La historia vista desde Constantinopla

Ana Comneno, la princesa historiadora de Bizancio

En los inicios de la dinastía bizantina de los Comnenos, nació una princesa que habría podido llegar a emperatriz, pero que hoy recordamos como una importante historiadora. Ana Comneno escribió la Alexíada, una de las fuentes primarias más importantes que se tienen para entender cómo el Imperio Romano de Oriente se veía a sí mismo y al resto del mundo.

Retrato de Ana Comneno

Retrato de Ana Comneno

Foto: SPCOLLECTION / Alamy

Princesa, maestra, historiadora… Ana Comneno fue una mujer polifacética que demostró interés y gran talento para muchas disciplinas. Habría podido llegar a ser emperatriz, pero terminó sus días recluida en un monasterio por haber tratado de hacerse con el trono que ella creía suyo por derecho.

En su encierro escribió la Alexíada, una de las obras más importantes de la historiografía bizantina: aunque se limita al reinado de su padre, Alejo I, gracias a ella tenemos una fuente de primera mano que nos trasmite cómo se veían los bizantinos – o al menos la élite – a sí mismos, al resto del mundo y los eventos de su tiempo; además de numerosas descripciones sobre armamento y tácticas militares.

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Ana nació el 1 de diciembre de 1083 como primogénita del emperador Alejo I Comneno y, como tal, creyó desde que tenía uso de razón que la sucesión al trono imperial le pertenecía por derecho. Para su desgracia, su padre no pensaba lo mismo y era partidario que la sucesión recayera en su segundo hijo Juan, cuatro años menor que que Ana; por el contrario, su madre Irene Ducas apoyaba su candidatura.

En cualquiera de los casos, puesto que la muerte siempre podía caer de imprevisto sobre el emperador, su padre la prometió con Constantino Ducas, heredero de una familia emparentada con los Comneno - a la que también pertenecía su madre - y relacionada estrechamente con la corte: Alejo, que había conseguido el trono por la vía de las armas, esperaba que este matrimonio ayudase a consolidar su posición. A causa de esto Ana no fue criada por su propia madre sino por la de su prometido, María de Alania, que se ocupó de darle una formación excelente en cultura clásica: lengua y literatura griegas, retórica, matemáticas, astronomía, medicina, geografía, historia e incluso asuntos militares. Su prometido, Constantino, murió en 1094, pero Ana se llevó de la que habría sido su familia política un gran bagaje cultural.

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Entre las disciplinas aprendidas, la medicina era una de las que manejaba mejor. El emperador Alejo hizo construir en Constantinopla un gran hospital y orfanato con capacidad para 10.000 personas y lo confió a su primogénita, que no solo se ocupaba de dirigirlo sino también impartía medicina a las enfermeras. Tal vez con eso esperaba que la princesa se olvidara del asunto de la sucesión, pero se equivocaba. En todo caso, y a pesar de la división generada por este asunto, Ana se ocupó de su padre cuando este cayó enfermo en 1112. El emperador murió seis años después; en su lecho de muerte, el heredero designado le quitó el anillo que simbolizaba el poder imperial y se hizo proclamar emperador de forma solemne en la basílica de Santa Sofía, con el nombre de Juan II.

La princesa enclaustrada

Desde que su hermano fuera nombrado heredero al trono, Ana ciertamente no se había quedado de brazos cruzados. En 1097, tras la muerte de su primer prometido, se había casado con Nicéforo Brienio, un brillante general que contaba con muchos apoyos entre la nobleza. En dos ocasiones, Ana y su madre habían intentado involucrarlo en planes para apartar o incluso matar al heredero designado, pero él se había echado atrás. A pesar de que en general eran una pareja avenida – compartían, por ejemplo, el interés por la historia y en particular la militar – Ana siempre lamentó lo que juzgaba falta de agallas en su marido, diciendo que “la naturaleza se había equivocado en los sexos, ya que él debería haber sido la mujer”; en su favor habría que decir que su padre se había enfrentado al de Ana en las luchas por el trono, había perdido y había sido cegado por orden de Alejo, por lo que su hijo probablemente no quisiera arriesgarse a acabar como él.

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Pero cuando Juan fue coronado, no estuvo dispuesto a tolerar sus aspiraciones por más tiempo. Frustrado el plan para asesinarlo durante el funeral de Alejo, el nuevo emperador la obligó a renunciar a sus derechos y propiedades como princesa imperial. En cambio el marido de Ana, Nicéforo, al no haberse implicado en el complot pudo no solo permanecer en la corte, sino que se convirtió en uno de los principales consejeros de Juan II.

La situación, no obstante, cambió para peor con la muerte de Nicéforo en 1137: el emperador mandó entonces recluir a su madre y a su hermana en el hoy desaparecido monasterio de Kecharitomene, en Constantinopla. El destino de Ana era pasar allí los últimos 15 años de su vida, pero no los iba a dejar pasar en vano. Se dedicó al estudio de la filosofía y la historia y, a partir de 1148, empezó a escribir la gran obra por la que es recordada: la Alexíada.

Manuscrito de la Alexiada del siglo XII

Manuscrito de la Alexiada del siglo XII

Biblioteca Medicea Laurenziana, Florencia

Foto: Sailko (CC)

Una obra especial

La Alexíada, como su nombre indica, es una crónica del reinado de su padre. Empezando por el título, la obra muestra una serie de influencias de la literatura antigua; la princesa era una gran admiradora de Homero y de los historiadores de la Grecia antigua como Tucídides, Polibio y Jenofonte. Esto, junto con el tono épico en el que escribe, hace que no pueda considerarse una obra netamente historiográfica, más aún cuando la autora admite abiertamente su propia parcialidad: el propósito de este libro no era solo dejar constancia de los eventos acaecidos durante el reinado de su padre, sino glorificarlo, a pesar de que no había querido que ella fuese la heredera. Es notorio el contraste con su hermano Juan que, cuando aparece, es presentado de manera claramente negativa en comparación.

Ese no es el único sesgo de la Alexíada: durante toda la obra, Ana Comneno muestra un desprecio claro hacia todo aquello que percibe como extraño a la cultura grecorromana. En particular, ve al Imperio de Oriente como el único heredero legítimo de la romanidad y considera bárbaro e inferior todo lo que procede de Occidente o de Oriente por igual. Sus prejuicios no eran del todo infundados, ya que a través de las crónicas de su marido – que también se dedicaba a la historia – había recibido una imagen muy negativa de los líderes de la Primera Cruzada y de la Iglesia de Roma. La obra de Ana Comneno es la única versión bizantina de los sucesos de aquel tiempo y ofrece, al margen de sus sesgos, informaciones muy detalladas sobre el armamento, los ejércitos y las tácticas de combate.

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En cierto modo, son precisamente estos sesgos los que hacen tan especial la Alexíada, ya que permiten invertir la perspectiva tradicional de la historia y ver a los bizantinos – o usando sus términos, los romanos – tal y como ellos se veían y cómo veían a los “bárbaros” occidentales: como un peligro para su propio imperio. Ana contaba con una fuente de primera mano: las crónicas de su marido, que había participado en la Cruzada, defendiendo las murallas de Constantinopla de los ataques de Godofredo de Bouillon y haciendo de mediador entre el emperador Alejo y Bohemundo de Tarento. La princesa se muestra preocupada por la escalada militar en la Europa occidental, que teme que algún día se abatirá sobre ellos: sus temores se revelaron ciertos cuando Constantinopla fue tomada al asalto por los soldados de la Cuarta Cruzada y el Imperio de Oriente fue desmembrado entre los estados atacantes.

Otro aspecto que hace especial su obra es el modo en el que Ana representa a las mujeres: igual de inteligentes, capaces y poderosas que los hombres; mientras que en casi todas las fuentes contemporáneas de autoría masculina son presentadas como personas poco fiables y demasiado emocionales como para que se les pueda confiar el poder. Nuevamente, la autora reconoce la influencia de su propia vida y sus sentimientos a la hora de escribir, haciendo de la Alexíada una obra en la que se entrelazan la historia y su historia; y convirtiéndola así no solo en una valiosa fuente de información, sino también en una obra única que representa, de forma genuina, la mentalidad de una mujer de la élite bizantina que lo tuvo todo y lo perdió todo.

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