En 1873, una mujer se alojó en el lujoso hotel Shepheard's de El Cairo. Estaba a punto de emprender un fascinante viaje por Egipto. Se trataba de Amelia B. Edwards, famosa autora británica de novelas románticas, conferenciante y viajera. Amelia era la hija de un oficial que había servido a las órdenes del duque de Wellington, y ya desde muy niña demostró un enorme talento para el dibujo y la escritura. Era tan precoz que publicó su primer poema con tan solo siete años. Amelia se hizo periodista en una época en que a las mujeres les estaban vedados la mayoría de oficios. Aun así, trabajó para el Chamber's Journal y el Saturday Review, y entre 1855 y 1880 escribió ocho novelas que tuvieron bastante éxito de ventas. Edwards, apasionada del arte y la historia, también escribió algún libro sobre estos temas, cuyas rentas le permitieron vivir con bastante comodidad.
Pasión por viajar y explorar
Pero la mayor pasión de Amelia era viajar. En 1872 exploró los Dolomitas, en el norte de Italia, y escribió su primer libro de viajes, Untrodden Peaks (Picos inexplorados). Entre 1873 y 1874, Amelia decidió hacer un largo viaje a Egipto y Siria huyendo del húmedo clima europeo. El resultado de este periplo es, tal vez, su libro más conocido, A Thousand Miles up the Nile (Mil millas Nilo arriba), que sería publicado en 1876. En sus páginas, Edwards describe sus experiencias viajeras junto con un pequeño grupo de personas que la acompañaba, y que estaba compuesto por cinco caballeros de clase alta y dos damas, todos ellos ingleses que, como la propia Amelia, estaban deseosos de vivir grandes aventuras a lo largo de su recorrido por el Nilo. Pero, también, como era habitual en la época victoriana, la mayoría estaban convencidos de su superioridad con respecto a los lugareños.
Edwards describe sus experiencias viajeras junto con el pequeño grupo de personas que la acompañaban, cinco caballeros de clase alta y dos damas, todos ellos ingleses

Gebel Aboofayda. Dibujo de Amelia Edwards. Colección del Griffin Institute, Oxford.
Foto: Cordon Press
La prosa de Amelia es muy vívida, y plasma sus impresiones con gran emoción. Por ejemplo cuando la intrépida viajera describe lo que sintió cuando con su embarcación, una dahhabiya, el grupo se iba acercando a la isla de File (que entonces se hallaba en su emplazamiento original, antes de que sus edificios fueran trasladados al cercano islote de Agilkia tras la construcción de la presa de Asuán), donde se alzaba el magnífico templo de Isis: "La ruta fluvial es, con mucho, la más bella. Vista desde la perspectiva de una pequeña embarcación, la isla, con sus palmeras, sus columnatas y sus pilonos parece surgir del río como un espejismo [...]. Todo parece compacto, imponente, perfecto. Uno olvida momentáneamente que algo ha cambiado. Si el sonido de un antiguo cántico llegase hasta nosotros traído por el aire en calma [...] no nos parecería extraño".
En Abu Simbel
El grupo de Amelia llegó hasta Abu Simbel, pasada la primera catarata, donde se alzaban los templos colosales erigidos por Ramsés II, con la intención de pasar allí dieciocho días. De hecho, este lugar impresionó grandemente a Amelia. Por la mañana, la novelista se levantaba al alba para contemplar como el astro rey salía e iluminaba con su suave luz los templos: "Cada mañana veía a los gigantescos hermanos [los colosos sedentes que flanquean el pilono del templo del faraón] abandonar la muerte y volver a la vida, para luego contemplarles abandonar la vida y convertirse en piedra tallada. Al final casi llegué a creer que, antes o después, llegaría un amanecer en que el antiguo hechizo quedaría roto y los gigantes se pondrían en pie y hablarían".
En la época en que Amelia Edwards hizo su viaje, Abu Simbel estaba ya lleno de turistas. Amelia describe una auténtica flota de dahhabiyas atracadas en las márgenes del Nilo y no menos de tres grandes tiendas plantadas delante del gran templo.

Templo de Abu Simbel. Dibujo de Amelia Edwards. Colección del Griffin Institute, Oxford.
Foto: Cordon Press
Pero, en realidad, no todo era tan romántico. En la época en que Amelia Edwards hizo su viaje a Egipto, Abu Simbel estaba ya lleno de turistas. Amelia describe una auténtica flota de dahhabiyas atracadas en las márgenes del Nilo y no menos de tres grandes tiendas plantadas delante del gran templo. Nilo arriba y Nilo abajo, en todos los templos y monumentos, el bullicio era considerable, sobre todo causado por turistas británicos y estadounidenses, aunque también había belgas, alemanes y franceses. Amelia describe asimismo el "asalto" de los vendedores ambulantes cuando una embarcación echaba el ancla y sus ocupantes intentaban bajar al muelle: "Nos abordaban y nos seguían adondequiera que fuésemos, mientras algunos de los mejor encarados (hombres de aspecto grave vestidos con largas túnicas negras y amplios turbantes) se instalaban en la cubierta inferior de nuestro barco y pasaban en ella quince días [...]. Algunos de esos caballeros eran árabes, otros coptos, y todos ellos corteses, embaucadores y embusteros".
Un negocio muy lucrativo
De hecho, en Luxor se hacían grandes negocios con las antigüedades robadas de las tumbas y también con las falsificaciones, que los hábiles timadores intentaban endosar a los incautos turistas ansiosos de poseer una antike (antigüedad) "auténtica" como recuerdo de su viaje. Todo ello, además, burlando la vigilancia de los hombres del gobernador, pendientes de pillar in fraganti a los delincuentes. Edwards cuenta cómo en Luxor, ella y uno de sus acompañantes iban en busca del consulado cuando acabaron por error en el taller de un falsificador, un antro repleto de escarabeos, amuletos, ushebtis (estatuillas funerarias), sarcófagos de madera... Un árabe elegantemente vestido se presentó ante ellos minutos después y les dijo con cortesía que el consulado se había trasladado, mientras los acompañaba hasta la puerta para despedirlos con una sonrisa.
En Luxor se hacían grandes negocios con las antigüedades robadas de las tumbas y también con las falsificaciones, que los hábiles timadores endosaban a los turistas ansiosos de poseer una antike (antigüedad) 'auténtica' como recuerdo.
Pero además de los ladrones de tumbas profesionales, que actuaban de espaldas al Servicio de Antigüedades egipcio, este disponía en la necrópolis de Gurna (en la orilla occidental de Luxor) de un grupo de excavadores oficiales. Amelia Edwards tuvo la fortuna de poder asistir en una ocasión a un descubrimiento arqueológico realizado por este equipo. Los excavadores exhumaron un sarcófago tallado con la momia aún en su interior en excelente estado. El gobernador en persona supervisaba los trabajos e invitó a Amelia a comer en una tumba cercana que se utilizaba como almacén para guardar momias. El menú consistía en leche agria y una bandeja con pastas. Amelia declinó educadamente la oferta del gobernador diciendo que su grupo tenía previsto almorzar en el Rameseum, el templo funerario que Ramsés II había ordenado erigir en Tebas Oeste.

Abidos y Kom es Sultan, dibujo realizado por Amelia Edwards durante su viaje a Egipto. 1873-1874.
Foto: Cordon Press
Divulgadora de la realidad de Egipto
De nuevo en Inglaterra, Amelia dio conferencias en clubes y asociaciones en las que relató con gran pasión y vehemencia sus experiencias en el País del Nilo. Edwards hizo patente su tristeza al contemplar el vandalismo y la destrucción de los templos y las tumbas, y lamentó la falta de métodos científicos de excavación y que se permitiese la destrucción impune de los monumentos para obtener piedra de construcción. Amelia dedicó el resto de su vida, hasta su muerte en 1892, a defender la arqueología científica con su pluma. Tras el éxito de su libro de viajes, Amelia publicó incansablemente en revistas y periódicos, siempre haciéndose eco de los progresos de la egiptología y alentándolos.
Amelia dedicó el resto de su vida, hasta su muerte en 1892, a defender la arqueología científica con su pluma. Publicó incansablemente en revistas y periódicos, siempre haciéndose eco sobre los progresos de la egiptología.
Diez años antes de su muerte, en 1882, Amelia Edwards, junto con Reginald Stuart Poole, Conservador del Departamento de Monedas y Medallas del Museo Británico, creó la Fundación para la Exploración de Egipto, una institución cuyo objetivo era llevar a cabo excavaciones científicas en el País del Nilo. Edwards logró reunir a un influyente grupo de patrocinadores, entre ellos Erasmus Wilson, un famoso cirujano (conocido por haber financiado en 1877 el traslado a Londres desde Alejandría de un obelisco del reinado de Tutmosis III, conocido como Aguja de Cleopatra) que fue el primer presidente de la institución. Así, la Fundación para la Exploración de Egipto se convertiría en la primera organización en solicitar permisos para llevar a cabo excavaciones con métodos científicos y publicar posteriormente los resultados de estos trabajos, primando el rigor histórico antes que los descubrimientos espectaculares. En 1919, tras el final de la Primera Guerra Mundial, el Fondo para la Exploración de Egipto cambió su nombre por el de Sociedad para la Exploración de Egipto, que es el que ostenta en la actualidad. La institución continúa contribuyendo al estudio y difusión de la cultura faraónica en todo el mundo.

El templo de Dakka, en Nubia. Dibujo de Amelia Edwards.
Foto: Cordon Press
Amelia Edwards, con su empeño y dedicación, logró espolear a la incipiente egiptología, que poco después alzaría el vuelo y emprendería uno de sus capítulos más brillantes con el trabajo de arqueólogos de la talla de sir William Flinders Petrie, considerado el padre de la egiptología moderna, un hombre que ocupó la primera cátedra de Egiptología de Gran Bretaña (fundada por la propia Edwards en el University College de Londres) y que participó en la segunda campaña de excavaciones promocionada por la Fundación para la Exploración de Egipto en Tanis, en el delta del Nilo. Pero esa ya es otra historia...