Fue destruida por un volcán

Akrotiri: la fascinante Pompeya minoica de Santorini

En 1967, en la isla de Santorín, emergieron los restos de una ciudad sepultada por una erupción volcánica hace 3.500 años

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Isla de Santorín. Los acantilados de Tera corresponden al enorme cráter invadido por el mar tras la gran erupción ocurrida hacia 1500 a.C.

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A comienzos del siglo XX, el arqueólogo inglés sir Arthur Evans reveló al mundo la existencia de una civilización desconocida hasta ese momento: la cretense o minoica. Gracias a sus excavaciones en Cnosos, Evans trazó la imagen de una refinada sociedad con un nivel de desarrollo mucho más avanzado que la que entonces se estaba formando en la Grecia continental. Sin embargo, se enfrentó a un enigma al que durante mucho tiempo ni él ni los demás arqueólogos supieron dar respuesta: el de las misteriosas causas que provocaron que en torno a 1500 a.C. se eclipsara el poder de aquella compleja civilización y que sus centros palaciales acabaran cayendo en manos de los griegos del continente. 

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Conservadas durante siglos bajo las cenizas volcánicas, la ruinas de Akrotiri se pueden visitar hoy en un moderno museo inaugurado el 2012.

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Tal era el estado de la cuestión cuando en el año 1929, Spyridon Marinatos, un destacado arqueólogo griego, fue nombrado director del Museo de Herakleion, en Creta. Allí conoció a Evans y, siguiendo sus pasos, llevó a cabo importantísimos hallazgos en los diversos yacimientos de la isla que aún quedaban por excavar, entre ellos el de Amnisos

Fue Marinatos quien, en 1939, puso las bases para la resolución del enigma cretense. En un artículo publicado en la revista Antiquity formuló la hipótesis de que el súbito eclipse de la civilización minoica se había debido a una catástrofe natural de una violencia y furia inimaginables. Al mismo tiempo afirmaba que el foco del desastre aniquilador se encontraba a 120 kilómetros de la costa cretense, en una hermosa isla volcánica del archipiélago de las Cícladas: Tera. 

Pottery with small breasts, Akrotiri, 17th century BC, PMTh, 176614

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Cerámica con motivos vegetales hallada en Akrotiri. Hacia 2000 a.C.

Foto: Wikimedia Commons

En opinión de Marinatos, según precisaría en estudios posteriores, el volcán de Tera entró en erupción hacia el año 1500 a.C., e hizo que la isla quedara salvajemente fragmentada en tres partes. La devastadora marea provocada por la erupción (propiamente un tsunami) repercutió sobre toda la zona, y en particular en la costa norte de Creta, precipitando el colapso de la civilización minoica. 

El enigma de Tera 

La isla de Tera, o Santorín, no era una desconocida para los arqueólogos. En 1866, una nueva erupción del volcán había atraído al lugar a diversos científicos, entre ellos el geólogo francés Ferdinand Fouqué. Un campesino lo condujo a un pueblo en la costa occidental de Santorín, Akrotiri, donde pocos años antes la Compañía del Canal de Suez había abierto una cantera para extraer puzolana (una roca volcánica) con destino a las obras del canal. Entre los escombros, Fouqué descubrió dos pequeñas tumbas abovedadas, pedazos de vasijas, algunas láminas de obsidiana y dos anillos de oro. Era el primer asentamiento minoico que se encontraba, casi cuarenta años antes de los descubrimientos de Evans en Cnosos, pero el vulcanólogo francés nunca alcanzó a calibrar la dimensión real de su hallazgo. 

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Algunas casas de Akrotiri estaban decoradas con bellos frescos. Los de la casa Beta (arriba) fueron reconstruidos por los arqueólogos a partir de miles de fragmentos de yeso; el más conocido muestra a dos jóvenes boxeando.

Foto: iStock

En 1870, Henri Mamet y Henri Gorceix, de la Escuela Francesa de Arqueología de Atenas, asumieron la excavación de Akrotiri. Su labor, más metódica que la de Fouqué, les llevó al descubrimiento de diversos edificios, entre ellos la llamada casa de los Frescos. Atravesando las estancias y aventurándose por un pasadizo llegaron a una sala más grande que las restantes, en cuyas paredes apareció por primera vez, ante los asombrados ojos de los arqueólogos, el juego de vivos colores y estilizadas figuras de un fresco minoico. Mamet y Gorceix comprendieron que los restos pertenecían a una cultura avanzada y con cierto desarrollo artístico, pero tampoco pudieron situarla en el tiempo. 

La ciudad perdida 

Como ya hemos referido, desde 1939 Marinatos había fijado su objetivo en Tera, pero el estallido de la segunda guerra mundial y otros impedimentos retrasaron el inicio de sus exploraciones en la isla hasta 1967. Guiado por lugareños, Marinatos hundió su pala en Akrotiri para despertar de su lecho de cenizas lo que algún estudioso ha dado en llamar una auténtica «Pompeya de la Edad del Bronce». El estudio sistemático del yacimiento puso al descubierto la estructura de una ciudad opulenta, con casas de dos y tres pisos, talleres, canalizaciones y desagües... Afloraron también gran número de objetos, entre ellos pithoi, grandes tinajas para almacenar vino, cereal y aceite. Sobre las cenizas y restos volcánicos quedó impresa incluso la silueta de muebles domésticos (mesas camas, taburetes), que los restauradores han logrado reconstruir. 

Pero lo que por encima de todo maravilló a los arqueólogos fueron los frescos que decoraban los muros de algunas casas; las estilizadas figuras de púgiles, antílopes o delfines que, dibujadas sobre las paredes con vivos colores, constituyen hoy día los iconos más representativos de la cultura minoica. Un colaborador de Marinatos recordaba la impresión que les causó el descubrimiento de uno de estos frescos: «El lento proceso de retirar las cenizas volcánicas con un pincel y la gradual revelación, centímetro a centímetro, de aquella magnífica obra de arte nos mantuvo en un estado de constante excitación durante semanas». 

Tera y la Atlántida 

Las excavaciones de Marinatos, que se prolongaron hasta su muerte en 1974 en la propia Akrotiri, donde yace enterrado, demostraron que la ciudad pertenecía a la misma civilización minoica que se había desarrollado en la cercana isla de Creta. Su labor dio explicación a una de las mayores incógnitas de la arqueología, la del misterioso final de la sociedad minoica, pero abrió las puertas a la que tal vez sea una de las mayores quimeras de la historia: la de la desaparición de la fabulosa Atlántida, cuya historia refirió Platón. 

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En una de las casas de Akrotiri se descubrieron unos frescos con monos de pelaje azul que se han identificado con los langures grises de la India, lo que es una excelente prueba del alcance del comercio minoico.

Foto: iStock

A partir de sus hallazgos se ha querido ver en el fin de la civilización cretense la base de la famosa leyenda del mítico continente perdido. Marinatos jamás se pronunció sobre este punto, pero las palabras de Platón darán pábulo para siempre a este irresoluble misterio. 

Para saber más

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