Misterios y curiosidades del antiguo Egipto

Amenhotep II, el gran héroe deportivo de Egipto

El faraón estaba considerado en el antiguo Egipto el garante del orden universal frente al caos. Por eso debía ser fuerte y poderoso, y no solo en un sentido simbólico. Aunque es evidente que no todos los faraones fueron grandes atletas, hubo algún caso, como el de Amenhotep II, el hijo del gran conquistador Tutmosis III, en que al parecer el monarca sí destacó en la actividad física más allá de la propaganda.

Estatuilla que representa al faraón Amenhotep II de rodillas y tocado con la doble corona. Museo Metropolitano, Nueva York.

Estatuilla que representa al faraón Amenhotep II de rodillas y tocado con la doble corona. Museo Metropolitano, Nueva York.

Foto: MET (PD)

"Entonces apareció gloriosa su Majestad, en calidad de soberano, como un hermoso joven que controlaba sus sentidos y que había completado 18 años sobre sus piernas, con bravura. Había aprendido todos los trabajos de Montu (dios guerrero de la ciudad de Armant); no tenía igual en el campo de batalla; conocía los caballos; no tenía par en este numeroso ejército. Ninguno de entre ellos podía montar su arco; no podía ser alcanzado en la carrera". De este modo tan elogioso describe la conocida como Gran Estela de la Esfinge de Amenhotep ll, un monumento de piedra descubierto en el lado nororiental de la Gran Esfinge de Giza, al hijo y sucesor del gran Tutmosis III, el joven faraón Amenhotep II, considerado tradicionalmente el arquetipo de atleta y héroe amado y admirado por sus súbditos.

Jóvenes egipcios practicando la lucha. Templo de Ramsés III en Medinet Habu.

Foto: Cordon Press

Había aprendido todos los trabajos de Montu, no tenía igual en el campo de batalla, conocía los caballos, no tenía par en este numeroso ejército. Ninguno de entre ellos podía montar su arco; no podía ser alcanzado en la carrera, decía la estela.

Esta imagen de héroe deportivo es un perfecto ejemplo de la evolución de la figura del faraón a lo largo de la historia de Egipto. Del dios viviente del Reino Antiguo se pasó al monarca próximo a su pueblo del Reino Medio, hasta llegar al faraón guerrero del Reino Nuevo, un soberano que conducía a su ejército hasta los más recónditos rincones del mundo, el creador de un imperio que se extendía por África y Asia. En ese período de la historia egipcia ya no solo se alaban las virtudes divinas del faraón, sino que se hace hincapié en su potencia física (el rey es el más fuerte y el más atlético) y su destreza en el combate, puesto que destaca como nadie en la práctica del remo, el tiro con arco, el manejo del carro, la equitación, la carrera a pie... En resumen, es un consumado atleta.

Un hábil arquero y jinete

De hecho, la Gran Estela de la Esfinge de Amenhotep ll glosa las glorias atléticas del faraón en un estilo heroico que nos recuerda mucho a los grandes poemas homéricos de la Ilíada y la Odisea. El joven rey egipcio nos recuerda al héroe griego Odiseo, el único que podía montar y disparar su propio arco, un regalo del famoso arquero Ifitos: "[Amenhotep] montó 300 arcos fuertes [...]. Marchó hacia sus jardines del norte, y encontró que habían fijado para él cuatro planchas de cobre asiático, de un palmo de grosor, con 20 codos de separación desde un puesto al siguiente. Su Majestad apareció entonces gloriosa sobre el carro, como Montu en su fuerza. Tomó el arco, agarrando cuatro flechas al mismo tiempo. Entonces avanzó tirando sobre ellas, como Montu con su panoplia. Sus flechas salieron por detrás de ellas. Tiró entonces al siguiente puesto. Fue una hazaña que nunca había sido hecha...".

Userhet, escriba de Amenhotep II, representado en su tumba de Gurna cazando gacelas montado en su carro.

Foto: Cordon Press

Su Majestad apareció entonces gloriosa sobre el carro, como Montu en su fuerza. Tomó el arco, agarrando cuatro flechas al mismo tiempo. Entonces avanzó tirando sobre ellas, como Montu con su panoplia, cuenta la estela de Giza.

La descripción de las hazañas de Amenhotep narradas en la estela también nos remite a los caballos de Aquiles, Janto y Balio, aquel tiro de equinos que eran un regalo de los dioses y a los que tanto amó el héroe griego. De hecho, en la estela también se expresa el amor del príncipe egipcio por sus corceles: "Cuando aún era un joven príncipe quería a sus caballos y se regocijaba con ellos. Su empeño constante era entrenarlos, conocer su naturaleza, ser experto en controlarlos y penetrar en esas cuestiones". Entonces, su padre, Tutmosis III, hizo que le entregasen los mejores caballos de los establos reales con el siguiente encargo: "Ocúpate de ellos, cuídalos, hazlos trotar, atiéndelos cuando se te resistan".

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La estela hace asimismo hincapié en la gran labor que el entonces hijo del rey hizo con sus amados equinos: "Él crió caballos que no tenían igual, que no se fatigaban cuando tomaba las riendas y que no sudaban yendo al galope. Ajustó los aparejos en Menfis y se paró a descansar en el 'lugar de reposo' de Harakhty (la Esfinge). Allí pasó un tiempo haciéndoles dar vueltas y contemplando la excelencia de los 'lugares de reposo' de Keops y Kefrén (las dos grandes pirámides de Giza), justificados".

Tiro de caballos y carro. Pintura de la tumba de Nebamón en Tebas.

Foto: Cordon Press

¿Propaganda o realidad?

Ya hemos visto que, según los textos, las habilidades atléticas de Amenhotep II parecían ser algo fuera de serie. Pero ¿es eso cierto o se trata tan solo de propaganda? Aunque la propaganda era algo habitual en Egipto para ensalzar las virtudes de los gobernantes (no hay más que recordar el caso de Ramsés II), puede que en el caso de Amenhotep, además de la lógica exageración, hubiese cierta parte de verdad. De hecho, el estudio de su momia (que se encontró en su tumba original del Valle de los Reyes, la KV35) ha proporcionado algunos datos de interés: la altura del monarca, que murió aproximadamente cuando tenía 50 años, era superior a la media, y también disfrutó en vida de una magnífica complexión física, lo que podría indicar que, en efecto, el faraón era muy dado a realizar todo tipo de ejercicios físicos.

Sarcófago de Amenhotep II con la momia del faraón en su interior. 

Foto: Cordon Press

El estudio de la momia de Amenhotep II ha proporcionado algunos datos de interés: la altura del monarca era superior a la media, y también disfrutó en vida de una magnífica complexión física.

La Gran Estela de la Esfinge de Amenhotep ll también nos proporciona otro dato interesante, y esel hecho de que los faraones de la dinastía XVIII sintieron una gran predilección por esa zona, en especial por la Esfinge en su acepción de Harakhty, el Sol del Horizonte, cuyo culto se institucionalizó en ese período. Cabe recordar por ejemplo la estela erigida por Tutmosis IV, hijo del propio Amenhotep II, y que se alza entre las patas delanteras de la Esfinge. En ella el monarca hace referencia a la restauración del monumento, que llevó a cabo tras un sueño en el que se le apareció la Esfinge y suplicó al entonces príncipe que la liberase de las arenas que la cubrían, y a cambió de su ayuda le prometió el trono de Egipto.

Panorámica de la meseta de Giza, con la Gran Esfinge y, detrás, la pirámide de Kefrén.

Foto: iStock

Amenhotep II amaba la meseta de Giza, como sus antecesores y sucesores, y su predilección por ese lugar sagrado se hace evidente en la estela que ordenó levantar allí cuando se convirtió en faraón y que concluye de este modo: "Se acordó entonces su Majestad del lugar donde se había complacido cerca de las pirámides y de Harakhty. Se ordenó construir allí un 'lugar de reposo' en el que se erigió una estela de piedra blanca, cuyo frente grabó con el nombre de Aa-Kheperu-Re (Grandes son las Manifestaciones de Re, el nombre de trono del faraón), amado de Harakhty, dotado de vida eternamente".