alunizar el Eagle cuando no les separan del desastre más de 30 segundos de combustible. En el centro de control de Houston la explosión de júbilo es máxima: “Eagle has landed” a la que seguiría seis horas y media más tarde el famoso “Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la Humanidad” que le acompañaría hasta el resto de sus días.
Cuando todavía en la Tierra les comunicaron que el primero en pisar la superficie lunar sería Armstrong, Aldrin se enfadó. Según los protocolos, él debía haber sido quien bajase primero y no fue su culpa que un error le privase de esa tarea que, en cierto modo, era su único caramelo. Más aún, conociendo su fuerte personalidad, es todavía hoy, en pleno siglo XXI, la comidilla de los aficionados a la astrononáutica. De hecho, Buzz Aldrin es un showman espacial aún hoy, a sus más de 90 años de edad. Neil en esa legendaria EVA (Extra Vehicular Activity) hace su trabajo sin prácticamente pensar en lo glorioso de cada paso. Se dedica a lo que les han encomendado: recoger muestras de rocas lunares y sacar fotos del paisaje y de su compañero de aventuras lunares, Aldrin, gracias a la máquina fotográfica Hasselblad, una maravilla tecnológica allá por el año 1969. Un cascajo anticuado tan solo unos años más tarde.
La tripulación vuelve sana y salva y después de un fastuoso recibimiento más que merecido, Neil empieza a desmarcarse de los focos en cuanto termina la cuarentena de seguridad. Él no es de esos. Nunca lo ha sido.

Cámara Hasselblad HDC similar a la que llevaron los primeros astronautas que llegaron a la Luna.
Foto: Hasselblad
En busca de una vida normal
En 1971 abandona la NASA y regresa a Ohio. Como ya hiciera su bisabuelo, compra un terreno de 200 acres en Lebanon, a unas dos horas al sur de su Wapakoneta natal, en el que se dedica a criar ganado y sembrar heno y judías. Se trata de un pequeño núcleo urbano de algo menos de 15.000 habitantes lo suficientemente alejado del trasiego de una urbe como Cincinatti, pero lo suficientemente cercano a la universidad donde imparte clases de ingeniería aeroespacial entre 1971 y 1979. Allí es el Profesor Armstrong. Los reconocimientos a su gesta lunar le llegan día sí y día también, aunque no le guste. Diferentes universidades y gobiernos de hasta 17 países le vanaglorian, pero su vida ahora es, o quiere que sea, la de una persona normal, anónima. Da clases de introducción a la aeronaútica y diseño de aeronaves, firmando sus correcciones como “N.A.”, como si sus alumnos no supieran que su profesor es el primer ser humano que pisó la Luna, tema que nunca quiere sacar en sus clases porque él enseña sobre aviones, no sobre cohetes espaciales.
Según dicen, explica las cosas con total naturalidad, como quién cuenta algo en un reunión de amigos, sólo que a lo mejor está hablando de una entrada en barrena a varios G, o de cualquier otra de sus experiencias como piloto. Por ejemplo, el accidente en la guerra de Corea que le obligó a eyectar después de chocar con un cable a 150 m. de altitud y cuyo aterrizaje le costó una fractura de coxis. Siempre les cuenta que a él lo que le gusta es pilotar planeadores porque al no haber motor se trata sólo de gestionar las diferentes energías y las fuerzas durante el vuelo, “eres parte de la ecuación”, les dice.
El despacho del profesor está abierto a cualquier duda. Eso sí, solo sobre sus asignaturas, no sobre la mayor gesta del ser humano en la historia. Allí les recibe con un pequeño X-15 en su escritorio, como el que probó en sus inicios. Con algunos de esos alumnos mantiene relación décadas después de haber sido su profesor, e incluso suele quedar con ellos de vez en cuando para comer y ponerse al día (o más bien, para ponerle al día de los últimos avances en aeronáutica).
Fuera del ámbito universitario y laboral, sigue siendo una persona reservada como lo ha sido siempre. Se puede hablar con él del tiempo o del campo si te lo encuentras en el súper o echando gasolina. O tomando algo en el Village Ice Cream Parlor, un bar de Lebanon en el que los que le conocen saben que no deben decir su nombre si hay foráneos, por si acaso. Sigue queriendo pasar desapercibido detrás de sus gafas de sol, con el uniforme típico de un granjero: vaqueros desgastados y camisa de franela, como hace en las subastas de ganado en las que puja por las reses de sus hijos para inflar el precio. En la lavandería, su ticket muestra un “N. A. Armstrong” para que nadie levante las cejas. Por supuesto, no acude a casi ninguno de los homenajes en su nombre y probablemente se revuelve en su tumba cada vez que se hace alguno.

Neil Armstrong en una foto tomada en 1991.
Foto: NASA
Negligencia médica
Después de su divorcio en 1994, se muda al norte de Cincinatti, aunque mantiene un pequeño despacho en Lebanon. Desde esa pequeña oficina junto a la consulta de un dentista y cercana a un negocio de compra-venta de coches de segunda mano, responde los cientos y cientos de cartas que recibe desde que volviera de la Luna. Peticiones de niños para que les cuente cómo lo pasó en el Mar de la Tranquilidad, o de padres que quieren una foto firmada para sus peques porque quieren ser astronautas como él. Para lo único que utiliza su notoriedad es para ayudar a las comunidades y asociaciones que conoce. Recaudando fondos con el mismo gesto que ya hizo a modo de seguro de vida para su familia antes de la Apolo 11: firmar fotos.
En esa época empieza a conocer a Carol, y se casará con ella mientras continúa trabajando vinculado a la empresa privada y la pública. Y también sigue volando sobre Ohio hasta que los problemas de corazón le impiden hacerlo en solitario. En 2012, esos problemas cardiovasculares terminan en un ingreso hospitalario en el Mercy Health de Fairfield (Cincinatti) para hacerle una operación by-pass. La intervención sale bien, pero durante el post-operatorio una de las membranas cede y la hemorragia interna se expande a una velocidad mucho mayor que la que su organismo de 82 años puede soportar. Años después se conoce que su fallecimiento es más por una negligencia hospitalaria que por falta de fortaleza de Neil, que antes de que ocurriera ya caminaba por los pasillos. Así es como ese 25 de agosto el primer hombre en caminar sobre otro mundo inicia su último viaje.
Sus cenizas son esparcidas con todos los honores sobre el gigante océano Atlántico, el mismo por el que los primeros Armstrong llegaron desde Escocia después de una saga de leyenda que ha perdurado siglos, y cuyo último héroe legendario parece cerrar el círculo. Per aspera ad astra, Neil.