Durante tres siglos, los monarcas de Portugal y de Castilla fiaron sus respectivos reinos a la quebradiza política de matrimonios cruzados entre los herederos al trono, cuyo derecho hacía valer por las armas el pretendiente de turno. En el otoño de 1383, tras la muerte súbita del rey luso Fernando I, fallecido de tuberculosis a los 37 años, se inició uno de los conflictos sucesorios que mayor huella dejaron en la historia compartida de los reinos peninsulares. El rey castellano Juan I, casado con Beatriz de Portugal, hija de Fernando I, reclamó el trono que, a la muerte de su padre, las cortes reunidas en Santarém habían otorgado a esa princesa de 11 años. El bando nacionalista de la nobleza lusa no confiaba en la reina adolescente para frenar la ambición de su marido; Juan I de Castilla tenía la razón jurídica y disponía de una fuerza militar muy superior.
Frente a todos esos ingredientes políticos, castrenses y sentimentales, el patriotismo luso se abrió paso con un golpe de mano magistral. En un lance palaciego cuyos pormenores se desconocen, el joven maestre João de Avís, hermano bastardo del fallecido monarca Fernando I, mató con su espada al conde Andeiro, valedor en Portugal de Juan I de Castilla. Ésta fue la chispa que prendió la rebelión contra los castellanos: el pueblo de Lisboa nombró en tonces al maestre de Avís «Regidor y Defensor del Reino» y premió de este modo su gallardía por haber limpiado el honor de su hermano, el rey difunto ultrajado por el conde Andeiro, quien mantenía amores con la reina viuda doña Leonor Téllez de Meneses (apodada «la Alevosa»), que desempeñaba la regencia. João de Avís era hijo ilegítimo del rey Pedro I el Cruel, y de la noble dama gallega Teresa Lourenço.
Batalla entre cristianos
Ante la rebelión del maestre de Avís, Juan I inició de inmediato la invasión de Portugal, pero la peste negra diezmó al ejército castellano ante las puertas de Lisboa y obligó a Juan I, enfermo y abatido, a ordenar la retirada de sus huestes. Fue el prólogo de la gran batalla que habría de librarse un año más tarde.
En abril de 1385, João de Avís fue proclamado rey por las Cortes en Coimbra con el apoyo popular y gracias a la campaña de amenazas con que el condestable Nuno Álvares Pereira amedrentó a obispos y nobles. Álvares recorrió la Extremadura portuguesa y las Beiras haciendo levas y llamando a la rebelión contra Castilla. Los castellanos, en efecto, regresaron con intención de poner nuevo cerco a Lisboa. Más de dos leguas (unos diez kilómetros) medía la columna de caballeros, infantes y carruajes que avanzaba hacia el sur desde Coimbra.

Visored Bascinet MET 29 156 65 006june2015
Bacinete del siglo XIV. Museo Metropolitano de Arte, Nueva York.
Wikimedia Commons
Ante tal exhibición castellana, los consejeros del nuevo rey luso le recomendaron que evitase el choque directo y mantuviese la llamada «guerra guerreada» de acoso al enemigo por los flancos; pero el iluminado condestable Nuno Álvares desobedeció las órdenes y eligió terreno donde presentar batalla, a la vez que infundía a sus tropas el ímpetu casi sobrenatural con que él mismo actuaba.
Cuando la vanguardia del poderoso ejército del rey Juan I de Castilla avanzó desde Leiría hacia Santarém era ya media tarde y hacía un calor sofocante. Corría el 14 de agosto de 1385. El condestable portugués Nuno Álvares había apostado el día anterior a sus tropas en una pequeña meseta flanqueada por dos arroyos, en un terreno húmedo fácil de excavar. Con troncos y ramaje de castaños, negrillos y fresnos, levantó allí parapetos y empalizadas y cavó trincheras, fosos y trampas, a la espera de la ingente fuerza enemiga.
Los emisarios castellanos que acudieron a parlamentar se percataron de la fortaleza defensiva, así que el rey Juan I ordenó a sus tropas dar un largo rodeo en busca de una posición ventajosa para lanzar el ataque. En ese movimiento estratégico, que sirvió también para mostrar al adversario su enorme poder, la vanguardia castellana desfiló a menos de un cuarto de legua de las posiciones lusas.

Xavier Alegoria a D Nuno Alvares Pereira
Relieve dedicado a la batalla realizado por S. Jorge en 1959.
Wikimedia Commons
Ya era hora de vísperas cuando el monarca castellano reunió a sus consejeros antes de ordenar el asalto. Hubo una larga discusión en el campamento. Arguyendo el cansancio de las tropas, los caballeros más avezados en las artes de la guerra se mostraron partidarios de posponer el ataque, tan esperado tras un mes de larga marcha hacia Lisboa desde la frontera de Ciudad Rodrigo, a lo largo del río Mondego; pero los más jóvenes, impacientes y con ansias de gloria, dice el cronista López de Ayala, impusieron su criterio y se ordenó una embestida fulminante contra el ejército del rey portugués. Los cronistas lusos cifran así la inferioridad portuguesa: del lado castellano, 6.000 lanzas, 2.000 caballeros (algunos gascones y franceses), 8.000 ballesteros y 15.000 peones. Los portugueses oponían apenas 2.000 lanzas, 700 arqueros ingleses y 5.000 peones. Aunque esa desigualdad está exagerada por el patriotismo, la superioridad castellana era evidente.
Los letales arqueros ingleses
Atardecía ya cuando el rey de Castilla ordenó la acometida, mientras sus dieciséis bombardas –la tosca artillería de piedra de la época– amedrentaban a los portugueses con un gran, aunque inofensivo, estruendo. La caballería se lanzó entonces al ataque, abrió brecha en el centro de las defensas lusas y ocupó un campo de batalla en forma de corredor tan estrecho que los atacantes, lanceros y caballeros en pelotón desordenado, fueron blanco fácil de los arqueros ingleses. Las dos alas castellanas, que llegaron tarde al envite a causa de la aspereza del terreno y lo restringido del escenario del choque, no lograron presentar batalla. La magnitud del ejército castellano, su escasa conjunción y el despliegue según la típica estrategia medieval impidieron que la retaguardia entrara en combate en el momento decisivo, al no poder atravesar la estrechez del frente de ataque.

Luis planes aljubarrota
El Señor de Hita cede su caballo al rey Juan I para que este pueda escapar de la batalla. Óleo de Luis Antonio Planes, 1793, Museo del Prado, Madrid.
Wikimedia Commons
La eficacia de los arqueros ingleses en Aljubarrota fue determinante, porque la caballería y la infantería castellanas resultaron pronto aniquiladas por ellos en un espacio de terreno cubierto de trampas de lobo y acotado por palenques y fosos (excavaciones recientes en el lugar de la batalla han puesto al descubierto hasta un millar de esas trampas ordenadas en 40 filas paralelas de 80 metros de longitud). Víctimas de esa encerrona, los caballeros castellanos y gascones rompieron sus lanzas contra un enemigo invisible. Con la estratagema de Álvares, un enemigo desorientado quedó servido en bandeja a los arqueros ingleses, capaces de disparar doce flechas por minuto, cuatro veces más que los ballesteros; de su destreza ya se sabía por numerosas batallas libradas durante la guerra de los Cien Años.
La gloria de una dinastía
El encuentro duró apenas media hora. Nuno Álvares supo aprovechar la ventaja de su posición sobre el terreno y mantuvo indemne su retaguardia a cuyo frente estaba Juan I de Avís, más contemplativo que activo, mientras los castellanos se estrellaban contra unas defensas bien ordenadas. Juan I de Castilla, enfermo y abatido, tuvo que ser evacuado a lomos de una mula. Tres días permanecieron las tropas portuguesas sobre el campo de batalla, como mandaba la ordenanza medieval.

iStock 1399425435
El convento de Santa Mari´a de la Victoria, en Batalha, fue iniciado por el rey Juan I, en 1386, para agradecer a la Virgen la victoria portuguesa en Aljubarrota. En primer plano estatua ecuestre del Condestable.
iStock
Las huestes castellanas en fuga fueron acosadas durante la noche por cuadrillas de campesinos, y cuenta una leyenda que siete caballeros fueron quemados en el horno de una panadera del pueblo tras reducirlos ella misma mientras intentaban esconderse en su tahona.
El espíritu patriótico de los portugueses doblegó el orgullo castellano, que se apagó ante el denuedo de un enemigo encendido por una moral casi mística y por la eficacia mortífera de los arqueros ingleses. En Aljubarrota nació la dinastía de los Avís, cuyos monarcas llevarían, en menos de dos siglos, las quinas de su bandera, a bordo de sus carabelas descubridoras, hasta Brasil, Goa, Macao y Calicut.