Asedios y batallas

Alejandro Magno y la conquista de Afganistán

El rey macedonio se enfrentó a los pueblos nómadas de Afganistán entre el 330 a.C. y el 328 a.C. con el objetivo de controlar el territorio en el que habitaban.

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Estatua de Alejandro Magno en Thessaloniki, Grecia.

Foto: iStock

La campaña más difícil de Alejandro Magno se libró en las tierras que hoy forman Afganistán. La lucha por este territorio se caracterizó por una serie de duros asedios, extenuantes marchas, ataques constantes y batallas contra pueblos nómadas, que se alargaron durante dos largos años: desde 330 a.C. hasta el 328 a.C. Pese a todo, el joven rey macedonio consiguió sobreponerse a estas adversidades, triunfó sobre todos sus enemigos e incluso se casó con una princesa local, Roxana, para asegurar la paz.

Rey de Asia

Decidido a continuar con la política expansionista iniciada por su padre, Alejandro se lanzó a la conquista del Imperio Persa, que se extendía desde Egipto hasta la India, en el 334 a.C. Al mando de un pequeño pero poderoso ejército, venció al enemigo una y otra vez, hasta derrotar al fin al rey persa Darío en la decisiva batalla de Gaugamela.

Darío huyó hacia el este, a las últimas provincias del Imperio Persa todavía bajo su control, mientras el victorioso Alejandro era aclamado como rey en todas las ciudades por las que pasaba. El éxodo del derrotado persa duró bien poco, pues uno de sus generales, Bessos, lo asesinó para quedarse con el trono. Este usurpador levantó contra Alejandro las dos provincias orientales de Sogdia y Bactria, dentro en parte del actual Afganistán, para disputar desde ellas la corona a Alejandro. Así pues, el macedonio tuvo que llevar su ejército a otra nueva campaña, para acabar con Bessos y adueñarse de las dos provincias rebeldes.

Moneda

Moneda

Dracma, moneda de la Antigua Grecia, con la cara de Alejandro Magno.

Foto: iStock

Montañas nevadas y ríos helados

El ejército dejó atrás el corazón del imperio, para adentrarse en las heladas cimas de la cordillera del Hindu Kush, en busca del paso más rápido hacia las provincias rebeldes. A la dureza de la marcha a través de la nieve se añadían el hambre y la falta de refugio, pues el territorio había sido devastado anteriormente por Bessos. Pese a estas dificultades, los macedonios siguieron adelante, hasta alcanzar las llanuras de Afganistán, al otro lado de las montañas.

Las penalidades del ejército no terminaron allí, ya que su marcha se vio interrumpida por el caudaloso y profundo río Oxo, cuya rápida corriente era difícil de atravesar. Debido a la escasez de madera se descartó la construcción de un puente, así que Alejandro tuvo que idear un método de cruce alternativo. Mandó rellenar con paja las cubiertas de las tiendas, improvisando de esta forma unas balsas mediante las cuales llevar sus hombres a la otra orilla.

El río Oxo interrumpió la marcha del ejército, pues su caudal y profundidad hacía especialmente cruzarlo.

La ejecución de Bessos

El rápido avance del rey macedonio, unido al saqueo de algunas poblaciones indígenas, sembró la duda entre los partidarios de Bessos, que consideraron preferible librarse de él antes que enfrentarse con el aparentemente invencible ejército invasor.

Liderados por el jefe tribal Espitamenes, los líderes locales comunicaron secretamente a Alejandro su intención de traicionar al usurpador y entregárselo como muestra de buena voluntad. Para facilitar la captura, el macedonio envió en su busca a uno de sus generales, Ptolomeo, junto con un pequeño contingente de tropas.

Abandonados por sus aliados, Bessos y su guardia personal fueron rodeados en un poblado por la caballería macedonia. Con el fin de salvar sus vidas, los soldados persas pusieron en manos de Ptolomeo al supuesto rey de Asia, que fue llevado ante Alejandro para su castigo.

Llegado este punto, las fuentes difieren sobre cuál fue el castigo de Bessos. Para unos se le azotó antes de matarlo, pero otros afirman que Alejandro mandó que le cortaran la nariz y las orejas (un castigo reservado a los traidores), para luego entregarlo al hermano de Darío, quien le dio muerte. La crucifixión y el desmembramiento figuran asimismo entre los posibles suplicios mencionados por los autores antiguos.

Parecía pues que las tribus locales eran favorables a Alejandro y la campaña había terminado, liberando al ejército para la conquista de nuevos territorios con los que acrecentar su imperio. En realidad, una terrible insurrección se estaba forjando a espaldas del macedonio, la cual sumiría la zona en una larga y cruenta guerra.

Alejandro

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Escultura de Alejandro Magno.

Foto: Cordon Press

La revuelta de Espitamenes

Con su enemigo aparentemente derrotado, Alejandro se dispuso a asegurar sus nuevos dominios. Estableció una cadena de posiciones fortificadas a lo largo de río Jaxartes, que constituía la frontera con los belicosos escitas. Empezó a construir una ciudad, Alejandría Escate, en la que pretendía asentar a algunos veteranos demasiado viejos para seguir los rigores de la campaña y a través de la cual difundiría la cultura griega entre los bárbaros.

La aparición de un nuevo y extraño asentamiento en su territorio extendió la desconfianza entre los indígenas, que creyeron que los macedonios intentaban convertirlos a todos en griegos y amenazaban su modo de vida. Las masacres perpetradas por el ejército a su llegada tampoco ayudaron.

Para luchar contra el invasor macedonio sogdianos y bactrianos iniciaron una guerra de guerrillas.

Sogdianos y bactrianos se levantaron entonces en armas contra el invasor e iniciaron una guerra de guerrillas en la que atacaban desde sus fortalezas de montaña para luego huir. Almacenaron sus riquezas y provisiones en estas plazas fuertes, donde se refugiaban también sus mujeres e hijos. Por su parte, Espitamenes acudió a los escitas, y se ganó su apoyo con promesas del rico botín que arrebatarían al enemigo.

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Mapa de la extensión del imperio de Alejandro Magno.

Foto: iStock

Victoria y derrota

Decidido a acabar con sus enemigos uno por uno, Alejandro decidió marchar contra los escitas, contra quien luchó a orillas del Jaxartes. Con la esperanza de atacar al ejército macedonio mientras cruzaba el río, los jinetes escitas esperaban en la otra orilla, sin atreverse a tomar la iniciativa en la ofensiva.

La retirada no era una opción para Alejandro, pues debía derrotarlos para poner fin a sus incursiones. El rey lanzó a su artillería y arqueros, que consiguieron hacer retroceder a los escitas. Asegurado de esta manera el paso, el ejército cruzó el río encima de pellejos hinchados que usaron como flotadores. El ataque de la infantería no tuvo demasiado éxito, pero en cuanto la caballería de élite de los Compañeros acudió al combate, los escitas fueron rápidamente puestos en fuga.

Tras la batalla los principales jefes escitas acudieron al rey macedonio, a quien prometieron una paz duradera si éste dejaba de asolar sus tierras. El monarca accedió para poder ocuparse de los rebeldes que infestaban su propio territorio. Al mismo tiempo que el ejército principal de Alejandro conseguía esta gran victoria, Espitamenes atacaba Maracanda, la principal base macedonia en la zona. Sin poder hacer mella en sus defensas, el sogdiano sitió la ciudad con la esperanza de rendir la plaza por hambre.

En ese momento, a Espitamenes se le presentó una gran oportunidad. Una pequeña fuerza de rescate acudía a Maracanda para levantar el asedio. Puesto que no disponía de caballería, era vulnerable a los 600 arqueros montados del rebelde, de modo que los bárbaros hicieron caer una verdadera lluvia de flechas sobre este destacamento, que formó en cuadro con la esperanza de llegar a un terreno más apto para la defensa. Sometidos a un constante bombardeo, los soldados rompieron filas y casi todos fueron masacrados mientras huían.

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La Roca sogdiana

Alarmado por este inesperado revés, Alejandro decidió atacar al enemigo en su territorio. Su primer objetivo fue la formidable Roca sogdiana, una imponente fortaleza levantada en la vertiente de una montaña. Sus defensores disponían de abundantes alimentos, rechazaron la oferta de rendición de Alejandro y se burlaron de su emisario al decir que se entregarían cuando les atacaran con soldados que volaban.

El macedonio aceptó el desafío. Reunió a los mejores escaladores del ejército y les prometió que los haría ricos si conseguían llegar hasta la cima que se elevaba encima de la fortaleza. Equipados con cuerdas y clavijas, 300 hombres empezaron el ascenso y, poco a poco, ascendieron las verticales paredes de hielo y roca hasta alcanzar la cumbre.

Alejandro mostró entonces a los defensores estos “hombres alados” y, asombrados, los sogdianos se rindieron. Dispuesto a dar ejemplo, para que los rebeldes se lo pensaran dos veces antes de optar de nuevo por la resistencia, el macedonio masacró a la guarnición y vendió sus mujeres e hijos como esclavos.

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Busto de Alejandro Magno en el antiguo parque de la ciudad "Jardín de verano" en San Petersburgo, Rusia.

Foto: iStock

Roxana

Después de este sonado triunfo, algunas tribus se convencieron de que la victoria contra los extranjeros no era posible, así que se rindieron una tras otra. Entre sus líderes se encontraba el noble Oxiartes, jefe de uno de los pueblos rebeldes y a la sazón padre de la princesa Roxana, que terminaría por convertirse en la esposa de Alejandro. Oxiartes fue esencial para el sometimiento de los sogdianos, al tratar con ellos en sus propios términos para convencerlos de que Alejandro no era una amenaza, sino un aliado que seguiría la política de tolerancia hacia sus costumbres seguida por los reyes persas.

Para cimentar la alianza con las tribus, Alejandro decidió casarse con Roxana. Si bien algunos autores antiguos como Diodoro Sículo pretenden dar toques románticos al enlace al decir que el macedonio de enamoró de ella al verla bailar, se trataba ante todo de un matrimonio político con el que asegurarse la lealtad de Oxiartes.

Alejandro decidió casarse con Roxana para cimentar la alianza con las tribus

El fin de Espitamenes

Indignado por la rendición de sus compatriotas, el obstinado Espitamenes se refugió con los escitas para continuar la guerra desde el exilio. Les convenció para que renunciaran al tratado de paz pactado con Alejandro y cruzaran el Jaxartes para invadir el Imperio Persa. Espitamenes inició su campaña con el saqueo de un fuerte fronterizo, para posteriormente retirarse hacia la frontera. En la huida, un destacamento de caballería macedónica lo atacó, pero fue rechazado por sus aliados escitas.

Estas incursiones no podían ser toleradas, por lo que Alejandro ordenó a sus comandantes que les pusieran fin de una vez por todas. El general Crátero venció a un nutrido contingente enemigo, 1.150 bárbaros fueron aniquilados y el resto dispersado por el desierto. Otro de sus oficiales, Coeno, se encargaría de acabar con el problema de manera definitiva. Mediante el establecimiento de guarniciones, recuperó el control macedonio del país y obligó a los bárbaros a retirarse al otro lado del Jaxartes.

Espitamenes reunió entonces a un poderoso ejército de 3.000 escitas para disputar el control de Bactria a los macedonios. Cruzó la frontera y se enfrentó en batalla a Coeno, quien salió a su encuentro reforzado por la caballería de los Compañeros y todos los arqueros a caballo disponibles. En la subsiguiente lucha, los escitas fueron derrotados por última vez. Durante la desbandada, Espitamenes fue asesinado por sus aliados, quienes le cortaron la cabeza y la enviaron a Coeno, con el fin de que éste abandonara la persecución al haber cumplido su objetivo.

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Monumento en honor a Alejandro Magno en Skopje, Macedonia.

Foto: iStock

Pacificación

Con Espitamenes muerto y la mayoría de tribus sometidas, solo quedaba acabar con los últimos reductos de resistencia. El más destacado de estos era otra roca, en la que se refugiaba el jefe Corienes, junto a muchos otros nobles locales. Con una altura total de 3.600 metros sobre la llanura era un bastión formidable al que solo se podía acceder por un estrecho camino que serpenteaba entre barrancos y desfiladeros.

Tras la muerte de Espitamenes solo quedaba acabar con los últimos reductos de resistencia y Alejandro acabó conquistando el territorio.

Esta vez, Alejandro no ordenó a sus hombres que escalaran ninguna montaña, sino que decidió construir una rampa de tierra a través del barranco que lo separaba de los sogdianos. Taló los los pinos de la montaña para construir escaleras mediante las que sus hombres bajaron hasta el fondo del barranco, procediendo a llenar la enorme grieta con tierra y rocas. El trabajo prosiguió día y noche bajo la atenta mirada del rey hasta que llegó al nivel de la fortaleza.

Al considerar su posición insostenible, Corienes envió emisarios a Alejandro, quien confió en Oxiartes para negociar la rendición. Los bárbaros se entregaron a la clemencia del rey, quien no solo les perdonó la vida, sino que dejó a Corienes al mando de la fortaleza, gesto magnánimo con el que consiguió ganarse su fidelidad.

De este modo, en 328 a. C. la ardua campaña de dos años de duración llegaba a su fin. Alejandro consiguió en ella terminar con todos los pretendientes al trono de Asia y, al mismo tiempo, asegurar el control de los últimos territorios del imperio que quedaban por conquistar. Sin embargo, en vez de volver a su capital, Babilonia, decidió seguir adelante, ávido por ver nuevas tierras y someter a todavía más pueblos bárbaros. Así marchó con su ejército hacia la India, tierra que ya visitaron en tiempos antiguos sus antepasados míticos Dionisio y Heracles, y donde conseguiría sus últimas conquistas.

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