El 14 de Du al-Qa’da del año 1221 de la Hégira (23 de enero de 1807), un peregrino llegó a La Meca, donde ningún infiel podía entrar, bajo pena de muerte. Era Alí Bey, descendiente de los antiguos califas abbasíes; como estaba enfermo, lo dejaron pasar montado en una litera. Pero el viajero no se llamaba Alí Bey, no era abbasí y ni siquiera era musulmán. Aquel infiel que se paseaba por los lugares más santos del Islam era un español llamado Domingo Badía.
Agente en Marruecos
Domingo Francisco Jorge Badía y Leblich había nacido en Barcelona en 1767. Su padre era funcionario y fue destinado a la Contaduría de Guerra de Vera (Málaga). Allí, Domingo participó en las tertulias de la Sociedad Económica de Amigos del País; en 1786 sucedió a su padre en la Contaduría, y en 1794 pasó a Córdoba como administrador de la Real Renta de Tabacos. Fascinado por los grandes monumentos andalusíes, empezó a estudiar árabe. Tras arruinarse experimentando con globos aerostáticos, marchó a Madrid en 1799, donde trabajó como bibliotecario del príncipe de Castelfranco. El sueldo era magro, pero pudo leer numerosas obras científicas, entre ellas los Viajes a las regiones interiores de África, del escocés Mungo Park, que le causaron fuerte impresión.
Esta fascinación por la exploración de tierras remotas le llevó a proponer al gobierno español que sufragase una expedición científica al norte de África. El primer ministro Manuel Godoy decidió usar el proyecto para acercarse al sultán de Marruecos, Mulay Solimán, y convencerle de que aceptase a España como protectora frente a sus numerosos enemigos. Si el plan fallaba, las órdenes de Badía eran instigar revueltas dentro de Marruecos con vistas a justificar una invasión española.
En 1803, Badía emprendió el viaje fingiendo ser un príncipe sirio llamado Alí Bey, descendiente de los abbasíes y educado en Europa, que regresaba a su tierra natal. Pronto logró entablar amistad con el sultán marroquí gracias a su erudición y sus generosos regalos, pero Mulay Solimán se negó a cualquier acuerdo con España, e incluso soñaba con atacar a los españoles si lograba consolidar su autoridad en aquel revoltoso país. Badía se jactaría de haber organizado una amplia conspiración contra el soberano, frustrada en el último momento por el estallido de una guerra fronteriza, afirmaciones que deben tomarse con cierto escepticismo.
Viajero en La Meca
Badía abandonó Marruecos en octubre de 1805. Tras visitar Trípoli, Chipre y Egipto, decidió peregrinar a La Meca, que se encontraba bajo la autoridad nominal de los califas otomanos. El 13 de enero de 1807 desembarcó en el puerto de Yedda, donde pasó varios días, enfermo, y el 21 de enero partió para La Meca, adonde llegó dos días después. Una vez en la ciudad santa del Islam, Badía se comportó como un devoto musulmán. Pese a su deteriorada salud y ser ya medianoche, insistió en cumplir los ritos del peregrinaje de inmediato, dando las siete vueltas prescritas al santuario de la Kaaba. Al día siguiente se abrieron sus puertas, y el infiel infiltrado pudo examinar por dentro el lugar más sagrado del Islam. Aquella misma tarde se entrevistó con el jerife o gobernador de La Meca, Ghalib Effendi, que le preguntó por su origen y sus viajes por Occidente. Como su domino del árabe era perfecto, Badía salió del lance sin problemas.
El 24 de enero se abrieron de nuevo las puertas del santuario, pero en esta ocasión el acceso estaba reservado a las mujeres. Cinco días más tarde, las puertas se abrieron por última vez durante el año para efectuar una limpieza ritual. Esta tarea la ejecutó el jerife personalmente, junto con los caudillos de las tribus y algunos esclavos negros. Badía fue invitado a unirse al grupo, lo que se consideraba un gran honor.
El día 3 de febrero llegaron los ejércitos wahabíes,seguidores de un movimiento puritano islámico. Eran unos seis mil hombres, que iban ataviados como peregrinos y ejecutaban los ritos propios de éstos, pero provistos de fusiles y puñales. Aquí existe cierta confusión, porque Badía asegura que venían a apoderarse de la ciudad, lo que es incorrecto: los wahabíes ya habían ocupado La Meca en 1803 y habían depuesto a Ghalib. Pero ante la tenaz resistencia de éste, en 1805 habían permitido que volviera a ocupar su puesto. Cuando Badía llegó, dos años después, Ghalib administraba la ciudad, disponía de tres mil hombres con artillería y fumaba a escondidas pese a los decretos de los wahabíes, contrarios a esta costumbre como a muchas otras. Pero Ghalib era un simple vasallo del emir Saud, el caudillo wahabí, que el 26 de febrero asumió directamente el poder, disolvió el ejército del jerife y expulsó a los funcionarios del sultán otomano, cuyo nombre prohibió citar en la oración de los viernes.
En medio de toda esta confusión, el 16 de febrero Badía partió hacia el monte Arafat, donde Mahoma pronunció su último sermón. Pasó junto al Jebbel Nur, donde se dice que el arcángel Gabriel se mostró por primera vez al profeta Mahoma. Normalmente los peregrinos rezaban en un pequeño santuario en la cima, pero los wahabíes consideraban esto una superstición, así que derribaron el edificio y colocaron guardias en la base de la montaña. Badía intentó rematar su peregrinación visitando la tumba del Profeta en Medina, pero los wahabíes consideraban idolatría semejante práctica, de manera que se lo impidieron por la fuerza. Y por la misma razón obligaron a dar media vuelta a la caravana de Damasco que, como cada año, traía una alfombra para el sepulcro del Profeta. Con todo, Badía aseguró: «Debo confesar que hallé mucha racionalidad y moderación en todos los wahabíes a quienes dirigí la palabra», pero, a pesar de ello, «ni los naturales del país ni los peregrinos pueden escuchar su nombre sin estremecerse, y aun entre ellos mismos no lo pronuncian sino en voz baja. Así que huyen de ellos y evitan en todo lo posible el hablarles».
El último viaje
Tras visitar Tierra Santa, Siria, Turquía y cruzar toda Europa, Badía llegó a Bayona el 9 de mayo de 1808, justo cuando Carlos IV y su hijo Fernando VII habían renunciado a la corona española en favor de Napoleón, quien, a su vez, la cedió a su hermano José Bonaparte. Carlos IV recibió a Badía en audiencia y le recomendó ponerse al servicio del nuevo régimen. Para su desgracia, Badía hizo caso al monarca y acabó exiliado en Francia cuando, en 1813, los españoles expulsaron de su trono a José Bonaparte, para cuya administración el viajero desempeñó el cargo de prefecto (alcalde) de Córdoba. En Francia, y en 1814, publicó la primera edición de sus viajes, que fue traducida rápidamente al inglés, italiano y alemán, pero la primera edición española tuvo que esperar hasta 1836.
En el país galo, ahora bajo el gobierno de Luis XVIII, la vida sonreía al viajero español, que recibió la nacionalidad francesa, fue nombrado mariscal y se hizo un hueco en la vida cultural y social de París. En 1815, y en el marco de la competencia colonial con Gran Bretaña, Badía propuso al gobierno francés peregrinar a La Meca para luego atravesar África de costa a costa. Badía recibió el visto bueno y partió en enero de 1818, haciéndose llamar Alí Abu Othman. En julio estaba en Damasco, donde cayó enfermo de disentería (se ha especulado, sin pruebas, sobre su envenenamiento) y murió en agosto, cuando ya viajaba rumbo a La Meca.
Badía no fue el primer europeo que visitó La Meca. Se le adelantaron el italiano Ludovico de Varthema en 1503, el austríaco Johann Wild en 1607 y el inglés Joseph Pitts en 1680, pero sí fue el primero en dar su descripción detallada, calcular su latitud y longitud exactas, trazar planos y describir el interior de la Kaaba. Los que llegaron después, que fueron muchos, se limitaron a seguir su estela.