Uno de los visitantes más sorprendentes que ha tenido Nueva York en los últimos años ha sido un castor llamado José.
Nadie sabe exactamente de dónde vino. Dicen que quizá llegó nadando por el río Bronx desde el condado de Westchester, un suburbio de la ciudad de Nueva York situado al norte. Simplemente apareció una mañana de invierno de 2007 en una ribera del zoo del Bronx, donde derribó un par de sauces y construyó una cabaña.
"Si en aquella época me hubieran preguntado qué probabilidades había de que apareciera un castor en el Bronx, habría dicho “cero” –asegura Eric Sanderson, ecólogo de la Wildlife Conservation Society (WCS), con sede en el zoo del Bronx–. No se había visto un castor en Nueva York desde hacía más de 200 años."
Símbolo de la ciudad
A comienzos del siglo XVII, cuando la ciudad era el poblado holandés de Nueva Amsterdam, la gente cazaba a los castores por su piel, entonces de moda en Europa. El negocio de las pieles llegó a ser tan lucrativo que los castores se ganaron un puesto en el sello oficial de la ciudad; pero los animales de carne y hueso desaparecieron. Por eso Sanderson se mostró escéptico cuando Stephen Sautner, uno de sus colegas de la WCS, le dijo que había visto signos de la presencia de un castor mientras paseaba por el río. Pensó que sería una rata almizclera, pero cuando ambos saltaron la alambrada que separa el río de uno de los aparcamientos del zoológico, encontraron la madriguera de José, y cuando volvieron un par de semanas después, vieron al propio José.
"Anochecía –recuerda Sanderson–. Estábamos en la orilla del río charlando cuando de pronto vimos al castor. Nadó hacia nosotros y empezó a describir círculos en el río. Retrocedimos unos pasos y él emitió la señal de alarma de los castores, que consiste en batir la cola contra el agua."
El regreso del castor a la Gran Manzana fue saludado como una victoria por los conservacionistas y voluntarios que han dedicado más de treinta años a devolver la salud al río Bronx, que se había convertido en un vertedero de basura y de coches abandonados. José fue bautizado con este nombre en honor de José E. Serrano, congresista del Bronx que a lo largo de los años ha conseguido que se destinen más de 15 millones de dólares en fondos federales a la limpieza del río.
Para Sanderson, la historia de José significaba algo más. El ecólogo llevaba casi una década al frente de un proyecto de la WCS para determinar con la mayor precisión posible cómo era la isla de Manhattan antes de la fundación de la ciudad. El Proyecto Mannahatta ("isla de las siete colinas" en la lengua lenape, el pueblo amerindio que habitaba la isla) pretende hacer retroceder el tiempo hasta la tarde del 12 de septiembre de 1609, justo antes de que Henry Hudson y su tripulación desembarcaran en el puerto de Nueva York y descubrieran la isla. "Quiero que la gente se enamore del paisaje original de Nueva York –dice–. Quiero enseñarles lo grandiosa que puede ser la naturaleza cuando funciona con todas sus partes intactas, en un lugar donde nadie suele pensar que haya habido naturaleza."
Un paisaje muy distinto
Antes de que sus colinas fueran allanadas y sus humedales, asfaltados, Manhattan era un extraordinario territorio salvaje con enormes castaños, robles y nogales americanos, con marismas salobres y praderas por las que correteaban guajolotes gallipavos, uapitíes y osos negros: "una de las tierras más placenteras que uno pueda pisar", según informó Hudson. A ambos lados de la estrecha isla de 21 kilómetros de largo había playas de arena donde los lenape se hartaban de almejas y ostras. Más de 105 kilómetros de ríos y riachuelos fluían por Manhattan, y en la mayoría de ellos vivía uno o dos castores. Por eso, la aparición de José fue para Sanderson como un raro atisbo del pasado en el presente.
"Hoy cuesta imaginarlo, pero hace 400 años había un pantano poblado de arces rojos aquí mismo, en Times Square", me dijo un día no hace mucho, mientras esperaba a que cambiara la luz del semáforo para cruzar la Séptima Avenida. Vestido con vaqueros y cazadora, no se diferenciaba mucho de los turistas que aguardaban en la acera. Pero a diferencia de ellos, en su imaginación estaba siguiendo una senda a lo largo de un arroyuelo cenagoso que desaparecía bajo la entrada del hotel Marriott Marquis, en la esquina de Broadway con la Calle 46 Oeste. "Un poco más allá había un estanque de castor –dijo, mientras pasaba rugiendo un autobús–. Debió de ser un buen lugar para los ciervos de cola blanca, los patos joyuyos y todos los animales asociados con los cursos de agua dulce. Probablemente había salvelinos, anguilas americanas, lucios americanos y percas americanas. Por supuesto, era un sitio mucho más tranquilo."
Sanderson concibió el Proyecto Mannahatta una tarde de 1999, después de comprar un libro ilustrado con mapas históricos de la ciudad. Acababa de instalarse en Nueva York y sentía curiosidad por la evolución de la ciudad: "El paisaje de Manhattan está tan transformado, que te hace pensar en lo que había antes. En esta ciudad a veces no puedes ver, aparte de personas y quizás algún perro, ningún otro ser vivo. Ni un árbol, ni una planta. ¿Cómo ha llegado a ser así?".
Un mapa en particular le llamó la atención: un precioso grabado coloreado de 1782 o 1783 que mostraba las colinas, las corrientes de agua y los pantanos, además de los caminos, los huertos y las granjas de toda la isla, algo que no podía verse en ningún otro mapa de la época. De más de tres metros de largo por uno de ancho, el mapa había sido creado por cartógrafos militares británicos durante los ocho años que duró la ocupación de Nueva York durante la guerra de la independencia norteamericana. Llamado más adelante "mapa del cuartel general británico", mostraba la topografía de Manhattan con inusual riqueza de detalles porque los oficiales británicos necesitaban toda esa información para planificar la defensa de la isla. Para Sanderson representaba una oportunidad única de eliminar los rascacielos y el asfalto de la ciudad y contemplar, al menos parcialmente, su paisaje original.
Reminiscencias del viejo Manhattan
¿Qué pasaría, se preguntó, si colocaba una cuadrícula de las actuales calles de Manhattan sobre aquel grabado del siglo XVIII? ¿Habría alguna coincidencia? Para averiguarlo, realizó expediciones de fin de semana para comprobar si los lugares señalados en el mapa aún existían. Queda, por ejemplo, la Trinity Church en el Lower Manhattan, una iglesia fundada a finales del siglo XVII. Puesto que el cementerio se puede localizar tanto en el "mapa del cuartel general británico" como en el actual callejero de la ciudad, Sanderson ha podido colocar una chincheta virtual en ambos mapas, comprobar la lectura del GPS de la ubicación y añadirla a una versión digitalizada del mapa antiguo.
Tras repetir el proceso en unos 200 lugares, colocando una chincheta tras otra (con las localizaciones exactas proporcionadas por el GPS), su equipo y él han hecho coincidir el "mapa del cuartel general británico" con el plano de la ciudad actual con una exactitud de media manzana, o lo que es lo mismo, de unos 40 metros. Sanderson podría situarse ahora en cualquier punto de Manhattan y representar mentalmente una imagen visual bastante aproximada de lo que había en 1782.
Consideremos, por ejemplo, la ligera pendiente de la Quinta Avenida a la altura de la Biblioteca Pública de Nueva York. "El hecho de que puedas ver desde aquí las cabezas de los transeúntes a varias manzanas de distancia tiene una explicación –me dijo Sanderson–. Ésta era la cima de Murray Hill, donde en 1782 la familia Murray tenía una granja y un huerto. Durante la lucha por Nueva York, los británicos desembarcaron en la bahía de Kips, en el East River, y marcharon desde allí, dejando aislado a la mitad del ejército de Washington en el Lower Manhattan. Cuentan que la señora Murray invitó a tomar el té a los oficiales británicos, y que mientras tanto las tropas de Washington se escabulleron por el camino de Bloomingdale, hoy Broadway, y escaparon."
Por muy fascinante que fuera el "mapa del cuartel general británico", Sanderson no quería detener su máquina del tiempo en 1782, sino retroceder hasta 1609. Así pues, sus colegas y él eliminaron todos los elementos añadidos por los colonos y los militares (como caminos, granjas y fortificaciones) hasta reducir su versión digitalizada del mapa a los componentes básicos del paisaje físico: costas, colinas, acantilados, vegetación, corrientes de agua y lagunas. Como ecólogo del paisaje, Sanderson estaba habituado a descomponer conceptualmente los espacios naturales para comprender su funcionamiento, a separar, por ejemplo, de un bosque lluvioso de Gabón sus diferentes estratos geológico, hidrológico, ecológico y cultural. Esta vez, su equipo emprendió la tarea de reconstruir un paisaje desde abajo, empezando por el terreno y rellenándolo con todas las plantas y los animales que probablemente lo habían habitado.
Comenzaron haciendo una lista de los diversos ecosistemas que probablemente existieron en la isla, como bosques primarios, humedales y praderas, según el tipo de suelo, las precipitaciones y otros datos. Por estar situada en la intersección de dos regiones geográficas, es probable que Manhattan no sólo tuviera píceas, propias de los bosques septentrionales, sino también magnolias de los bosques meridionales, aves de las rutas migratorias cercanas e incluso peces tropicales llegados en verano con la corriente del Golfo. En total, los investigadores identificaron 55 comunidades ecológicas. "La diversidad era increíble –afirma Sanderson–. Si la isla se hubiera mantenido como entonces, podría ser un parque nacional, como Yosemite o Yellowstone."
Una vez identificados los ecosistemas de la isla, el siguiente paso fue añadirles la fauna. Pero, ¿qué animales vivieron allí? En busca de la mayor precisión posible, el grupo de Sanderson llevó su investigación un paso más allá y determinó los requisitos esenciales del hábitat para cada especie. Una tortuga de agua pigmea, por ejemplo, necesitaba prados húmedos, insectos y un lugar soleado donde calentarse, mientras que a un lince rojo le hacían falta conejos y una guarida donde criar a su prole. "Nos preguntábamos constantemente cuáles eran las necesidades de unos y otros", explica Sanderson. Después elaboraron una lista para cada especie. Mientras reunían su base de datos, descubrieron una densa red de relaciones entre las especies, los hábitats y los ecosistemas de la isla.
Sanderson denominó red de Muir a esta extensa interconexión de todos los elementos de la naturaleza como homenaje al naturalista estadounidense John Muir, quien señaló: "Cuando tratamos de estudiar algo por sí solo, descubrimos que está estrechamente unido, por un millar de hilos invisibles e imposibles de romper, a todo lo que hay en el universo". En cierto sentido, Sanderson y su equipo intentaban hacer visibles esos hilos.
Imaginemos un castor que vivía en Times Square en 1609. Si lo agarramos del cuello y lo sacamos de la "red", veremos las líneas que lo conectan a una corriente de perezosos meandros, a los álamos que derribaba y al barro y las ramitas que usaba para construirse la cabaña. Pero eso no es todo. También encontraremos las líneas que lo unen a los linces rojos, los osos y los lobos que depredaban sobre él para comer, y a las ranas, los peces y las plantas acuáticas que vivían en el estanque que él había ayudado a formar. "El castor es un arquitecto del paisaje, como las personas –dice Sanderson–. Su intervención inunda el bosque, inundación que mata los árboles que atraen a los pájaros carpinteros, que a su vez abren los huecos en la madera que sirven de refugio a los patos joyuyos." Retirar a un castor de la red afecta a decenas de residentes, lo que demuestra la importancia de pensar en un ecosistema como una malla de relaciones.
¿El proyecto Mannahatta en otros lugares?
Cuando el equipo de Sanderson tuvo compilada su base de datos, emprendió una de las más detalladas reconstrucciones científicas de un paisaje que se han hecho nunca, con la identificación de 1.300 especies y al menos 8.000 relaciones que las unen entre sí y con sus hábitats. El mismo método que sirvió para crear un retrato de Mannahatta puede aplicarse a otros espacios naturales, como la región del Gran Yellowstone, el bosque del Congo o las estepas orientales de Mongolia. Disponiendo de un modelo de la interacción entre un paisaje y sus especies, los científicos pueden predecir mejor los efectos del cambio climático, la caza u otros factores destructivos.
Para el proyecto Mannahatta, el siguiente paso era convertir todos esos datos en escenas realistas en tres dimensiones. El propósito de Sanderson ha sido mostrar cómo era cualquier punto de la ciudad (por ejemplo, la parada de taxis de la Séptima Avenida frente al Madison Square Garden) hace 400 años (era un marjal en los límites de un bosque).
Para hacerlo realidad, Markley Boyer, experto en visualización, utilizó programas informáticos de modelado en 3-D para poblar cada escena creada digitalmente, manzana a manzana, con la combinación exacta de robles, nogales americanos, cursos de agua, lagunas y zonas pantanosas según la base de datos de la red de Muir. Los visitantes de themannahattaproject.org pueden poner a prueba la máquina del tiempo tecleando cualquier dirección de Manhattan para ver cómo era ese lugar en aquel entonces.
Mientras los neoyorquinos celebran este mes el cuarto centenario de la visita de Hudson, Sanderson espera que su proyecto, ampliado para dar cabida a más de 50 historiadores, arqueólogos, geógrafos, botánicos, zoólogos, ilustradores y conservacionistas de la WCS y otras instituciones, estimule la curiosidad por lo que hubo en Manhattan antes de la llegada del explorador. "Quisiera que cada neoyorquino sepa que vive en un lugar donde hubo una ecología fabulosa –declara–, que Nueva York no es sólo un sitio donde el arte, la música, la cultura y las comunicaciones son extraordinarios, sino también un lugar con un increíble potencial natural, aunque para verlo haya que hacer un esfuerzo."